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Chapter 27 - capítulo 27

Anubis,

sentado en el trono de su nave insignia, observó cómo la flota de Korr se

retiraba, desactivando los inhibidores hiperespaciales para escapar.

Él no los detuvo. En lugar de eso, ordenó a su propia flota que se dirigiera al

lugar donde se encontraba Korr. Una vez que él cayera, Anubis podría reclamar

sus territorios y poner fin a la guerra.

La razón del repliegue de Korr era clara: Anubis ya había

concluido su conquista de los demás territorios, y más de diez mil Ha'tak

venían ahora a reforzar su flota principal.

Korr se preparaba para reunir todas sus fuerzas, pero esta

vez Anubis lo superaba en una proporción de tres naves por cada una de las

suyas. Además, Anubis no tenía intención de invadir nada: destruiría el planeta

donde Korr se ocultaba, reduciéndolo a polvo espacial. Los ejércitos jaffa no

participarían en esta batalla.

Anubis también conocía el plan de su enemigo; él ya lo había

visto antes. Korr planeaba paralizarlo con su poder psíquico mientras sus

aliados se encargaban de su flota, que, sin las órdenes de su líder, lucharía

desorganizada hasta que el arma en Dakara fuera activada.

Pero todo eso estaba previsto por Anubis. Una vez que los replicadores fueran

destruidos, él tenía una contramedida para reactivarlos. El plan de Korr se

basaba en que podría detenerlo con su mente, como ya había intentado en el

pasado.

Anubis esperó media hora. Su nave insignia podía atravesar

la galaxia en segundos, pero el resto de su flota, operada y potenciada por

replicadores, no. Él había limitado deliberadamente su tecnología, ya que la

tecnología replicadora era volátil y poco confiable. No podía apostarlo todo a

ella.

La flota de Anubis salió del hiperespacio a unos miles de

kilómetros de la de Korr, que se ocultaba en un planeta desértico y sin

atmósfera, en el centro de su territorio.

Korr era aún más paranoico que Anubis, y solo utilizaba marionetas para moverse

por la galaxia. Anubis había adoptado la misma estrategia, usando clones de sí

mismo.

Mientras las casi veinte mil naves capitales de Anubis se

desplegaban para el ataque y lanzaban bombarderos al'kesh, la flota de Korr

defendía el planeta. Al frente estaba una de sus marionetas, apoyada por tres

replicadores humanos que actuaban como sus heraldos.

Anubis tuvo que admitir que se sentía aliviado de que entre

esos heraldos no estuviera aquel que enfrentó en la Tierra, el mismo que logró

dispararle desde el hiperespacio. Por suerte, en esa ocasión Anubis había

planeado su propia captura, en caso de que el ataque fallara. Sospechaba que

Korr estaba aliado con los humanos, y no se equivocaba.

Pero ahora, enfrentarse a ese heraldo habría sido problemático, ya que usaba

habilidades cercanas a la ascensión. Habilidades que estaban prohibidas para

Anubis. Si cruzaba ese límite, los seres ascendidos caerían sobre él.

Por eso estaba preparado para sacrificar parte de su flota

como escudo mientras enfrentaba a Korr. Pero la debilidad de sus enemigos

jugaba a su favor. Ese heraldo —al que Anubis consideraba más peligroso que al

propio Korr— estaba en Dakara, protegiendo a los humanos, a media galaxia de

distancia.

Unos minutos después, las flotas se encontraron. Como Anubis

esperaba, tan pronto se acercó lo suficiente, Korr fijó todo su poder psíquico

sobre él.

Mientras tanto, las naves insignia intercambiaban fuego, aunque la potencia de

sus escudos hacía que el daño fuera mínimo.

Anubis sonrió al verse a sí mismo, sentado en su trono en un

espacio oscuro, con Thor frente a él.

—Anubis, nunca pensé que tuvieras tendencias suicidas. Reír

justo antes de morir... —dijo Korr con curiosidad.

Anubis, que se mostraba como un hombre alto y de mediana

edad, no dejó de sonreír ante la ignorancia de su enemigo, que sin saberlo le

estaba entregando la victoria.

—Korr, ¿crees que no conocía tu plan, después de que ya

intentaste jugarte la vida contra mí? —replicó Anubis.

—¿Mi vida contra ti? —preguntó Korr con desprecio—. Anubis,

a diferencia de ti, yo tengo aliados en los que puedo confiar. Mientras tu

conciencia está aquí, Thor coordina a mis replicadores, y mi flota es dirigida

por mis señores menores. Tú, en cambio, estás solo. Tus replicadores son como

pollos sin cabeza, y mi flota se encarga de ellos. Solo debemos esperar aquí a

que la batalla termine, y entonces veremos a dónde escaparás después —dijo con

seguridad.

