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Chapter 1 - Cap1: El despertar

El cielo se teñía de naranjas y morados mientras los últimos rayos de sol atravesaban las persianas rotas de una pequeña casa tradicional japonesa. El aroma a sopa de miso aún flotaba en el aire, mezclado con el de arroz recién hecho. Una mujer reía con dulzura mientras intentaba atrapar a su hijo, que escapaba con un bollo de carne robado.

—¡Koby, devuélvelo! ¡Es para tu padre! —decía entre risas.

—¡Demasiado tarde! ¡Ya está en territorio enemigo! —gritó el niño de cabello oscuro y ojos chispeantes, corriendo por el pasillo con una sonrisa traviesa.

El padre, un hombre de rostro cansado pero mirada cálida, apareció en la entrada con una bolsa de compras. Al ver la escena, soltó una carcajada.

—¿Otra vez saqueando la cocina, soldado Koby?

—¡Solo cumplo mi deber, general! —respondió el niño con orgullo antes de lanzarse a sus brazos.

La casa era modesta, con muebles viejos y pisos que crujían, pero estaba viva. Rebosaba de amor, de gestos sencillos, de rutina cálida. Era un refugio. Un pequeño mundo construido con esfuerzo y afecto.

Esa fue la última noche en que ese mundo existió.

...

El silencio que lo reemplazó era abrumador. Ya no había risas ni pasos. Solo la quietud siniestra del vacío.

Koby, o lo que quedaba de él, se encontraba de pie en medio de la sala. Sus manos temblaban levemente, sus pupilas dilatadas no enfocaban nada en concreto. Frente a él yacían restos humanos desparramados con crudeza. Una pierna desgarrada aún calzaba la sandalia de su madre. Un brazo sin cuerpo asomaba desde la cocina.

No había sangre suficiente para lo que sus ojos veían. Solo silencio... y un colapso inminente.

Durante unos minutos, el niño no lloró ni gritó. Su cuerpo se tensó, su respiración se volvió errática, y luego simplemente... se apagó. Como si su mente hubiese jalado el interruptor para proteger lo poco que aún quedaba entero.

Y en ese mismo momento, otra conciencia despertó.

...

El vacío era oscuro. No había sonido ni forma. Solo una presión indefinible, como si flotara en medio del océano profundo, sin aire, sin peso.

Pero luego, una chispa.

Una idea.

Un recuerdo.

"¿Qué… es esto?"

Koby —o al menos el joven de 17 años que ahora ocupaba ese nombre— abrió los ojos por segunda vez. La primera fue cuando murió. La segunda… ahora.

El shock no llegó de inmediato. Era como si una red invisible se hubiera tejido para amortiguar el impacto. Era extraño: su mente no estaba perdida ni confusa. De hecho, se sentía... clara. Como si un velo hubiese sido retirado.

Sintió su corazón latir con fuerza. A diferencia de su cuerpo anterior, que había fallado una noche cualquiera tras una arritmia repentina mientras revisaba foros de teorías sobre Jujutsu Kaisen, sino el de este pequeño cuerpo, joven y tembloroso.

Y aún así, no estaba solo.

Una corriente de emociones profundas, crudas, lo atravesaba: tristeza, soledad, un dolor que no podía expresar con palabras. No eran suyas, pero tampoco le eran ajenas. Eran ecos de la conciencia del niño original, fragmentos aún frescos, aún vivos en el cuerpo que ahora habitaba.

No había voces ni diálogo. Solo una fusión silenciosa, casi ritual, entre una alma quebrada y otra decidida.

Una simbiosis.

Él no era simplemente un invasor en un cuerpo ajeno. Era una fusión de dos existencias, dos historias, dos dolores. La diferencia era que una se había rendido... y la otra aún tenía hambre de futuro.

...

Y en medio de ese nuevo silencio, un sonido surgió.

Tac. Tac. Tac.

Era húmedo, irregular, como si unas cuerdas húmedas se arrastraran sobre la madera.

Una criatura emergió desde la oscuridad del pasillo. Larga, abominable, con múltiples patas que crujían al moverse y una piel que parecía hecha de carne cruda mal cocida. Su lengua serpenteaba por el suelo ensangrentado, saboreando los restos de su "obra".

—Tch… humanos inútiles —escupió con desdén, arrastrándose hacia el cuerpo del niño—. Ni siquiera gritó, ese maldito niño se quedó simplemente como una estatua para luego caer desmayado en el suelo. Eso no fue divertido, ¿De qué sirve matar si no hay terror, lo que quiero es satisfacerme al ver vuestra cara de llanto y desesperación.

El monstruo se acercó, relamiéndose. Al ver al niño inconsciente, sonrió con una mueca grotesca.

—Al menos te dejaré una firma para el recuerdo...

Abrió la boca, una masa de colmillos y fétido aliento. Se inclinó, dispuesto a devorar el rostro del niño.

...

Pero justo antes del impacto, los ojos del pequeño se abrieron con violencia.

—¡Kamui! —gritó.

La palabra brotó por instinto, no por memoria. Como si la energía que ahora recorría su alma supiera exactamente qué hacer.

El espacio frente a él se quebró.

Un vórtice giró, distorsionando el aire, succionando la realidad misma. El monstruo apenas tuvo tiempo de chillar cuando media de su cuerpo fue absorbida y triturada en una dimensión invisible. Solo quedó el torso inferior, retorciéndose en espasmos, como una serpiente que le hecharon agua caliente hasta morir.

...

El niño jadeó. Su cuerpo temblaba, pero no de miedo. Era la adrenalina. El asombro.

Se llevó la mano al pecho. El corazón le latía con fuerza, pero no había confusión, solo certeza.

—No soy el niño que solía ser... —susurró con tono bajo pero firme.

Recordó su vida pasada. Recordó su muerte. Recordó el dolor al ver esos cuerpos. Y por encima de todo... recordó la promesa que se hizo mientras flotaba en aquel abismo sin nombre: no moriría de nuevo sin dejar huella.

Se levantó con esfuerzo y miró los restos de la maldición, luego los de sus padres adoptivos. Por unos segundos, guardó silencio.

—Gracias... —murmuró, y no estaba claro si hablaba con el niño original, con la familia que había perdido, o consigo mismo.

El dolor estaba allí. Lo sentía. Pero no lo arrastraría al fondo. Lo convertiría en hierro.

"Si este es el mundo donde renací... entonces escalaré hasta la cima. No por venganza. No por justicia. Sino porque puedo. Porque debo dejar de sobrevivir y aprender a vivir.

Al levantar la pierna para dar un paso, la energía en su cuerpo, antes densa y violenta, comenzaba a dispersarse lentamente, como niebla al amanecer. Sus piernas, aún tensas por el impulso, cedieron bajo su peso.

La oscuridad no llegó con violencia. Fue un descenso suave, casi inevitable, como si su cuerpo supiera que ya había hecho suficiente... por ahora.

Y entonces, el silencio volvió a llenar la casa. Solo que esta vez, era un silencio distinto.

Uno que no marcaba el final, sino el principio.

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