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Chapter 157 - El Ejército Marginado

El eco de los fuegos artificiales se desvaneció, dejando tras de sí una estela de humo y silencio sobre el Canal Rideau. Bradley y Kaira regresaron al hotel caminando despacio, hombro con hombro, envueltos en la fatiga que sigue a la euforia.

Al entrar en la habitación, Bradley apenas tuvo fuerzas para quitarse el saco del traje. Se dejó caer en la cama vestido, con los zapatos aún puestos, y se durmió al instante, como si alguien hubiera apagado su interruptor principal.

Kaira se quedó despierta un poco más, sentada en el borde de su propia cama, mirando el perfil del chico que dormía con la boca ligeramente abierta. La frase inconclusa de Bradley flotaba en el aire de la habitación oscura.

"Kaira, yo te..."

Ella no era tonta. Sabía exactamente cómo terminaba esa oración. Lo había visto en sus ojos, en la forma en que le vendó los pies, en cómo se interpuso entre ella y una escopeta. Pero Kaira, decidió en ese momento no escarbar en ello. El amor era una variable peligrosa en la ecuación de la guerra. Si lo reconocía, lo hacía real. Y si era real, tenía mucho más que perder.

—Descansa, idiota —susurró con una sonrisa triste, apagando la lámpara—. Ya habrá tiempo para las palabras cuando no estemos huyendo.

A la mañana siguiente, la atmósfera en Ottawa era eléctrica.

Bradley y Kaira, ya recuperados y vestidos con ropa formal proporcionada por el personal del Primer Ministro, fueron escoltados de vuelta a la residencia temporal.

Arthur Sterling los recibió en una sala de guerra improvisada. Mapas digitales cubrían las paredes, mostrando las rutas navales del Pacífico y el Atlántico. Junto a él, tres hombres con uniformes llenos de medallas miraban a los dos adolescentes con una mezcla de escepticismo y respeto forzado.

—Generales —dijo Sterling, su voz firme—. Estos son los enlaces de inteligencia de la Operación Genbu. Trátenlos con la misma deferencia que me tratan a mí.

Los generales asintieron rígidamente.

—Todo está en orden —informó Sterling, volviéndose hacia Kaira—. La Flota del Pacífico, con base en Esquimalt, ha recibido la orden de zarpar. Dos fragatas clase Halifax, un destructor y tres buques de suministro. Además, hemos movilizado al Regimiento de Operaciones Especiales hacia el norte.

Sterling se acercó a ellos, bajando la voz.

—He cumplido mi parte del trato. Pero tengo curiosidad. Ese hombre... Kisaragi Ryuusei. El líder de esta locura. ¿Qué clase de hombre es? ¿Es un tirano? ¿Un visionario? ¿O solo un niño con demasiado poder, como ustedes?

Kaira sonrió. Recordó a Ryuusei cargando a Sylvan, peleando con Volkhov, y vomitando oscuridad en el bosque.

—Le caerá bien, Arthur —dijo Kaira con seguridad—. Es un buen tipo. Es... chévere, como diría Bradley. No busca el poder por el poder. Carga con el peso del mundo porque nadie más quiso hacerlo. Es un líder que sangra con su tropa.

Sterling asintió, pensativo. —Ya veo. Entonces, tal vez valga la pena conocerlo. Algún día iré a esa montaña. Quiero ver a la tortuga y al hombre que me obligó a desafiar a Japón.

Un asistente entró corriendo. —Señor Primer Ministro, las cámaras están listas. El mundo está esperando.

Sterling se ajustó la corbata. Su rostro cambió. El hombre cansado desapareció, reemplazado por el Estadista.

—Es la hora.

El Primer Ministro de Canadá se paró frente al podio, con la bandera de la hoja de arce a su espalda. Millones de personas sintonizaban la transmisión en vivo: en Tokio, en Moscú, en Washington, y en una base subterránea en Alberta.

Sterling miró a la cámara con gravedad.

—Canadienses, ciudadanos del mundo —comenzó, su voz resonando con una autoridad solemne—. Vivimos tiempos oscuros. Tiempos donde la fuerza bruta amenaza con eclipsar la justicia. Hemos visto con horror los eventos en la Plaza Roja. Hemos visto cómo la soberanía de una nación ha sido violada bajo pretextos de seguridad.

Hizo una pausa, dejando que el peso de sus palabras se asentara.

—Canadá siempre ha sido un faro de paz. Pero la paz no es pasividad. La paz no es mirar hacia otro lado cuando el vecino sangra. La historia nos juzgará no por lo que dijimos, sino por lo que hicimos cuando la tiranía tocó a la puerta.

