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Chapter 2 - El conejo que huyó con su tesoro cap 2

Me tambaleé.

—¡Mierda, hijo de puta! —gritó aquel hombre

Robusto.

se acercó y me agarró del cuello, levantándome con fuerza.

Pensé en mi padrastro. Sí, hubo peleas, pero nunca directamente conmigo; yo recibía golpes por meterme en sus discusiones con mi madre, y luego me pedían perdón, rogando.

Mi padrastro no… no. Mi padre nunca me agarró así.

Incluso lloró cuando logré entrar a medicina.

Ahora lo veo… ese hombre. Siempre debí llamarlo padre.

Una cachetada me recorrió el rostro, seguida de dos puñetazos en el abdomen.

Quedé sin aire, cof, cof.

—Ve a practicar, o qué mierda —dijo, con desprecio.

Tocó mi cabello, lo jaló y lamió mi rostro.

Instintivamente, parecía buscar más…

Con toda la fuerza que me quedaba, logré apartarlo.

Con una,patada en su miembro tan fuerte

La niña, sorprendida, tapó su rostro con sus pequeñas manos.

Y entonces, recuerdos vinieron a mi mente.

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Recuerdos del verdadero Michael, de este cuerpo, comenzaron a aflorar.

Un niño nacido de una prostituta que murió…

no por los abusos,

sino por intentar escapar de ellos.

Su amiga, compadecida de él, lo acogió.

Ella tenía una hija.

—Puedes vivir y comer aquí —le dijo—.

—Debes cuidar a Laika desde ahora.

Soy tu madre.

Aquella niña había perdido a su padre.

Con el tiempo, aquella mujer volvió a juntarse con otro hombre,

el mismo que hace unos momentos me tenía entre sus manos.

Al parecer, Michael había recibido todo tipo de abusos,

y había aprendido a soportarlos.

En este mundo, hay reyes y reinas.

Estamos en guerra.

Y están recolectando soldados.

Ofrecen una suma de dinero a quien se inscriba.

Claro, este hombre quería ese dinero.

Pero debían quedar 100 soldados sin morir

por la práctica antes de ser soldados del rey.

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—No voy a vivir esta vida de mierda —pensé.

Me tambaleé y di pasos firmes.

De golpe, miré a mi alrededor.

Ropa.

Agarré un pantalón viejo de allí…

y escapé.

Corrí tan fuerte…

¿por dónde voy?

Respiraba tan fuerte que dolía.

Entonces escuché una rama rompiéndose.

La niña había salido y escapado conmigo.

Me miraba, llorando.

—¡Nooo! ¡No te vayas, por favor! ¡Buahhh! ¡Por favor!

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Más recuerdos vinieron.

A mí, la madre de Laika ya no era la misma.

Perdió la cabeza.

Pasaba de un lado a otro mirando el cielo.

Su conciencia nos dejó.

Y Laika…

esa niña es Laika.

El hombre, hace unos días,

hizo que abusaran de ella.

Por dinero.

Dos monedas de cobre.

Eso valía Laika.

Quise detenerlo.

Mejor dicho, el anterior cuerpo lo hizo.

Pero recibió golpes.

Y el miedo del verdadero Michael…

no me dejó hacerlo.

No pude defenderla.

Apreté su mano.

—Me iré —dije—.

Me voy, Laika.

Sus ojos azules se cristalizaron aún más por el llanto.

—Me iré contigo —le sonreí.

Ella me miró…

me mostró su mano, tan pequeña.

Recordé a mis hermanos.

—Te protegeré, Laika.

Lo haré.

La subí en mi espalda y corrí.

No sé a dónde iría,

pero huimos.

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