Los rayos del sol de la mañana se colaban entre las rendijas de la ventana, acariciando con suavidad el rostro de un chico tumbado en lo que parecía una escenografía sacada de una película de terror: manchas de tinta roja que solo podían ser sangre, fragmentos de arcilla y polvo suspendido en el aire.
El muchacho se estiró con los ojos aún cerrados, aunque ya despiertos.
—¿Dónde estoy? Este debe ser el sueño más extraño que he teni...
Las palabras murieron en sus labios.
No fue un sueño. La realidad cayó sobre él como un bloque de concreto. Giró con rapidez, examinando la habitación en un giro completo mientras los recuerdos de la noche anterior lo golpeaban como olas incesantes.
—Pobre chico... —murmuró para sí mismo.
Tenía una familia. Una buena. Y ahora, podía sentir sus memorias revolotear por su mente, como una sinfonía lejana, suave y melancólica. Era como si los recuerdos quisieran hacerse escuchar: risas en la cocina, pasos apresurados en el pasillo, canciones suaves desde una vieja radio.
Sin darse cuenta, sus ojos comenzaron a desbordarse. No con sollozos, sino con lágrimas silenciosas, como si dos presas hubieran cedido al fin.
—Estoy... llorando —susurró, sorprendido.
No era empatía exactamente. Era una mezcla compleja de simpatía, duelo ajeno y una profunda necesidad de liberar presión. Un alma compartida con otra que había perdido todo. El resultado era esa catarsis involuntaria.
Pero no podía quedarse así.
Se sentó lentamente, limpiándose el rostro con el dorso de la mano.
—¡Bien! —exclamó—. No puedo permanecer aquí inmóvil para siempre. Es hora de comenzar a forjar mi camino... ninja —rió suavemente—. Dios, recordé a Naruto. Este chico se parecía un poco a él, solo que era más normal... no tan cabeza hueca.
Se detuvo un segundo. Reflexionó.
—Ya estoy diciendo tonterías... Si algún psicólogo me escuchara, seguro me encerraba con unos cuantos electroshocks de regalo. Pero no, gracias. Mentalmente estoy... perfecto.
Pausa.
—Bueno. Casi perfecto. Para alguien que conversa consigo mismo mientras limpia una escena del crimen.
Sacudió la cabeza y volvió al presente. Necesitaba organizar el lugar. Lo primero era una limpieza profunda. Observó la escena con atención. Aunque la sangre, los fragmentos y las manchas daban un aspecto caótico, la destrucción no era total. La mesa del comedor estaba en ruinas, algunas jarras rotas y salpicaduras de pintura por los muros. Pero lo demás... sorprendentemente intacto.
Se dirigió al baño para buscar productos de limpieza: cloro, champú, jabón, lo que pudiera servir. Una vez armado, comenzó a trabajar. Limpiar las manchas, recoger los vidrios, reparar lo que pudiera.
Cuando terminó, con el sudor pegándole la camiseta al cuerpo, miró los restos de la familia. Tomó una decisión.
Separó con cuidado lo que correspondía al padre y a la madre. Con respeto y precisión, cavó dos tumbas improvisadas en el patio, justo bajo el árbol de cerezo. No eran tumbas lujosas, pero eran dignas. Colocó una piedra grande sobre cada una y las marcó con los nombres que recordó entre los recuerdos del niño.
—Descansen en paz.
Luego se dispuso a explorar la casa con intención de evaluar sus recursos. Encontró comida suficiente para sobrevivir entre dos y tres meses si racionaba bien. También halló algo de dinero escondido en un cajón de la habitación principal. Aparentemente, los ahorros de la familia. Pero lo que realmente captó su atención fue otra cosa.
En lo alto del comedor, casi escondida, colgaba una espada. Su hoja brillaba con un tenue reflejo incluso en la penumbra. Se acercó, la tomó con ambas manos. El peso era perfecto, el equilibrio fino. No era una espada común.
—Esto sí que es un hallazgo —dijo, admirándola—. Siempre soñé con blandir una espada que cortara montañas... como Zoro. mi personaje favorito de One piece.
Pero ahora, con la espada en mano, se hizo una pregunta inevitable.
—¿Qué hago con esto?
La respuesta llegó rápido.
—Entrenar, por supuesto.
No podía depender solo de una habilidad, por poderosa que fuera. Y la suya no era cualquier cosa. Tenía el Kamui, la capacidad de manipular el espacio. La misma habilidad que permitió que un niño de unos 13años se enfrentara a un Hokage.
—Pensé que mi suerte era mala... pero me saqué la lotería. En el futuro será por ver cuál es más fuerte, el Kamui contra el Infinito. Y no perderé!!
