Tras tres horas de agónica espera, la multitud estaba al borde del frenesí. El aire en el coliseo se había vuelto denso, cargado de un calor humano y una ansiedad que pesaba como una olla a presión a punto de estallar. Antes de que el caos se desatara, una voz imponente, amplificada por la magia, cortó el bullicio como una cuchilla.
El Director, de pie en el palco principal con una solemnidad absoluta, alzó la voz:
—Gracias a todos por su paciencia. Ahora, daremos inicio a la batalla que definirá la gloria: la gran final entre Timurk y Aurelia. El ganador obtendrá la Píldora de la Intuición y el honor de liderar a los clasificados de la Academia Viento Profundo. ¡Que los finalistas pasen al frente!
Timurk y Aurelia caminaron hacia el centro de la plataforma. El suelo de piedra parecía gemir bajo sus pasos firmes. Eran polos opuestos: el día y la noche. Él, un semihumano cuya presencia emanaba una brutalidad salvaje; ella, una figura de belleza delicada que parecía traer consigo el invierno eterno. El tiempo se detuvo cuando sus miradas se cruzaron. Solo se oía el silbido del viento y el latido acelerado de miles de corazones.
—¡Comiencen! —el grito del árbitro fue el disparo de salida.
El mundo estalló en movimiento. Aurelia se deslizó hacia atrás con un salto grácil, pero Timurk fue más rápido. Adoptó una postura felina, sus garras rasgaron la piedra con un sonido chirriante y salió disparado como una flecha letal. Activó Refuerzo Sangriento y Cacería del Tigre; el aire a su alrededor comenzó a oler a hierro y ferocidad.
Aurelia apenas materializó su fénix de hielo cuando Timurk impactó. El choque de garras contra la escarcha generó una onda de choque que barrió la arena, dejando una nube de polvo gélido que enturbió la visión.
—Iré con todo —gruñó Timurk, con una voz que parecía un crujido de rocas. *Debo ganar esa píldora, aunque deba consumir mi propia esencia*, pensó con desesperación.
El cuerpo del semihumano comenzó a mutar de forma aterradora. Sus músculos se hincharon, sus garras se alargaron como dagas de obsidiana y sus ojos se encendieron en un carmesí demoníaco. Ante tal amenaza, Aurelia guardó su bastón y liberó su verdadera naturaleza. Su cabello se tornó blanco puro, resplandeciendo bajo el sol, y una espada de hielo translúcido, que parecía absorber la luz, se materializó en su mano.
Timurk rugió, un sonido que vibró en los pulmones de los espectadores, y se abalanzó sobre ella. El impacto contra la hoja helada de Aurelia la hizo retroceder varios metros, sus botas dejando surcos en la piedra. Las garras de la bestia empezaron a cubrirse de escarcha al contacto, pero Timurk, en un arranque de furia, golpeó sus propias extremidades para pulverizar el hielo en mil pedazos.
Con una velocidad sobrenatural, Timurk se agachó a ras de suelo y lanzó un zarpazo ascendente. La espada de Aurelia voló por los aires al perder el bloqueo, y la bestia aprovechó para conectar una patada brutal que la envió al otro extremo del ring.
Aurelia se recompuso de inmediato, aunque una línea de sangre carmesí corría por la comisura de su boca, resaltando trágicamente contra su piel de mármol. Timurk no le dio tregua. El daño se acumulaba con cada impacto; los órganos de la joven se revolvían ante la fuerza física del tigre. Tras un golpe consecutivo, Aurelia cayó de rodillas, el sudor frío mezclándose con la nieve que comenzaba a brotar de sus poros.
Con un esfuerzo sobrehumano, se puso en pie y activó un pergamino. Una niebla gélida y espesa envolvió la plataforma, anulando incluso el fino olfato de Timurk.
—Horizonte Congelado —susurró ella.
Un tajo horizontal, tan rápido que apenas fue un destello, avanzó congelando el aire mismo. Timurk se protegió con los brazos, sintiendo cómo el frío cortaba su pelaje reforzado. Al ver a Aurelia exhausta, el semihumano consumió su última gota de Sangre de Origen. Sus ojos se volvieron rojos como brasas en la oscuridad.
Se lanzó como un demonio hambriento. Aurelia vio las fauces sobre ella y, en el último suspiro, giró su cuerpo. Una garra le perforó el hombro con un sonido húmedo de carne desgarrada.
—Cambio Gélido —musitó ella.
Su cuerpo se deshizo en nieve granulada, reapareciendo a salvo a unos metros. Timurk sintió que el mundo cambiaba; el cazador se había convertido en la presa. Una ventisca antinatural comenzó a envolver sus extremidades, pero lo que más lo aterró fue la mirada vacía de Aurelia.
Levitando, con el hombro sangrando profusamente, Aurelia parecía un ángel caído. El contraste del rojo sobre su vestido blanco era de una belleza desgarradora. En ese momento, un recuerdo la inundó: su madre, regando flores en un jardín celestial, antes de que el mismo hielo que hoy la protegía, la consumiera desde adentro.
*Madre... no le tendré miedo nunca más. Lucharé contra la habilidad que te llevó y te superaré*, decretó en su mente.
Aurelia elevó su aura a un nivel prohibido. Sus ojos perdieron la pupila, volviéndose de un blanco absoluto, como dos soles de invierno. Inhaló el aire congelado, ignorando el dolor agudo que desgarraba sus pulmones, y su voz, ahora carente de humanidad, retumbó en todo el coliseo:
—¡Despertar: Mundo Congelado!
***
Fin del Capítulo.