Sterling levantó la barbilla, desafiante.

—Por eso, hoy anuncio que Canadá no permanecerá neutral. He ordenado el despliegue inmediato de nuestras Fuerzas Armadas hacia el Pacífico Norte. Esto no es una declaración de guerra contra Japón. Es una Declaración de Humanidad hacia Rusia.

El Primer Ministro miró directamente a la lente, sabiendo que Aurion lo estaría viendo.

—Llevaremos alimentos. Llevaremos medicinas. Llevaremos ingenieros para reconstruir lo que el fuego destruyó. Pero también llevaremos escudos. Nuestros barcos protegerán a los inocentes. Nuestras tropas asegurarán corredores humanitarios. Canadá extiende su mano para ayudar, pero mantiene la otra en la espada para defender. No buscamos el conflicto, pero no tememos proteger la dignidad humana. Que el mundo sepa que en el Norte, la libertad aún tiene un guardián.

La transmisión se cortó con el himno nacional.

En la sala de espera, Bradley soltó el aire que no sabía que estaba conteniendo.

—Lo hizo —susurró.

—Lo hicimos —corrigió Kaira.

Horas más tarde, Arthur Sterling estaba solo en su despacho privado. La euforia del discurso se había disipado, reemplazada por el silencio opresivo de las consecuencias.

Su ordenador emitió un pitido agudo. Una notificación roja parpadeaba en la pantalla segura.

REMITENTE: COMANDO CENTRAL DE LA OTAN (BRUSELAS).ASUNTO: URGENTE - DIRECTIVA DE NO INTERVENCIÓN.

Sterling sintió un frío en el estómago. Abrió el correo.

> Primer Ministro Sterling,

> El Consejo del Atlántico Norte ha revisado su reciente despliegue unilateral hacia la zona de conflicto en Rusia. La OTAN no ha sancionado esta operación. Las acciones de Canadá se consideran fuera del Artículo 5.

> Se le advierte formalmente: Si las fuerzas canadienses entran en combate directo con la Asociación de Héroes de Japón o con el activo conocido como Aurion, y esto resulta en una represalia contra territorio canadiense, la Alianza NO intervendrá.

> La OTAN no arriesgará una guerra nuclear o metahumana global por una "misión humanitaria" no autorizada. Están solos en esto. Además, si su operación tiene éxito y altera el equilibrio de poder de manera que comprometa la seguridad de la Alianza, se iniciarán los protocolos para la suspensión de Canadá como miembro activo.

> Procedan con extrema cautela. Dios los ayude, porque nosotros no lo haremos.

> — Secretario General.

Sterling se dejó caer en su silla de cuero. El correo era una sentencia de muerte diplomática. Habían sido abandonados. Si Aurion decidía volar Toronto mañana, Estados Unidos y Europa mirarían hacia otro lado.

El "cobrador de deudas" se llevó las manos a la cabeza, sintiendo el peso aplastante de la realidad. Había apostado su país en una jugada de póker instigada por dos adolescentes y un terrorista enmascarado.

Sterling, el hombre que creía en las leyes y los contratos, cerró los ojos.

—Dios... —susurró, entrelazando sus dedos temblorosos—. Sé que nunca te he pedido nada. Siempre he creído en la letra pequeña. Pero hoy... hoy te pido por mi gente. No permitas que mi orgullo sea su tumba. Protege a esos barcos. Protege a Canadá de la ira de los dioses.

Se quedó allí, orando en silencio, un burócrata solo contra el fin del mundo.

Pasaron las semanas.

El invierno llegó y se fue, dejando paso a una primavera tardía en las Montañas Rocosas. La guerra en el Pacífico se había estancado en una tensa guerra fría gracias a la presencia canadiense, que actuaba como un escudo diplomático que Japón no se atrevía a atacar abiertamente todavía.

En la Base Genbu, la vida había cambiado. El entrenamiento había dado sus frutos. Los adolescentes asustados se habían convertido en soldados.

Ese día, el aire en la base era diferente.

Ryuusei estaba en la entrada del túnel, sin máscara, mirando hacia el camino forestal. A su lado estaban Aiko, Volkhov, Amber y Sylvan (ahora con la apariencia de un niño de siete años).

A lo lejos, un vehículo todo terreno del ejército canadiense apareció entre los árboles, seguido por una limusina negra blindada que parecía fuera de lugar en el barro.

El vehículo se detuvo. La puerta se abrió.

Primero bajó Bradley.