Anubis se carcajeó ante la ignorancia de su enemigo.

—Korr, solo escucho como presumes de tu debilidad. Yo soy un

dios, y un dios no necesita aliados. Mi poder es absoluto. Tú eres un simple

mortal que no conoce sus propios límites —dijo, y Korr frunció el ceño cuando

sintió que el poder psíquico de Anubis empezaba a crecer, envolviéndolo como si

fuera una mera sabandija en sus manos.

—Korr, antes ya mostraste los límites de tu poder psíquico

frente a mí, y por eso comprendí el nivel de tu ignorancia al pensar que somos

iguales. Lo que enfrentaste entonces era solo un señuelo. Ni siquiera fui capaz

de simular completamente mi poder, y aun así basaste todo tu plan en esa

ilusión. Tu caída será fruto de tu ignorancia —se burló Anubis, separando su

conciencia para volver a la batalla…

Anubis se tensó.

—¿Así que soy un ignorante? —replicó Korr, recostándose en

su trono. 

Anubis parpadeó, confuso: estaba sintiendo la presencia de

otros tres Korr, enviando su poder psíquico desde distintos puntos de la

galaxia…

No. No podía ser. No eran cuatro versiones distintas… era el

mismo Korr. Lo cual significaba…

—No es lo que estás pensando —dijo Korr, poniendo los ojos

en blanco—. Ya antes había dividido mi cuerpo en cuatro partes. Siempre he sido

precavido con mi propia seguridad. Y tú, Anubis, en tu arrogancia, creíste que

habías dado conmigo…

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Anubis, alarmado, al

percibir que la flota de Korr comenzaba a retirarse.

—Ah, lo has notado —dijo Korr, apretando los dientes—. Antes

de tu llegada, ya lo tenía todo planeado para disfrutar de una vida pacífica en

este mundo.

»Anubis, no soy una persona ambiciosa. Me gusta la paz.

También soy humilde: cualquiera que no quiera arrodillarse ante mí es libre de

marcharse. No disfruto la guerra ni el asesinato. He tolerado a los Señores del

Sistema durante años, incluso antes de tu regreso, sin matar a ninguno. Así de

grande es mi paciencia y amabilidad.

»Pero tú, Anubis… tú lograste lo que ni todos los Señores

del Sistema juntos consiguieron: hacerme enojar. Y ahora que estás frente a mí,

¿pretendes que te deje ir y hagamos las paces?

»Anubis, te voy a matar. Aunque tenga que cortarme las

piernas y las manos, ¡te arrastraré al infierno! —sentenció Korr.

—¡No puedes matarme! ¡Soy inmortal! —protestó Anubis. Pero,

en el fondo, no estaba tan seguro…

Korr se carcajeó.

—Anubis, tú mismo has estado creando clones… incluso dejaste

uno a mi merced. Por supuesto, con eso no puedo matar a un ser ascendido. Ellos

pueden alterar la realidad, evitar que su energía sea dispersada por mis armas

o incluso impedir que yo actúe. Pero dime algo: ¿tú puedes hacer lo mismo?

—preguntó Korr con una sonrisa demente.

—Korr, espera… acepto servirte —dijo Anubis, comprendiendo

que su muerte era inminente. Él no era como Korr, que solo perdería una parte

de sí mismo; Anubis no tenía ningún respaldo. No era capaz de dividir su

cuerpo.

—¡Me servirás en el infierno! —sentenció Korr.

—No… espera, podemos conquistar esta galaxia juntos. ¡Sé

cómo destruir a los ascendidos…!

La flota de Korr terminó de retirarse, mientras la de

Anubis, controlada por replicadores, seguía sus órdenes sin cuestionar. Al ver

que sus enemigos se alejaban, los replicadores continuaron su avance hacia el

planeta, iniciando el bombardeo que lo destruiría por completo. 

Anubis creía que allí se encontraba el verdadero Korr. Pero

Korr había dividido su cuerpo en cuatro partes, y esa era solo una de ellas.

Una que había mostrado deliberadamente a Anubis para descubrir qué

tramaba. 

Al final, la arrogancia y fe ciega de Anubis en sí mismo

serían su perdición.

Korr tenía razón: en este universo, sin importar el poder

que se poseyera, cualquiera podía morir en cualquier momento. Por eso, la

seguridad siempre debía ser su prioridad. Los humanos y sus aliados serían, a

partir de ahora, escudos de carne en el futuro.

Desde el planeta surgió un destello de luz, seguido de una

energía que amenazaba con desgarrar el mismísimo espacio. Alimentada por una

fuente de energía Arturo cubrió a Anubis y a su flota en un instante, y luego

engulló todo el sistema solar. 

