El bosque dormía bajo un manto de niebla.
Cada rama, cada hoja, parecía contener el aliento del invierno. La luna, apenas un hilo en el cielo, vigilaba en silencio mientras las sombras se deslizaban entre los árboles.
Cael se movía sin hacer ruido. Su cuerpo, grande y poderoso, era parte de la noche misma.
El aire olía a tierra húmeda, a pino, a peligro.
La sangre en sus venas latía al ritmo del bosque
Era el Alfa de la manada Sombra Plateada
Y, sin embargo, aquella noche, se sentía vacío.
Llevaba años sin sentir el calor de la luna sobre la piel, sin oír su voz dentro del alma. Los antiguos decían que cada Alfa estaba ligado a ella, que la luna les hablaba en sueños, que su luz los guiaba. Pero a él hacía tiempo que no lo iluminaba. Desde aquella noche en que todo cambió.
Desde la noche en que perdió a su compañera no nacida.
Se detuvo junto al arroyo. Su reflejo en el agua mostraba un rostro endurecido: ojos grises como acero, mandíbula tensa, cicatrices que el tiempo no había borrado.
—El Alfa sin luna… —susurró con amargura.
Así lo llamaban algunos, a espaldas suyas.
Y en parte, tenían razón.
Cael había renunciado a todo lo que lo hacía humano. El amor, la ternura, la fe. Gobernaba con fuerza, sin dudar, sin temblar. Era justo… pero implacable.
Su manada lo obedecía porque lo temía.
Y él se aseguraba de que así fuera.
Pero esa noche, algo cambió.
El viento giró, trayendo un aroma que no conocía.
No era el de un animal ni el de un humano.
Era algo más… dulce, tibio, casi imposible de describir.
Un aroma que le despertó un instinto dormido, una necesidad que quemó como fuego en su pecho.
Su lobo interno —esa voz salvaje y antigua— se agitó en su interior.
"Ella…" ,gruñó desde lo más profundo de su mente.
Cael se tensó.
No podía ser.
El vínculo estaba roto desde hacía años. Ninguna compañera podría existir para él. La luna lo había olvidado.
Y sin embargo, el aire olía a destino.
El murmullo del bosque cambió. El agua del arroyo reflejó un brillo extraño, como si la luna —esa que se negaba a mirarlo— le mostrara algo.
Durante un instante, Cael sintió un calor recorrer su columna, una vibración que no era solo física. Era como si otra alma tocara la suya.
—¿Quién eres…? —susurró, apenas audible.
No obtuvo respuesta.
Solo el eco del viento entre los árboles, y el aullido lejano de su propia manada respondiendo a una orden que él no había dado.
Se agachó, hundiendo las manos en el agua helada.
Intentó controlar el temblor.
Pero el instinto era más fuerte que su razón.
El vínculo —ese lazo sagrado que une a dos almas destinadas— estaba vivo.
Cerró los ojos.
Y por primera vez en años, la luna volvió a hablarle.
Una voz femenina, suave como un suspiro, se filtró en su mente:
"No puedes huir de lo que siempre fue tuyo…"
Cael alzó la vista hacia el cielo.
La luna, delgada y pálida, brillaba sobre las copas de los árboles.
Y aunque él no lo sabía, a kilómetros de allí, una joven llamada Lyra despertaba sobresaltada, con el corazón latiendo al mismo ritmo que el suyo.
El destino había comenzado a girar otra vez.
Y el Alfa sin luna ya no estaba tan solo.
"Cuando el Alfa sienta el llamado, la noche se abrirá para él.
Y la luna, una vez más, elegirá."