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Chapter 1 - Cumpliendo Deseos-Capitulo 1

Cumpliendo Deseos

Capítulo 1 – El Encuentro del Destino.

Ding.

"Felicitaciones. Has reencarnado."

"Bienvenido al Primer Mundo: Harry Potter."

"Ubicación inicial: Londres mágico."

"Paquete de regalo distribuido."

Un sonido metálico retumbó en mi cabeza, como si alguien hubiera golpeado una campana dentro de mi cráneo.

Me incorporé de golpe… y choqué con algo duro.

—¡Agh! —grité, frotándome la frente—.

¡¿Qué demonios fue eso?!

Al mirar hacia arriba, vi un candelabro enorme, suspendido del techo. Oro y jade. Brillaba con una luz suave, casi divina.

A mi alrededor, el lugar parecía sacado de una película antigua: columnas talladas, mesas doradas, paredes cubiertas de runas.

—¿Dónde estoy… un templo? —susurré.

Ding.

"Has obtenido la plantilla [Dios Djinn] — Primer Creador de los Genios."

Letras doradas flotaban frente a mí, girando lentamente.

"Como Djinn Primordial, puedes cumplir cualquier deseo:

resucitar a los muertos, alterar el tiempo, crear o destruir realidades.

Todo lo que imagines puede cumplirse… dentro de los límites de la imaginación

Me quedé en silencio.

—¿Estás diciendo que soy básicamente un dios de los deseos? —pregunté, incrédulo.

Ding.

"¿Deseas comenzar la sincronización del anfitrión?"

Dos botones aparecieron: [Sí] — [No]

Tragué saliva.

—Diablos… esto seguro va a doler —susurré, y presioné [Sí].

El aire vibró. Mi cuerpo brilló con símbolos antiguos. Sentí mi alma romperse en miles de fragmentos…

Luego todo se volvió blanco.

Ding.

"Sincronización completa.

Iniciando primer Mundo Mágico…"

Cambio de escena

Londres, 1991 — Callejón Diagon

El Callejón Diagon rebosaba de vida: brujas, magos, búhos y calderos por todas partes.

Entre la multitud, una joven de cabello castaño caminaba con paso decidido.

Penélope Clearwater.

Prefecta de Ravenclaw. Inteligente, responsable y —sin saberlo— destinada a cruzarse con algo que cambiaría su vida para siempre.

Mientras caminaba, una ráfaga de viento barrió el callejón, levantando polvo y papeles.

Frente a ella, una tienda que no recordaba haber visto nunca apareció de repente:

un edificio antiguo, con un cartel medio borrado que decía:

"Curiosidades de Oriente — Objetos de Magia Antigua."

Penélope frunció el ceño.

—Qué raro… nunca había visto esta tienda antes.

Empujó la puerta. Una campanita tintineó.

Dentro olía a incienso y metal viejo. Había artefactos por todas partes: espejos que murmuraban, frascos que brillaban, varitas que chispeaban solas.

De las sombras, una voz ronca habló:

—Todo está a la venta, señorita. Cosas viejas… cosas poderosas…

El hombre, cubierto con una capucha, sonrió débilmente.

—Oh, solo estoy mirando —respondió Penélope, hasta que algo llamó su atención.

En una estantería, medio cubierta de polvo, había una pequeña lámpara dorada, con runas talladas.

Parecía brillar con luz propia.

—Qué bonita… —susurró—. Será perfecta. Un regalo para el profesor Flitwick.

—Cinco galeones —dijo el tendero con una sonrisa.

Ella pagó, guardó la lámpara en su bolso y salió.

Detrás de ella, la tienda comenzó a desvanecerse como arena al viento.

Solo una voz quedó flotando en el aire:

—El destino… siempre encuentra el camino.

Horas después — Expreso de Hogwarts,

Penélope estaba en la cabina de prefectos de Ravenclaw.

Sacó la lámpara y la limpió con un pañuelo.

—Espero que al profesor le guste —

murmuró.

Pero cuando frotó el costado… un destello dorado llenó la cabina.

El tren se sacudió.

El tiempo se detuvo.

El polvo quedó suspendido en el aire.

Y de pronto,

 una figura apareció frente a ella.

Dentro de la lámpara, yo desperté.

Ding.

"Activación completada."

Mis recuerdos se ordenaron: videojuegos, películas, series, novelas… todo mi conocimiento del universo mágico se fusionó con mi nueva existencia.

