WebNovels

Chapter 8 - El Arte de la Nada y la Escalera de Ceniza

La ascensión hacia el Templo de la Prajna no fue una caminata; fue una inmersión en las profundidades de un océano invisible.

 A medida que Akira, Sayuri y Kuromaru ganaban altura en la montaña sagrada del País del Bosques, la atmósfera cambiaba drásticamente. No era la falta de oxígeno lo que quemaba los pulmones, sino la densidad negativa del ambiente.

El bosque gris que los rodeaba se había transformado en un paisaje surrealista. Los árboles ya no estaban simplemente secos; se estaban desintegrando. Al rozar una rama con el hombro, esta no se quebraba, sino que se deshacía en un polvo fino y calcáreo que flotaba en el aire estático.

—Mi chakra... —jadeó Sayuri, deteniéndose para apoyarse en una roca cubierta de líquenes blancos—. Se siente como si estuviera caminando con pesas en los tobillos. Mi flujo interno está luchando constantemente para no ser succionado hacia afuera. Es agotador solo existir aquí.

Akira se detuvo unos pasos más adelante. Su rostro estaba cubierto de una fina capa de sudor frío. Paradójicamente, su condición de Chūnin con reservas de chakra medias era una ventaja en este entorno. Sayuri, siendo una Jōnin de élite con grandes reservas, sufría más; el Campo Cero tiraba con más fuerza de aquellos que tenían más energía que ofrecer, como una sanguijuela que prefiere una arteria principal a un capilar.

—Es el mecanismo de defensa pasiva de Kitsune —explicó Akira, consultando el Diario 2 con manos temblorosas—. Tateshina lo llamó "Gradiente de Presión Osmótica". El Sello Cero crea un vacío en el centro. Todo el chakra de la montaña está fluyendo hacia el templo. Si intentas usar un jutsu aquí, tendrás que gastar el triple de energía: una parte para la técnica y dos partes para evitar que el ambiente se la trague antes de que se forme.

Kuromaru emitió un gemido bajo. El gran lobo caminaba pegado al suelo, con el pelaje erizado no por agresión, sino por instinto de conservación. Para una criatura nacida del chakra salvaje, este lugar era una abominación.

—Huelo azufre —dijo el lobo, su voz retumbando en el silencio opresivo—. Y arcilla húmeda. Los intrusos están cerca. Arriba.

Akira guardó el diario y sacó un puñado de senbon (agujas metálicas).

—Akatsuki —susurró—. Deben estar teniendo los mismos problemas que nosotros. Eso nivela el campo de juego. O nos mata a todos más rápido.

—Doton y Explosivos... —recordó Sayuri la deducción de Akira—. Si es quien creo que es, estamos en problemas. Deidara de Iwagakure. El Bombardero Loco.

—Y si está Deidara, su compañero no estará lejos. —Akira ajustó las correas de su mochila—. Mantén el perfil bajo. En este lugar, el sigilo no es una opción, es la única forma de sobrevivir.

...

Avanzaron otros quinientos metros, ocultándose tras las raíces gigantescas de los árboles milenarios muertos. El sonido del silencio absoluto fue roto repentinamente por una detonación.

¡AUGE!

No fue una explosión limpia. Fue un sonido sordo, ahogado, como si la pólvora hubiera detonado bajo el agua. Una nube de humo negro se elevó a unos trescientos metros por encima de ellos, cerca de la entrada principal del templo en ruinas.

—¡Maldita sea! ¡Maldita sea esta montaña estúpida! —gritó una voz que resonó por la ladera. Era una voz joven, arrogante y llena de frustración.

Akira y Sayuri se asomaron con cautela desde detrás de una formación rocosa.

En una explanada de piedra frente a las escaleras del templo, vieron a dos figuras vestidas con las inconfundibles capas negras con nubes rojas de Akatsuki.

El primero era Deidara. El renegado de la Roca estaba de pie sobre un pájaro de arcilla gigante, pero el pájaro volaba de forma errática, perdiendo altura y deshaciéndose en grumos de barro inerte.

—¡Mi arte es una explosión! ¡No este... este chisporroteo patético! —gritó Deidara, lanzando una araña de arcilla hacia las puertas del templo.