Podía sentir la energía maldita recorriendo su cuerpo. Intensa. Vibrante. No tenía una referencia clara del estándar, pero estaba seguro: tenía una gran cantidad. Seguramente como resultado de su fusión de almas. Lo que antes era una chispa en el cuerpo del niño, ahora era una llama viva.
—Me siento increíble. Siento que soy cinco veces más fuerte que en mi vida anterior. Este poder es embriagador.
Sonrió con una mezcla de orgullo y hambre.
—Estoy decidido. Me volveré más fuerte.
—Ahora... ¿cómo debería proceder con mi entrenamiento?
El entrenamiento físico era sencillo de planear: flexiones, abdominales, carreras. No necesitaba equipo avanzado para comenzar. Pero el tema de la energía maldita era otra historia.
Recordó algo que Gojo hizo con Itadori: hacerlo ver una montaña de películas mientras sostenía un muñeco que lo golpeaba si dejaba que su energía fluctuara. El objetivo era simple: estabilizar su energía maldita, dado que esta es un reflejo de las emociones.
—Pero ese no es mi caso. Este cuerpo no solo tiene una energía descomunal, también está mejorado a nivel cognitivo. Puedo sentirlo. Mi energía maldita es... serena, obediente. Como si fuese un líquido dentro de mí que puedo distribuir con precisión. ¿Será que tengo... el Sharingan?
Enfocó su energía maldita en sus ojos con esa idea. En cuanto lo hizo, sintió una extraña presión envolver su cuerpo. En un parpadeo, desapareció de la sala.
La escena que lo rodeaba era... sobrecogedora.
Un espacio negro absoluto, sin cielo ni suelo perceptibles, pero tampoco hostil. El "suelo" tenía un reflejo sutil, como si fuera agua sólida. En el horizonte, bloques flotantes de piedra y estructuras imposibles se mantenían suspendidos, como retazos de un templo arrastrado por el viento. No había olor, ni viento, ni sonido. Era el vacío perfecto. Su dimensión personal.
—Con que este es mi dimensión... Además de servirme en combate, también me será útil para guardar mis cosas. El lugar más seguro que tengo.
Recordó lo que sabía sobre el Kamui: intangibilidad, teletransportación, absorción de objetivos por contacto o a distancia. Era momento de probar.
—Ahora, ¿cómo salgo de aquí? —murmuró, concentrándose.
Volvió a enfocar su energía maldita en sus ojos con la intención de regresar a casa. Un parpadeo después, estaba de nuevo en la sala.
Lo primero que vio fue una manzana sobre la mesa. Se acercó, la tomó y trató de absorberla enfocando su energía maldita en ella.
¡PLOP!
La fruta se deformó entre sus dedos, explotando en jugo.
—Ajá... bueno, definitivamente esa no era la forma.
Reflexionó.
—Quizás mis habilidades están ligadas al enfoque visual, como con el Kamui original.
En su segundo intento, se concentró. En fracciones de segundo, se generaron dos vórtices: uno en su palma, otro frente a su ojo derecho. Uno quería absorber la manzana desde su mano; el otro, desde su vista. Al cesar el flujo de energía, la manzana cayó al suelo, parcialmente destrozada, como si hubiera sido mordida por el vacío.
—¡Interesante!
Rápidamente entendió la lógica: el ojo derecho absorbía objetos por contacto ; el izquierdo podía manipular a distancia. al usarlos juntos para volver intangible se potencian, pero si quiero usarlo para algo externo deberé de usar energía maldito en el ojo correspondiente según la situación.
—Esto es perfecto. Aunque... Eso significaria que mi principal debilidad son los ojos? si pierdo uno de los ojos, ¿qué pasaría...? —Se encogió de hombros—. Lo pensaré luego.
Después de eso se quedó viendo el pedazo de manzana que estaba en el piso, enfoco energía en el ojo izquierdo y fijo su mirada en el trozo de manzana. Un pequeño vórtice se formó y, en un instante, desapareció.
—¡Bingo! Acerté con mi deducción.
Solo quedaba probar la teletransportación. Pero...
—No, aún no. Antes necesito tener un control más fino. No quiero terminar dividido en trozos por mi propia técnica.
Ya tenía una comprensión básica de sus habilidades. Lo siguiente era fortalecer su cuerpo.
No había pesas, pero sí su propio peso corporal. Aun así...
—Tampoco voy a pasarme el día haciendo flexiones como un idiota. Lo mejor será dar una vuelta por el pueblo. Ver qué hay. Quizá encuentre algo más útil.
Se colgó la espada al hombro y salió por la puerta. El aire fresco lo recibió como una bienvenida silenciosa.
Era momento de comenzar.