La energía alteró incluso las constantes fundamentales del

universo en esa zona, convirtiéndola en un cementerio vacío, un lugar donde la

realidad misma parecía distorsionarse.

Mientras todo esto ocurría, la marioneta de Korr se

revolcaba a los pies de 02. Nunca había sentido tanto dolor. Todos aquellos con

poderes psíquicos en la galaxia podían escuchar sus gritos de angustia y

desesperación. 

Pero en su ment, Korr se carcajeaba con una risa salvaje. La

cucaracha que llevaba dos años molestándolo por fin estaba muerta.

Dakara.

—Mierda, están llegando —dijo Jack, mirando las proyecciones

en una pantalla frente a él.

El Mayor Davis se las había ingeniado para traer esa

información hasta allí, sorteando la batalla encarnizada que sostenían los

jaffas en el exterior del templo y la zona del portal.

Daniel también estaba aturdido por la cantidad de naves que

se acercaban.

—¿De dónde sacaron tantas naves los goa'ulds? —preguntó

Daniel.

—Daniel Jackson, los goa'ulds controlaron decenas de miles

de mundos en toda la galaxia durante milenios. Sus naves estaban en manos de

señores menores que protegían sus territorios. Pero ahora Anubis es dueño de

todo, y no teme que nadie más lo ataque. Su única amenaza somos nosotros

—explicó Teal'c.

—Aún le quedan los territorios de Korr —comentó Jack.

—Korr no lo ha provocado en las últimas seis horas —acusó

Jacob.

—Más trabajo y menos charla por allá —reprendió Jack,

señalando al grupo que trabajaba en el arma.

—Señor, solo unos minutos más —dijo Carter.

—Carter, no quiero alarmarla, pero no creo que tengamos ni

unos segundos —replicó Jack, alarmado, al ver miles de naves emergiendo del

hiperespacio en la órbita del planeta, a través del holograma de su sistema

personal, que era su fuente de información de lo que ocurría en el exterior y

que ahora mostraba lo que sucedía en el espacio.

00 se apartó de la consola y su pecho comenzó a brillar. En

ese instante, un escudo energético se desplegó, cubriendo todo el templo, sus

alrededores y el portal.

En el holograma se mostraban las bionaves rodeando a las

pocas naves restantes de la flota humana, creando un escudo para protegerlas.

Al mismo tiempo, más y más Ha'tak goa'ulds salían del hiperespacio, abriendo

fuego contra las bionaves y el planeta.

Los que trabajaban en el arma no dejaron de hacerlo, pero

sus miradas se desviaban hacia el holograma, donde el enorme escudo los

protegía, generado por 00, que levantaba los brazos como si sostuviera el

cielo.

—¿Cuánto tiempo puedes resistir? —preguntó Jack.

—¿Con miles de naves atacando? Será interesante averiguarlo

—respondió 00 con una pequeña sonrisa. Pero luego hizo una mueca… y Daniel

entendió por qué.

La flota replicante comenzaba a lanzar bloques de

replicadores contra ambos escudos.

—Esto lo complica el doble. Dejaré pasar a los más

insistentes para ahorrar energía —anunció 00, justo cuando fuertes estruendos

comenzaron a escucharse afuera. 

Daniel empuñó su arma, al igual que Jack, que notificó la

inminente invasión de replicadores.

Segundos después, un grupo de replicadores llegó hasta

ellos. 

«Dios», pensó Daniel, al verlos cubrir el techo, las paredes

y el suelo. Los refuerzos no llegarían a tiempo…

De repente, los replicadores empezaron a retorcerse y a

chillar, para luego descomponerse en partículas.

Daniel miró esperanzado hacia el arma, esperando que hubiese

sido activada, pero Sam negó con la cabeza. Entonces miró a 00.

—Un cerebro superior —fue la única respuesta de 00. Pero no

había diversión en sus ojos. Y eso indicaba que no tenía tiempo ni fuerzas para

relajarse.

—Jack, no creo que ella aguante mucho más —dijo Daniel con

preocupación. Si 00, que solía bromear en las peores situaciones, estaba seria,

eso solo podía significar una cosa: estaba al límite.

—Daniel, sigue disparando —ordenó Jack, con los dientes

apretados, mientras derribaba replicadores que intentaban entrar en la sala.

Segundos después, un disparo de plasma atravesó el techo,

filtrando energía. Una columna se vino abajo. Por suerte, estaba en una

esquina.

«Ha llegado a su límite», pensó Daniel, justo cuando una

enorme sombra cubrió el escudo en la pantalla. 

Era una nave goa'uld… no, una bionave.

