En el mundo hubo muchos rumores de un lugar escondido, en donde cualquiera no era bienvenida en ese territorio y solo podían vivir ahí los que sabían guardar silencio, ignorando todo lo que sucedía en ese sitio. Una ciudad donde no existen leyes penales y lejos de la civilización humana.
Ese lugar se llamaba Ciudad Corrupción, un sitio donde convivía todo tipo de criminales: narcotraficantes, asesinos y violadores...
El número de personas que habitaban ese lugar era incierto porque que cada día alguien desaparecía y otro ocupaba su lugar.
En el distrito Poison, concurría una persona que era conocida por ser profesional en su trabajo, donde no hace preguntas a cambio de dinero y casualmente se localizaba en una cantina popular entre los criminales más buscados que transitaban ese lugar frecuentemente.
—Amigos, ¿quién me invita otro trago para mi novia?—¿Cuál era tu nombre?
—Melisa.
—Ah, claro. Para mi novia Mérida.
—Idiota, no soy tu novia. Soy prostituta y todavía no me pagaste la hora, maldito infeliz.
—Cállate, tonta, no te pagaré nada hasta que te monte en la cama.
—Más te vale pagar el servicio completo.
En la discusión del momento todo parecía ir en buenos términos; las personas que estaban ahí se divertían, tomaban y cantaban las canciones populares del momento.
Todo era normal hasta que el hombre, al pasar las horas, se intoxicaba con el olor y la bebida del lugar, haciendo cada vez escándalo y molestando a la gente de la cantina.
—¡¡Hey!! ¿¿Saben dónde encontrar una novia más sexy?? La que tengo ahora es una perra y se parece a Betty la fea.
Entre los comentarios ordinarios del señor, la multitud se estaba reuniendo a su alrededor por el cansancio de oírlo hablar sin parar y ahí fue cuando la acompañante decidió irse del lugar y dejarlo solo con el problema que causó.
—Oye, deja de joder las pelotas y vete del lugar o te golpeó aquí mismo.
—¿Quién mierda? ¿ Quién te crees para golpearme?
—Dios, mírate como apenas puedes mantenerte de pie sin mearte encima y, aparte, estás tirando toda la cerveza en el piso, qué desperdicio.
En ese momento, el hombre se enfureció. Irritado por el comentario que acababa de escuchar, tomó su tarro de cerveza y lo lanzó con fuerza hacía la barra.
A unos metros, cuatro personas bebían tranquilas, sin meterse con nadie. El tarro voló directo hacia quien estaba en la punta: una mujer de cabello largo, figura sensual y una vestimenta poco común.
Ella notó el peligro a tiempo; con un leve movimiento de cabeza, esquivó el golpe y el tarro se estrelló contra la pared detrás de ella.
El silencio se apoderó del lugar. El señor se había dado cuenta del peligro que se encontraba, no sabía qué hacer y mucho menos de cómo la mujer tomaría cartas en el asunto.
Rápidamente, el señor, entre la desesperación de la situación, se agachó y se tiró al suelo arrodillado. Solo podría escuchar los pasos que hacía la mujer... Se dirigía a él con una mirada penetrante y un aura indescriptible.
—Yo—.
—Silencio, no te di permiso para hablar.
Él no dejaba de agachar la cabeza, no tenía el valor de ver el rostro de la mujer y mucho menos de verla directamente a los ojos, solo podía agachar su cabeza hasta que le ordené levantarla.