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Mushoku Tensei: Back to the Past

Shetmick
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Synopsis
An elderly Rudeus Greyrat dies without having achieved his revenge against Hitogami. It was all in vain, all his loved ones died… until he awakens in the past, his body aged but his strength intact. He has returned to the day Eris left him. With memories of a tragic future, he faces a second chance. Can he change his fate or will he only repeat his suffering?
Table of contents
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Chapter 1 - Prologo

El eco de la nada era el único testigo de su final. Rudeus Greyrat no había sentido el frío mordaz de la muerte, solo la insoportable y lenta agonía de la futilidad. Cien años de existencia, una vida forjada en la promesa de un poder que nunca fue suficiente, una venganza que terminó siendo una sombra inalcanzable.

> Todo lo que hice, todo lo que sacrifiqué, todo lo que gané y todo lo que perdí... fue para nada.

> La desesperación se había instalado en sus huesos como un moho ancestral, devorando su espíritu antes de que la vejez hiciera lo propio con su carne. Hitogami, ese dios sádico y omnipresente, se había reído en su cara hasta el último aliento. No lo había tocado, ni siquiera arañado su etérea existencia.

Pero incluso en la tumba que era su cuerpo marchito, había logrado un último y amargo movimiento. Un fragmento de su alma, un susurro cargado con la bilis de un siglo de dolor, enviado a través de la membrana del tiempo y el espacio. ¿Sería él mismo? ¿Una versión alterna? Poco importaba. Que alguien tuviera la oportunidad de salvarlos a todos.

Qué ironía. Él, que había buscado la paz, se había convertido en un espectro consumido por la guerra.

Roxy. Su faro, su primera esposa, su adoración. Murió por un exceso de fe en su magia. Murió por él. Fue el punto de no retorno, el inicio de una caída libre que no encontró fondo.

Cliff. El sacrificio inútil. Un escudo de carne y fe que no pudo evitar el siguiente golpe del destino. Y Elinalise, esa elfa errante, cuyo grito de dolor se había anclado en su memoria: "¡Cliff está muerto por tu culpa!" Como si necesitara más pruebas de su toxicidad, de la calamidad que representaba su mera existencia. Todos se fueron. Uno a uno, desvaneciéndose en la niebla de su incompetencia.

Silphy. Su dulce, ingenua Silphy. El recuerdo más corrosivo. La había traicionado en un acto estúpido de auto-destrucción, en una borrachera de resentimiento y vacío. Ella huyó, buscando consuelo en la revolución de la princesa, y allí encontró su muerte.

Una muerte vil, orquestada por la misma gente que la había vilipendiado.

La destrucción de Ashura. Una explosión que pulverizó un reino, dejando solo un cráter humeante; un espejo del vacío que ahora habitaba su alma. No fue suficiente.

Nunca lo era.

Zanoba. El fiel discípulo. La pequeña Julie. Masacrados. Desaparecidos sin dejar rastro, sin cuerpos que llorar. Solo quedaron los recuerdos felices, ahora convertidos en dagas incandescentes que se clavaban en su corazón.

Y por último, Eris.

> ...Murió por mi culpa. En las manos de Orsted.

>Cegado por las mentiras de Hitogami, se había enfrentado al Dragón Dios. Una exhibición patética de poder contra la omnipotencia. Eris había irrumpido en el último instante, interponiéndose entre él y el golpe fatal. Murió sin palabras.

Ghislaine lo había arrastrado lejos de la masacre. ¿Por qué salvarlo? Fue entonces cuando la verdad, cruel y tardía, lo golpeó.

Eris no se había ido por falta de amor, sino para volverse más fuerte. Para regresar como su igual. Un idiota. Un estúpido que había malinterpretado el sacrificio por el rechazo. Y ahora, ella era solo un recuerdo sangriento.

La impotencia, ese veneno que había jurado erradicar de su vida, era lo único que quedaba. El final. Se había extinguido. Y por un instante, saboreó la promesa del reencuentro.

El aire era denso, cargado de esporas y tierra húmeda. Un olor familiar a bosque virgen.

Rudeus abrió los ojos de golpe.

Estaba de pie. No en la oscuridad, sino en un claro vasto y cubierto de maleza. El shock era un puñetazo helado.

"¿Qué demonios...?"

Miró sus manos. Arrugadas, sí, pero ya no temblorosas. El cuerpo. Sentía la rigidez de la edad, pero también la fuerza latente, el flujo poderoso de un maná inagotable. El cuerpo de un anciano, pero la potencia de un semidiós.

Reconoció el paisaje. Los árboles, la luz filtrándose de cierta manera. Un terror frío lo recorrió.

El pasado.

Estaba vivo.

La magia no hacía estas cosas. La reencarnación, sí, pero no de esta manera.

No en su mismo cuerpo, saltando el abismo del tiempo.

Rudeus, el Anciano, el Inmortal Fallido, estaba de vuelta. Y había aterrizado justo el día en que su pesadilla comenzó, el día en que Eris abandonó su vida. El pecho se le contrajo en un nudo de puro dolor y rabia.

¿Un castigo? ¿Una segunda oportunidad?

Cerró los ojos, la fatiga de un siglo de desesperación pesando sobre sus párpados. No había tiempo para el drama. Su yo pasado, el de la línea temporal original, estaba en algún lugar, lamiendo sus heridas. La paradoja era lo de menos. Lo importante era que el juego había cambiado.

Con un movimiento lento y deliberado, se ajustó la capa andrajosa y mugrienta, elevando el cuello para proyectar una sombra impenetrable sobre su rostro. Un gesto innecesario, pero instintivo. La cautela era la única amiga que le quedaba.

No había tiempo para la melancolía. La madeja del destino ya estaba tejiéndose.

Era hora de moverse. Era hora de reescribir la tragedia.