En la pantalla se podía ver claramente su casco perforado.

Debajo, material orgánico, similar al de la nave de 00 y la de los replicadores

humanos.

Daniel comprendió por qué no la había detectado antes. Las

bionaves tenían muchas ventajas: podían ocultarse fácilmente y eran

increíblemente rápidas. Eso significaba que aquella nave había salido del

hiperespacio a altísima velocidad y se había precipitado directamente hacia el

templo, interponiendo su escudo para reemplazar a 00.

00 también lo entendió. Desactivó su escudo justo antes de

caer, permitiendo el impacto de cientos de bloques replicadores.

Pero antes de tocar el suelo, un hombre apareció y la

sostuvo en brazos. Él vestía una falda egipcia, brazaletes, grebas y un casco

dorado con forma de escorpión, que llevaba una joya escarlata incrustada en la

parte posterior. 

Era alto, de cabello blanco ceniciento y ojos completamente

blancos, como si estuviera ciego. 00 se abrazó a él.

—Creador… ¿estás bien? Te escuché llorar. ¿Hemos ganado?

—preguntó 00 con expectación.

—¡No he llorado! Y ¡por supuesto que hemos ganado!

—respondió el hombre, alzando una mano hacia la puerta.

Los replicadores que intentaban ingresar comenzaron a

retorcerse y desintegrarse, igual que antes.

Los replicadores venían en oleadas interminables. Apenas

eran destruidos, ya había más reemplazándolos. Pero entonces, el arma se activó

y comenzó a marcar el portal, liberando ondas que chocaron contra los

replicadores. Los replicadores solo lograron avanzar un par de metros dentro de

la habitación antes de descomponerse: primero la mitad, luego la otra mitad, y

por último, un replicador solitario que, Daniel juraría, chilló de indignación.

—¡Carter, bien hecho! —exclamó Jack con entusiasmo—. Ustedes

también —agregó con desgana, al notar que los demás científicos que trabajaban

en el arma lo miraban.

Daniel miró al hombre que sostenía a 00 en brazos y que, en

ese momento, le daba un beso en la frente. 00 sonreía. El hombre le dirigió la

mirada a Egeria, que le dedicó una sonrisa que lo hizo estremecerse antes de

desaparecer en un destello.

—Sin presentaciones —comentó Jack—. Eso ahorra tiempo

—añadió con satisfacción.

—Jack, esto aún no termina. Tenemos que ponernos en contacto

con los mundos capturados por Anubis —dijo Daniel—. Con la destrucción de los

replicadores, la señal que transmitían también se ha cortado. Ahora hay

millones de personas que no saben qué estaba pasando, si están a salvo o si

Anubis volverá para masacrarlos —explicó con urgencia.

—Podemos ayudar con eso —intervino 03, apareciendo junto a

04—. Ahora que los replicadores y Anubis han desaparecido, nuestra red de

satélites volverá a estar activa en unos minutos. Podemos transmitir en vivo

—añadió, mirando a Jack—. Será mejor que tú hables.

—Eso fue algo injusto —se quejó Thor cuando Korr regresó a

su puente, llevando a 00 en brazos.

—Thor, el juego ha terminado —respondió Korr, negando con la

cabeza.

—Sin nuestra victoria contra Anubis, ellos no habrían sido

rivales en una guerra contra una flota de replicantes —sentenció Thor. Korr

asintió.

Con los replicadores bajo el control de Anubis, era

imposible derrotarlos. La parte más importante de esta batalla la habían

librado en las sombras, pero la nueva alianza de los humanos necesitaba una

victoria visible. Al menos la mitad de ella: la derrota de los replicadores.

Korr pensaba reclamar sus derechos sobre la muerte de Anubis. Había sacrificado

demasiado para llegar a este final, y no sabía cuándo podría recuperarse. Por

ahora, solo había logrado calmar su dolor al poner el resto de su cuerpo en coma,

dejando activa solo una pequeña porción de su mente.

El problema de ser la máxima existencia física de este mundo

era que el tratamiento médico no estaba disponible para él. Dependía

completamente de su cuerpo para curarse, pero teniendo en cuenta que acababa de

desintegrar una cuarta parte de sí mismo, el daño había sido demasiado

traumático como para enfrentarlo de inmediato. Tenía que tomarse las cosas con

calma.

Korr suspiró.

—Mi parte ya está hecha. La galaxia es libre y no queda

rastro de tecnología goa'uld. Ahora debo regresar a mi propio imperio para

organizarlo y reclamar mis recompensas —dijo Korr. Thor asintió.

—La flota Asgard brindará ayuda humanitaria y colaboraremos

con los traslados, si es necesario —declaró Thor antes de que su proyección

desapareciera.

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