La araña saltó, pero a mitad de camino, su brillo blanco de chakra se apagó. Cayó al suelo como un simple trozo de barro y rodó inofensivamente. El Campo Cero había absorbido el chakra explosivo (C1) antes de que pudiera detonar.

La segunda figura estaba sentada tranquilamente en una roca, observando el berrinche de su compañero. Llevaba una máscara naranja con un patrón en espiral y un solo agujero para el ojo. Tobi.

—¡Ooooh! ¡Sempai, su arte parece que tiene un resfriado! —se burló Tobi con una voz chillona y exagerada—. ¡Quizás el templo no aprecia su sentido de la estética! ¡Quizás prefiere el arte moderno!

—¡Cállate, Tobi! —rugió Deidara—. ¡Es este lugar! ¡Se come mi chakra! ¡Tengo que infundir diez veces más arcilla para lograr una simple detonación! ¡Es un insulto al arte!

Desde su escondite, Akira analizó la situación con frialdad táctica.

—Tenía razón —susurró a Sayuri—. El Campo Cero neutraliza el Ninjutsu de emisión. Las bombas de Deidara dependen de que él inyecte su chakra en la arcilla. El campo lo está drenando antes de que la reacción en cadena ocurra.

—Pero Tobi... —Sayuri entrecerró los ojos, usando sus sentidos agudizados—. Mira a Tobi. No parece afectado. Deidara está jadeando, sudando. Tobi está... relajado. Su aura es extraña. Es como si no estuviera allí.

—Un misterio para después —cortó Akira—. Deidara está frustrado. Va a intentar algo grande para compensar. Mira sus manos. Está usando las bocas de sus palmas para masticar una cantidad masiva de arcilla.

—Va a usar el C2 o el C3 —dijo Sayuri, alarmada—. Si lanza una bomba de ese calibre, incluso si el campo la debilita, la fuerza física derribará la entrada del templo y nos enterrará a nosotros y a Kitsune.

—Tenemos que movernos. —Akira señaló una grieta en la pared del acantilado que corría paralela a la escalera principal—. Esa grieta lleva a los cimientos del templo. Si entramos por abajo, podemos evitar a Akatsuki y llegar a Kitsune primero.

—¿Y si nos ven?

—Entonces rezamos para que el Sello Cero tenga hambre de explosiones.

...

Intentaron moverse, pero el destino —o la mala suerte de los Inuzuka— intervino. Kuromaru pisó una zona de tierra inestable. El suelo, convertido en polvo fino por el drenaje de chakra, cedió bajo el peso del lobo. Se produjo un pequeño deslizamiento de rocas.

El sonido fue mínimo, pero en el silencio del Campo Cero, fue como un disparo.

Deidara giró la cabeza instantáneamente. Su ojo mecánico (el izquierdo) hizo zoom sobre su posición.

—¡Vaya, vaya! —sonrió el artista, con una mueca salvaje—. ¡Parece que tenemos público, Tobi! ¡Ratas de Konoha y un traidor de la Lluvia! ¡Reconozco esa banda rasgada!

—¡Invisibles como ninjas! ¡Pero no lo suficiente para Deidara-sempai! —aplaudió Tobi.

—¡Excelente! —Deidara moldeó rápidamente dos pájaros medianos—. ¡Necesito probar si mi arte funciona mejor con carne fresca que con piedras viejas! ¡Id!

Los pájaros salieron disparados hacia Akira y Sayuri. A diferencia de las arañas anteriores, estos eran más rápidos; Deidara estaba forzando una cantidad obscena de chakra en ellos para superar la resistencia del ambiente.

—¡Corred! —gritó Akira.

Sayuri agarró a Akira por el brazo sano y saltó. Kuromaru los siguió.

— ¡Katsu!

¡AUGE!

La explosión los alcanzó en el aire. La onda expansiva los lanzó contra la pared de roca. No fue letal gracias a la atenuación del Campo Cero, pero fue suficiente para aturdirlos. Akira rodó por el suelo, sintiendo cómo sus heridas recién cerradas protestaban a gritos.

Deidara descendió en su montura de arcilla, flotando a unos diez metros sobre ellos.

—Un Inuzuka y un don nadie —se burló Deidara, preparando otra carga—. ¿Venís a robar mi objetivo? El Líder quiere al Jinchūriki del Vacío. No es un juguete para Konoha.

