Nao volvió al mismo punto de siempre, pero esta vez decidió hacer algo diferente, porque… ¿qué podría salir mal, no?No fue a la exploración y, al dormir, tuvo un sueño distinto. Veía la sala del Rey Demonio, la misma en la que se encontraba aquel demonio que lo había hecho sufrir todo.
Al día siguiente volvió al templo del Rey Demonio y no encontró nada más que cadáveres y ruinas. La podredumbre era tan intensa como la masacre; parecía como si el demonio hubiera estado ahí, lo cual era totalmente ilógico. Ese lugar solo contenía demonios sin fuerza o poder, ya que era un laboratorio donde el Rey Demonio intentaba volverse inmortal. Allí encerraban a los demonios y humanos que no le servían. Era absurdo pensar que ese demonio —más fuerte incluso que el Rey Demonio— hubiese pisado ese sitio.
Pero no tuvo tiempo para reflexionar.
Unas calaveras aparecieron para golpearlo, pero Nao las destruyó con su espada, dejando los huesos regados por el suelo. Lo inquietante fue que esas calaveras no parecían ser afectadas por el aura que él había usado para detectar cualquier presencia; esa energía mágica simplemente no había reaccionado.
¡BOOM!El golpe resonó. Las calaveras que hace un momento no eran más que huesos volvieron a recomponerse, y los cadáveres se levantaron convertidos en zombis. Nao los cortaba una y otra vez, pero no morían. Eran seres inmortales, exactamente lo que el Rey Demonio había buscado por tantos años, y ahora estaban encarnados en esqueletos y zombis que, tras varias horas, empezaban incluso a darle pelea.
Era lógico: un ser inmortal vencería tarde o temprano a uno mortal.
Pero eso no lo detuvo. Aun con la fatiga y el dolor, seguía luchando.Y mientras lo hacía, recordó sus inicios, cuando sus padres lo abandonaron en un bosque siendo apenas un niño. En ese entonces, cualquier criatura parecía inmortal, pero aun así tenía que derrotarlas, no solo para sobrevivir, sino por orgullo. Ese orgullo había sido siempre su ancla, su impulso para no perder lo poco que tenía, incluso cuando no tenía nada.
Después de tanto, Nao se negaba a rendirse, pero su cuerpo y su energía no eran infinitos.Entonces pensó: Apenas han pasado seis horas… Me he enfrentado a héroes por veinte o treinta sin parar.
Y luego lo entendió.Ningún ser puede vivir sin energía, pero esos monstruos parecían no tenerla… salvo que fuese la misma que la suya. Si su velo no las detectaba, compartían esa misma esencia.Y así fue: se recostó, orgulloso de haberlo comprendido. Cuando los esqueletos se abalanzaron sobre él, se quedó dormido, y ellos se destruyeron completamente en cuanto lo tocaron.
Pero no todo fue color de rosa. Dormirse no fue un acto premeditado: simplemente ocurrió.El sistema —esa entidad que lo había obligado a revivir lo mismo infinitas veces— estaba vacío. No había instrucciones. No había bucle. No había nada.
Nao flotó en un espacio completamente blanco.Entonces empezaron a aparecer todos sus recuerdos, todas sus vidas, todas las veces que había intentado cambiar algo. Nada había funcionado.
De esos recuerdos empezaron a surgir demonios.Ya no era uno.Ni dos.Eran diez.
Nao trató de correr, pero fue inútil. Los demonios avanzaban lentamente, pero él no podía moverse. La sala blanca parecía infinita. En ese momento, solo deseó morir para siempre.
Y entonces apareció el número once.
