Hospital de Konoha
Un año después de la Cuarta Gran Guerra Ninja
La voz resonó por los pasillos del Hospital de Konoha, llena de una mezcla imposible de ansiedad y emoción apenas contenida.
—¡Déjame verla!
Un Uchiha de pelo negro caminaba de un lado a otro, incapaz de quedarse quieto, casi ignorando las miradas del personal médico. Había regresado de muy lejos, había cruzado países enteros solo por este momento. El mundo podía esperar. Las misiones podían esperar. Pero no esto, no ahora.
—Por favor, cálmese —dijo una enfermera esforzándose por mantener la compostura—, puede entrar ahora.
El hombre se detuvo bruscamente. A su lado, un Uzumaki rubio soltó una risa nerviosa y le puso una mano en el hombro.
—Te dije que todo estaría bien, teme —dijo, aunque su sonrisa no logró ocultar del todo su tensión.
Caminaron juntos por el pasillo hasta llegar a la habitación. Dentro, el ambiente era cálido y tranquilo, como si incluso el mundo mismo hubiera decidido mostrar respeto. Junto a la cama, una mujer rubia sostenía la mano de Sakura. Sakura yacía allí, exhausta, pero despierta. Había estado allí todo el tiempo, sin separarse de ella ni un segundo.
El Uchiha hizo una pausa cuando la vio y asintió brevemente y respetuosamente.
—Gracias —murmuró.
Ella respondió con una sonrisa amable. No hacían falta palabras.
Luego dio otro paso adelante.
En la cama, Sakura acunaba a un recién nacido envuelto cuidadosamente en mantas. Su cabello rosado yacía desordenado sobre la almohada, pero su expresión era tranquila. Cansado... pero feliz. El bebé dormía plácidamente, con un gorrito y un pijama demasiado grande para su pequeño cuerpo.
Sintiendo la presencia frente a él, el niño abrió lentamente los ojos.
Un verde claro e intenso.
Por un instante, padre e hijo se miraron fijamente. El bebé lo observaba en silencio, como si intentara comprender quién era realmente aquella figura de cabello negro que se inclinaba sobre él.
—Cariño… —susurró Sakura suavemente, con voz cansada pero firme—. Abrázalo. Es tuyo, es tu hijo.
Sasuke dudó. Por primera vez, el miedo no provenía de un enemigo ni de una batalla perdida, sino de algo mucho más frágil. Con cuidado, quizá con demasiado cuidado, como si temiera romper algo irremplazable, tomó al bebé en brazos.
El niño se rió.
Una risa breve, torpe y sincera. Extendió la mano y agarró con entusiasmo uno de los dedos de Sasuke, lleno de curiosidad. Algo dentro del Uchiha se quebró un poco. Una lágrima resbaló por su mejilla.
—Eres… hermosa —murmuró, formando una sonrisa que no mostraba desde hacía años.
Después del nacimiento, la casa Uchiha volvió a tener luz por primera vez en mucho tiempo.
No hubo una celebración ruidosa. Ni visitantes constantes ni risas estridentes. Era algo más íntimo, más frágil. Sakura se movía con cuidado por las habitaciones, sosteniendo al bebé con una naturalidad que había aprendido demasiado rápido. Sasuke observaba en silencio, apoyado en la pared, como si aún no pudiera aceptar del todo que ese lugar se hubiera convertido de nuevo en un hogar.
Las noches eran tranquilas. Demasiado tranquilas, a veces.
El llanto del bebé se mezclaba con el crujido de la madera, con pasos que se detenían antes de llegar a la puerta, con miradas largas que nunca encontraban las palabras adecuadas. Sasuke estaba allí... pero no del todo allí.
Una noche, mientras el bebé dormía, Sakura lo encontró preparando su equipo.
No hubo gritos ni reproches inmediatos.
—Te vas, ¿no? —preguntó ella, aunque ya sabía la respuesta.
Sasuke no la miró al principio, no de inmediato.
—Hay cosas que aún no se han resuelto —dijo al fin—. No puedo quedarme sabiendo eso.
Sakura apretó los labios. No discutió. No lo detuvo. Simplemente abrazó al niño con más fuerza, quizá demasiado fuerte.
—¿Y qué pasa con él? —preguntó.
Sasuke levantó la mirada por un momento. Sus ojos se posaron en la pequeña figura dormida.
—Aquí estará seguro —respondió— contigo.
No era una excusa. Era una cruel verdad.
Antes del amanecer, Sasuke se fue. Sin grandes promesas. Sin certeza de cuándo regresaría. Dejó atrás un hogar que apenas comenzaba a tomar forma.
Sakura no lloró ese día. Lloró después.
Crió sola a su hijo, pues había aprendido a ser fuerte tantas veces. Hablaba de su padre sin rencor, sin adornos, sin mentiras innecesarias. Y el niño creció comprendiendo, mucho antes de poder expresarlo con palabras, que algunas personas amaban a distancia.
Tiempo después nació Sarada. Y con ella, la casa volvió a llenarse de vida. El niño asumió su rol sin que nadie se lo pidiera. Observaba, protegía, aprendía a dar espacio y asumía responsabilidades que no correspondían a alguien de su edad.
La ausencia se volvió rutina. La paz se convirtió en un concepto cuestionable.
Cuando Naruto Uzumaki fue nombrado Séptimo Hokage, el niño ya tenía edad suficiente para comprender que el mundo celebraba algo importante. Observó la ceremonia entre la multitud, con Sarada aferrada a la mano de Sakura. Todos sonrieron. Todos aplaudieron.
Él sólo observaba.
Porque incluso entonces… algo no estaba del todo bien.