Sayuri se levantó, poniéndose en posición de combate a cuatro patas. Sus uñas crecieron, brillando con un azul tenue.

—No venimos a robarlo. Venimos a curarlo —gruñó ella.

—¿Curarlo? —Deidara soltó una carcajada—. ¡Qué aburrido! La única cura para la existencia es una explosión magnífica. ¡Toma!

Lanzó una lluvia de ciempiés de arcilla.

Akira vio los proyectiles caer. Su mente trabajaba a mil por hora. No podía usar Ninjutsu de barrera; el campo se comería su chakra antes de formar el muro. Tenía que usar la física.

—¡Sayuri, rompe el suelo! —gritó Akira—. ¡Levanta polvo!

Sayuri no cuestionó la orden.

—¡Tsūga! (Colmillo Perforante)

Ella giró sobre sí misma, taladrando el suelo de roca caliza desintegrada. Una nube masiva de polvo blanco y denso se elevó en el aire.

Los ciempiés de arcilla entraron en la nube de polvo.

—¡Ahora! —Akira lanzó tres kunais con sellos explosivos modificados. No apuntaban a Deidara, sino al centro de la nube de polvo.

Pero no eran explosivos de fuego. Eran Cargas de Sonido.

Al detonar, emitieron una frecuencia vibratoria brutal.

El polvo de caliza, suspendido en el aire, reaccionó a la vibración. Las partículas se agitaron violentamente, creando una fricción estática. Y, lo más importante, cubrieron la arcilla húmeda de Deidara.

La arcilla de Deidara funcionaba por maleabilidad y chakra. Al cubrirse de polvo de caliza seco y vibrante, la arcilla se secó instantáneamente, perdiendo su cohesión y su capacidad de recibir la señal de detonación.

Los ciempiés cayeron al suelo como piedras secas, rompiéndose en pedazos inofensivos.

—¡¿Qué?! —Deidara miró sus obras maestras fallidas con horror—. ¡Has secado mi arte! ¡Has ensuciado mi arcilla con polvo vulgar!

—La química básica vence al arte abstracto, Sempai —murmuró Akira desde la cobertura del humo.

—¡Maldito mocoso! —Deidara metió las manos en sus bolsas de arcilla, furioso. Su aura de chakra estalló, visible incluso a simple vista—. ¡Voy a volar toda esta ladera! ¡C3!

Estaba a punto de sacar su bomba más poderosa, una que destruiría la entrada del templo y a ellos con ella.

Pero entonces, el templo respondió.

...

Un sonido profundo, como el tañido de una campana gigante hecha de hueso, emanó del interior del Templo de la Prajna.

La tierra tembló. Pero no fue un terremoto. Fue una inhalación.

El Campo Cero, que hasta ahora había sido una presión pasiva, se activó de golpe. Se convirtió en una corriente en chorro.

Akira sintió cómo el aire salía de sus pulmones. Sayuri cayó de rodillas, agarrándose el pecho. Kuromaru aulló de dolor.

Pero el peor parado fue Deidara.

El Akatsuki estaba canalizando una cantidad masiva de chakra para su bomba C3. Cuando el templo "inhaló", esa conexión de chakra actuó como un cable conductor directo.

—¡Gaaahhh! —Deidara gritó, arqueando la espalda. Su pájaro de arcilla se desintegró instantáneamente bajo sus pies.

El Akatsuki cayó del cielo.

El chakra visible fue arrancado de su cuerpo en una estela azul, fluyendo hacia las puertas oscuras del templo como agua por un desagüe. Deidara golpeó el suelo con fuerza, rodando y jadeando, incapaz de moverse. Su reserva de chakra había sido drenada violentamente a niveles críticos en un segundo.

Tobi, que estaba en la roca, simplemente se desvaneció un momento (usando su técnica espacio-temporal para evitar el drenaje) y reapareció junto a su compañero caído.

—¡Oh no! ¡Deidara-sempai se ha quedado sin pilas! —dijo Tobi, pinchando la mejilla de Deidara—. ¡Le dije que este lugar tenía mal carácter!

Akira, luchando contra la succión que intentaba dejarlo inconsciente, vio su oportunidad.

