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Chapter 3 - El Dilema del Futuro: ¿Quién debe luchar?

Pasaron los días. Los kaijus habían cesado sus ataques, como si hubieran sentido la derrota de uno de los suyos a manos del nuevo modelo de Ultraman Robo. La calma reinaba, pero en la base aún pesaba una sombra de preocupación. El coronel no podía ocultar su angustia. Aunque la humanidad había ganado tiempo, algo lo mantenía en vilo: su hijo.

Yu —el único capaz de sincronizarse por completo con el nuevo modelo— seguía inconsciente. El agotamiento físico y mental tras la batalla lo había llevado a colapsar, y desde entonces no había despertado. Tres semanas… y Yu aún no abría los ojos.

Los médicos lo monitoreaban día y noche. Sus signos vitales eran estables, pero su mente parecía atrapada entre dos mundos: su cuerpo… y el robot con el que se había fusionado.

El coronel lo visitaba a diario, sentándose a su lado en silencio. A veces hablaba, como si sus palabras pudieran atravesar el letargo.—Despierta, hijo… aún queda mucho por hacer —susurraba, con esperanza y temor entrelazados en su voz.

En el fondo, todos sabían que Yu había cruzado un umbral que ningún humano antes había pisado. El precio de ese poder… aún estaba por descubrirse.

Justo al cumplirse las tres semanas desde que había perdido el conocimiento, Yu abrió los ojos.

Los sensores lo detectaron de inmediato y una alarma suave retumbó en la enfermería. El coronel, presente en su visita habitual, se levantó bruscamente. Por un instante no supo si era real… pero cuando vio a Yu mirándolo, débil, aún confundido, las lágrimas le nublaron la vista.

—Bienvenido de vuelta, hijo… —murmuró con la voz quebrada.

Pero la alegría duró poco.

Un mensaje urgente llegó al comunicador del coronel:"Sala de juntas. Se le requiere de inmediato."

El deber, como siempre, volvía a reclamarlo. Secándose las lágrimas, se inclinó hacia Yu.—Descansa. Esto no ha terminado… pero lo enfrentaremos juntos.

Mientras avanzaba por los pasillos, el peso de la responsabilidad caía una vez más sobre sus hombros. Habían ganado una batalla, pero no la guerra. Y con Yu despierto, solo significaba una cosa: el mundo lo necesitaría más que nunca.

En la sala de reuniones, las pantallas reproducían las imágenes del último enfrentamiento. Científicos, estrategas y altos mandos analizaban cada detalle, pero había un tema dominante: el piloto del nuevo modelo.

—El mundo quiere saber quién es el héroe detrás de la máquina —dijo un representante de la Alianza Mundial—. La población necesita esperanza… necesita un símbolo.

El coronel cruzó los brazos, firme.—Aún no es momento. El piloto sigue en recuperación. Lo que vivió no fue solo una batalla física… fue mental. Está estable, pero no listo para ser expuesto públicamente.

Hubo murmullos. Algunos asentían, otros evitaban mostrar su disgusto.

—Pero puedo asegurar algo —continuó el coronel, su mirada firme recorriendo la sala—: ese piloto será clave en la victoria. Es más que un soldado. Es el primer vínculo perfecto entre mente humana y máquina. Lo que ocurrió ese día fue el inicio de una nueva era.

El silencio se apoderó del lugar. Todos sabían que tarde o temprano tendrían que decirle al mundo la verdad. Pero por ahora, la prioridad era Yu.

Entonces, un consejero de la Unión Europea se aclaró la garganta.

—Con el debido respeto, coronel… mientras celebramos la eficacia del nuevo modelo, debo informar que Europa también desarrolla un proyecto paralelo. Un prototipo propio, con tecnología autónoma.

La declaración tensó el ambiente. El coronel, sin sorpresa, solo frunció el ceño.

—¿Están construyendo otro modelo?

—Así es. Creemos que depender de un solo piloto y una sola máquina es un riesgo alto. Nuestro prototipo apunta a ser más versátil… y menos dependiente de la sincronización humana total.

—¿Menos humano? —murmuró uno de los científicos, con desdén apenas disfrazado.

El coronel respiró hondo.

—Les recuerdo que no fue una máquina quien salvó al mundo —dijo—. Fue una conexión humana. Una voluntad. Yu.

—Y aun así, está postrado en una cama —replicó el consejero europeo—. No subestimamos a su hijo, coronel… pero el mundo necesita alternativas.

El comentario atravesó la sala como una cuchilla.

El coronel sostuvo la mirada del consejero.

—Las máquinas son potentes… pero también predecibles. Fáciles de vulnerar. Y eso es más peligroso que depender de un piloto.

—Nuestros sistemas son casi imposibles de hackear —respondió el consejero, molesto.

—¿Y si el enemigo evoluciona más rápido que sus protocolos? —insistió el coronel—. Un ser humano puede adaptarse, improvisar, sentir. Yu lo hizo. No venció al kaiju solo con fuerza… sino con voluntad.

Se hizo un silencio profundo.

—El mundo está cambiando, coronel —sentenció el consejero—. Debemos prepararnos incluso para un futuro sin pilotos.

El coronel inclinó levemente la cabeza… y sus palabras cayeron como un martillazo.

—Mientras exista un ser humano dispuesto a luchar… ninguna inteligencia artificial nos superará en alma. Y ningún algoritmo puede improvisar en medio del caos. Nosotros sí.

El consejero europeo suspiró, como quien intenta mostrar comprensión mientras sostiene su postura.

—Comprendo su punto de vista, coronel —dijo con un tono más diplomático—, pero debemos evolucionar. No disponemos de tiempo, ni tenemos los recursos necesarios para encontrar más pilotos compatibles con el nuevo modelo. La carga neuronal es demasiado alta… incluso para un único candidato excepcional como su hijo.

Antes de que pudiera continuar, uno de los científicos del equipo del coronel levantó la mano ligeramente, interrumpiendo con respeto pero con firmeza:

—Disculpe que lo interrumpa, señor consejero, pero… sí existe una manera de evitar ese conflicto.

Todas las miradas se volvieron hacia él.

—Si logramos que los Ultraman Robo sean compatibles con dos pilotos, podríamos dividir la carga neuronal entre ambos —explicó con creciente entusiasmo—. En teoría, funcionaría como un cerebro humano: dos hemisferios trabajando en conjunto, compartiendo procesos, equilibrando la presión mental. Eso permitiría sesiones de pilotaje más largas… y evitaría que un solo piloto cargue con todo el peso.

El silencio que siguió fue pesado y expectante. Algunos miembros del consejo parecían intrigados; otros, nerviosos ante la magnitud del planteamiento.

El coronel entrecerró los ojos, evaluando la idea. Era arriesgada… pero posible.

El consejero europeo cruzó los brazos, visiblemente tenso.

—Dos pilotos… —repitió, procesando la propuesta—. Eso duplicaría la complejidad del entrenamiento, la sincronización y la compatibilidad. Y no garantiza resolver el problema por completo.

—Tal vez no —respondió el científico—. Pero es la única alternativa realista para no depender exclusivamente de un solo individuo. Si queremos que la humanidad sobreviva, necesitaremos más de un héroe.

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