Después de lo sucedido en el taller de Reginald, nos retiramos tras asegurarnos de que estuviera fuera de peligro. Fuimos directamente a casa y nos acostamos a dormir, como si el descanso pudiera borrar el cansancio acumulado, o al menos engañarnos por un rato.
Los días transcurrieron sin incidentes, deslizándose uno tras otro hasta que finalmente llegó el momento del examen.
—¿Crees que pasemos? —preguntó Isolde, visiblemente nerviosa.
—No te preocupes tanto por el resultado. Concéntrate en saber que disté lo mejor de ti —le respondí, consciente de que mis palabras apenas rasgarían la superficie de su ansiedad.
Aunque, siendo sincero, yo tampoco estaba en mi mejor momento.
Sentía una presión incómoda en la garganta, como si cada trago de saliva arrastrara consigo parte de mi confianza.
La idea de asistir a la academia se me antojaba tan ajena como incómoda.
En mi vida pasada, había abandonado la universidad antes de graduarme, aburrido hasta los huesos de su monotonía... y, claro, llevar sobre los hombros la culpa de dos asesinatos no era precisamente un estímulo para continuar.
No ayudaba tampoco la forma en que solían mirarme durante los recesos.
Para ellos, siempre fui algo así como un espécimen fuera de lugar: alguien demasiado extraño, demasiado difícil de clasificar.
Era atractivo, sí, pero la forma en la que me presentaba... digamos que no era precisamente agradable a la vista.
Tal vez, con este nuevo cuerpo, las cosas serían diferentes.
Debía calmarme.
—¿Lista? —le pregunté, levantándome.
—Sí. Solo tengo revuelto un poco el estómago —respondió, esforzándose por parecer tranquila.
Era natural. Los nervios suelen ser maestros en trastornar el cuerpo.
Debía ayudarla a recuperar el equilibrio, así que la abracé.
—No te preocupes. Pensé que no querías ir a la academia y que esto sería más fácil para ti —comenté, en un intento torpe de aligerar la atmósfera.
—No es eso… Sé que es necesario este paso para poder avanzar, y no quedar atrapados en un nivel tan bajo —dijo, devolviéndome el abrazo con una fuerza inesperada—. ¡No te preocupes! Los nervios serán momentáneos.
Solo le sonreí en respuesta y tomé su mano.
Salimos de la habitación y nos dirigimos a la cocina, donde nos encontramos con madre y padre.
—Buenos días, mis pequeños —saludó madre, con la calidez inquebrantable de siempre.
—Buenos días. ¿Cómo durmieron? —preguntó padre, escondido tras su periódico mientras sorbía su té.
Me pareció extraño verlo allí, despreocupado, en lugar de estar trabajando.
La sospecha se instaló de inmediato, como un reflejo condicionado.
Así que decidí preguntar.
—¿Tienes día libre? —pregunté con indiferencia, sentándome junto a padre.
—Sí… Estos días las cosas se han complicado un poco en cuanto a temas personales del Rey —respondió, dejando escapar un suspiro cansado—. Debido a eso me ha mantenido algo alejado, y parece que este día no será el único libre que tendré.
Se notaba que disfrutaba su trabajo.
Bueno, yo estaría igual si fuera el guardia personal del Rey… y su mejor amigo.
No era difícil imaginar la carga emocional de estar obligado a dar un paso atrás.
—¿A qué se debe eso?
Debía sacar algo de conversación.
Mi trato con ellos era mínimo; pasaba la mayor parte del tiempo encerrado en el cuarto, leyendo o acompañado de Isolde.
Salir de esa rutina era, en sí mismo, un esfuerzo.
—Bueno, hace unos días la princesa volvió de Vanylor, así que ha estado con ella para recibirla —explicó padre, mientras madre se acercaba con dos platos de comida, dejándolos frente a Isolde y a mí.
—Esa es una buena noticia —comentó madre, sentándose junto a él—. Al menos así puedes descansar, y el Rey puede pasar tiempo con su hija.
—Sí… Solo que, al parecer, la princesa sigue un poco... desconforme.
"Desconforme", ¿eh?
Una palabra tan sutil como peligrosa en los pasillos de un palacio.
—Ya veo… Pero no te preocupes… Estoy segura de que todo se arreglará —dijo madre, intentando sonar más optimista de lo que probablemente sentía.
Padre sonrió.
—¿Y ustedes? —cambió de tema con cierta nostalgia—. No he estado muy atento, pero escuché que harán el examen de admisión en la academia. Pensar que antes tan solo eran unas pequeñas ratas de este tamaño.
Hizo un gesto exageradamente pequeño con las manos, como si hubiese olvidado el tamaño real de un bebé.
—Sí. De hecho, hoy es el día del examen, así que debemos apresurarnos —respondí, dándole prioridad a la urgencia sobre la corrección de su memoria dudosa.
—Entiendo… Bueno, no coman demasiado o terminarán vomitando todo. Y tengan cuidado; no sean demasiado agresivos a la hora de pelear.
—Bien.
—¿Y tú, Isolde? ¿No estás nerviosa? —preguntó madre, notando que mi hermana estaba más concentrada en masticar que en responder.
—Esh-toy bien —dijo Isolde, con la boca aún llena de comida.
—Issy, traga antes de hablar… —le indiqué, reprimiendo un suspiro.
Isolde tragó con algo de dificultad.
—Perdón, Lucy. Y estoy bien, solo un poco nerviosa. Pero sé que todo saldrá bien.
—Ten cuidado de no herir gravemente a alguien, ¿entendido? No abuses de tu fuerza —le advirtió madre, con una seriedad que probablemente se había ganado a pulso.
—Lo entiendo.
Mentira.
A Reginald le dejó el brazo dormido, y eso que llevaba protección de metal.
—Gracias por la comida —dije, apartando mi plato con ligereza calculada.
—Gracias por la comida —repitió Isolde, imitándome con precisión.
Me levanté de mi silla.
—Volveremos después de los exámenes.
Madre también se levantó y se puso frente a mí.
—Vayan con cuidado —dijo, inclinándose para besarme en la frente.
Respondí con una sonrisa automática.
Después, se dirigió a Isolde.
—No estés demasiado nerviosa, ¿sí? Todo irá bien —le dijo, besándole también la frente.
—Gracias, mamá.
—Bien, nos vamos —dije.
—Mucha suerte en el examen —añadió padre, asomándose tras su periódico.
—Gracias.
Salimos corriendo, pero antes, les dedicamos una última sonrisa.