—¡Es nuestra oportunidad! —le gritó a Sayuri—. ¡Kitsune está atacando a la fuente de chakra más grande! ¡Está atacando a Deidara! ¡Mientras el templo se alimenta de él, nosotros somos invisibles!

Era una apuesta suicida. Usar al miembro de Akatsuki como cebo vivo para el monstruo del templo.

Sayuri entendió al instante. Agarró a Akira y corrió. Kuromaru, recuperándose más rápido gracias a su naturaleza animal, los flanqueó.

Corrieron hacia la grieta en la pared, pasando a solo veinte metros de donde Tobi estaba tratando de levantar a un Deidara semi-inconsciente.

Tobi giró su máscara hacia ellos. Por un segundo, el ojo visible a través del agujero se fijó en Akira. No había burla en ese ojo. Había un cálculo frío y rojo. Un Sharingan.

Akira sintió que el corazón se le helaba. Tobi no era un bufón. Tobi era el verdadero peligro.

Pero Tobi no atacó. Dejó que pasaran. Quizás porque tenía que proteger a Deidara, o quizás porque quería ver qué pasaba cuando las ratas entraran en la trampa del gato.

—¡Corred! —instó Sayuri.

Se lanzaron dentro de la grieta oscura justo cuando una segunda onda de succión golpeaba la montaña.

...

El interior de la grieta era oscuro y húmedo, pero extrañamente libre de la presión aplastante del exterior. Parecía que la estructura del templo actuaba como el ojo del huracán; la tormenta de succión estaba afuera, pero el centro era calma absoluta. Una calma aterradora.

Avanzaron por un pasillo de piedra antigua, iluminado solo por hongos bioluminiscentes que parpadeaban débilmente.

Finalmente, llegaron a una antecámara enorme.

No era un santuario budista normal. Las estatuas de los Budas habían sido decapitadas. En su lugar, el centro de la sala estaba dominado por un árbol.

Pero no era un árbol verde y vivo.

Era una estructura de madera negra, petrificada y retorcida, que crecía hacia abajo desde el techo, como una raíz invertida. Las ramas de la raíz se clavaban en el suelo, pulsando con una luz azul pálida: el chakra robado de la montaña y de Deidara.

Y en el centro de esa maraña de raíces negras, suspendido en el aire y conectado por cables de madera que entraban en su espalda y nuca, había un joven.

Tenía el pelo blanco desgreñado y vestía los restos de un uniforme ANBU de Kirigakure. Su piel era traslúcida, dejando ver venas negras que palpitaban bajo la superficie.

Kitsune.

Akira y Sayuri se detuvieron en la entrada de la cámara.

El chico abrió los ojos. No tenían pupilas. Eran pozos de oscuridad absoluta que parecían absorber la poca luz de la sala.

—Más... —susurró Kitsune. Su voz no sonaba humana; sonaba como mil voces superpuestas, susurrando desde un pozo profundo—. Más comida...

Las raíces negras del techo se agitaron como serpientes.

Akira sacó el Diario 3.

—Sayuri —dijo, con voz temblorosa—. No está controlando el Sello. El Sello lo está controlando a él. Se ha convertido en una puerta abierta.

—¿Podemos cerrarla? —preguntó ella, sacando sus vendajes.

—Solo hay una forma —Akira miró el diagrama final del ritual—. Tenemos que entrar en su mente y romper el vínculo desde adentro. Pero si lo hacemos... corremos el riesgo de que nos borre a nosotros también.

Desde el túnel detrás de ellos, escucharon pasos. Pasos tranquilos y rítmicos. Y el sonido de algo siendo arrastrado.

—Sempai ya se siente mejor —dijo la voz de Tobi, resonando en el pasillo—. Y está muy enfadado.

Estaban atrapados. Akatsuki detrás. El horror biológico delante.

Akira miró a Sayuri. Ella asintió. No necesitaban palabras. El juramento se había hecho en silencio.

—Vamos a entrar —dijo Akira—. Cubre mi espalda del bombardero. Yo voy a por el alma del zorro.

Akira corrió hacia el árbol negro, hacia el centro de la anulación, mientras Sayuri se giraba, garras fuera, para enfrentar a la muerte que venía por el pasillo.

La Tormenta había llegado.

...

More Chapters