Ya no era el chico escuálido con zapatillas rotas. Llevaba un uniforme táctico gris, botas militares y se movía con una seguridad nueva. Había crecido, sus hombros eran más anchos, su mirada más atenta.

Luego bajó Kaira.

Llevaba un abrigo largo blanco, impecable como siempre, pero había algo diferente en ella. Una dureza en la mandíbula, una autoridad que emanaba sin esfuerzo.

Ryuusei no esperó. Rompió el protocolo de líder estoico y caminó hacia ellos.

—¡Llegaron! —gritó Aiko, corriendo para abrazar las piernas de Kaira.

Ryuusei llegó frente a Bradley. Los dos se miraron un segundo.

—Llegas tarde —dijo Ryuusei, pero sonreía.

—El tráfico en la frontera estaba terrible —bromeó Bradley.

Ryuusei lo abrazó. Fue un abrazo fuerte, de hermanos de armas. Luego abrazó a Kaira, con cuidado, sabiendo lo que había sacrificado.

—Lo hicieron —susurró Ryuusei al oído de Kaira—. Salvaron la Operación. Gracias.

—Solo hice lo que tenía que hacer, jefe —respondió Kaira, permitiéndose un momento de debilidad al apoyarse en él.

El resto del equipo se unió. Volkhov le dio una palmada a Bradley que casi lo tira al suelo. Amber saludó a Kaira con un asentimiento respetuoso. Sylvan corrió alrededor de ellos, mostrando sus nuevas ardillas entrenadas.

Pero la reunión fue interrumpida por el sonido de una puerta de coche cerrándose.

De la limusina negra, bajó un hombre. Llevaba un abrigo de lana caro y zapatos que no estaban hechos para la montaña. Caminaba con la ayuda de un bastón elegante, cojeando ligeramente —un recuerdo permanente del día en que Bradley lo "convenció"—.

El grupo se calló.

Arthur Sterling, el Primer Ministro de Canadá, caminó hacia ellos. Sus guardias se quedaron atrás.

Se detuvo frente a Ryuusei.

Se midieron con la mirada. Sterling vio la cara de Ryuusei, la juventud en su rostro y la oscuridad antigua en su mirada (la sombra de Snow). Ryuusei vio el cansancio en los ojos de Sterling, el peso de la traición de la OTAN y la firmeza de un hombre que ha quemado sus naves.

—Primer Ministro —dijo Ryuusei, inclinando la cabeza ligeramente en señal de respeto.

—Kisaragi —respondió Sterling, apoyándose en su bastón—. Me dijeron que eras joven. Pero no imaginé que fueras... esto.

—Las apariencias engañan, señor. Usted parece un hombre que sigue las reglas, y sin embargo, ha desafiado al mundo por nosotros.

Sterling soltó una risa seca. —No lo hice por ustedes. Lo hice por la deuda. Y porque tus enviados fueron muy... persuasivos.

Miró a Bradley y Kaira con una mezcla de rencor y afecto paternal extraño.

—Quería verla —dijo Sterling, mirando hacia la montaña—. Quería ver por qué he arriesgado a mi país. ¿Dónde está?

Ryuusei sonrió.

—Aiko, despiértala.

Aiko grito en voz fuerte. El suelo retumbó.

La montaña detrás de ellos se movió. La nieve se sacudió de los árboles cuando la inmensa cabeza de la Tortuga Genbu se elevó lentamente, eclipsando el sol. El ojo gigantesco de la bestia se abrió, fijándose en el pequeño político.

La tortuga exhaló su vapor característico. HHHAAAAAAA.

Sterling se quedó boquiabierto, su bastón temblando en su mano. Se quitó el sombrero, empequeñecido ante la majestuosidad de la criatura.

—Dios santo... —susurró Sterling—. Es real.

—Es real —confirmó Ryuusei, parándose a su lado—. Y es nuestra única oportunidad. Bienvenido a la Resistencia, Primer Ministro. Ahora somos aliados en el fin del mundo.

Sterling miró a la tortuga, luego a los jóvenes soldados, y finalmente a Ryuusei. Enderezó la espalda, recuperando su dignidad.

—Entonces, Kisaragi... invítame a pasar. Tenemos una guerra que planear y una Alianza que nos ha dado la espalda. Si vamos a caer, caeremos peleando.

Ryuusei extendió la mano hacia la entrada del túnel.

—Después de usted, Arthur.

Juntos, el líder rebelde y el líder nacional entraron en la montaña viviente, mientras la nieve comenzaba a caer suavemente, cubriendo sus huellas y sellando el pacto que definiría el destino de la humanidad.

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