Podía ver el tiempo, el espacio, las almas, todo. Con un chasquido, podía rehacer el mundo.

—Así que… soy un dios todopoderoso en el universo de Harry Potter. Perfecto.

Justo lo que pedí —dije con sarcasmo.

Cuando abrí los ojos, vi a una chica frente a mí. Cabello castaño. Uniforme impecable. Ojos inteligentes.

La reconocí de inmediato.

—Penélope Clearwater —susurré.

Ella lo miraba con asombro, y algo de temor.

El aire brillaba alrededor del joven que acababa de surgir de la lámpara: ojos color miel, cabello que parecía oro bajo la luz.

—Dime, mi querída ama —dije inclinándome ligeramente—,

¿cuáles son tus deseos? Puedo concederte tres decesos.

Penélope retrocedió un paso, sorprendida.

—Tú… tú no eres un mago… —murmuró—. ¿Qué eres?

Sonreí con un brillo travieso.

—Digamos que soy… un tipo que cumple tu deseos.....

En la cabina con Penélope

El tren mágico avanzaba entre la niebla. Afuera, los campos de Inglaterra se extendían bajo la luz dorada del atardecer.

Dentro de la cabina, el aire olía a chocolate caliente. Yo, mientras tanto, me limaba las uñas como si no pasara nada.

Penélope Clearwater, prefecta de Ravenclaw, me observaba con una mezcla de curiosidad y recelo.

—Entonces… ¿dices que no recuerdas cómo llegaste aquí? —preguntó, arqueando una ceja con elegancia.

La miré, Mis recuerdos del mi pasado

Sonreí, inclinado hacia ella.

—Dime, querida ama… ¿cuál es tu deseo?

El silencio cayó sobre la cabina. Los ojos de Penélope se abrieron, sorprendidos.

—¿Mi… deseo? —repitió, como si la palabra fuera un hechizo prohibido.

Una brisa mágica recorrió el aire. El símbolo dorado de la lámpara brilló en la palma de mi mano. En ese instante comprendí: la plantilla del Dios Djinn no era solo un título… sino un poder capaz de conceder deseos.

Penélope retrocedió un poco.

—¿Qué eres tú exactamente?

Sonreí, dejando que mis ojos se tiñeran de dorado.

—Solo un viajero… que cumple los anhelos de las almas perdidas.

—¿Re… realmente existes? —susurró, fascinada.

—Claro que sí. Y tú, si mal no recuerdo, eres Ravenclaw, ¿no?

Penélope asintió, aún desconfiada.

—Ya te lo conté hace un momento.

—Lo sé —dije sonriendo—, pero mira esto.

Extendí la mano, y apareció el Espejo del Bagon, que empezó a proyectar todo lo que habíamos hablado minutos atrás.

Penélope parpadeó varias veces, intentando comprender.

—Dime, genio… ¿eres el único que existe?

Me llevé la mano al mentón, procesando la información que venía con la plantilla. En apenas un segundo, mi mente se expandió.

Vi mundos… galaxias… universos paralelos. Vi seres de todas las realidades posibles. Vi incluso un universo donde yo mismo había sido un espectador, mirando películas, jugando videojuegos.

Y en medio de todo, percibí la verdad: había infinitos genios en el multiverso.

universo 100632, Un genio azul parado frente a el un chico moreno con un chaleco morado pantalones blancos ondulado anchos color blanco decolorados con un mono capuchino… otro universo 95532. en el Egipto antiguo, bebiendo junto a Cleopatra. Todos ellos en una fiesta mientra un humano tocaba una melodia mágica, encantando a cleoñatra en un instante, sintieron mi presencia y se inclinaron. A mi parecencia.

Volví a la cabina y dije con naturalidad:

—Sí, mi querida ama. Existen infinitos genios, en todos los universos posibles.

Penélope me miró con los ojos muy abiertos.

—¿El… multiverso?

—Así es —respondí riendo—. Déjame explicarte eso luego.

El tren siguió avanzando. Afuera, la oscuridad se adueñó del cielo. El viaje pasó tan rápido entre risas y asombro que, cuando el tren se detuvo, la estación ya estaba cubierta por la noche.

Yo bajé flotando, mirando los carruajes y a los estudiantes de primer año con cierta envidia.

—Yo también quería tomar el barco… —murmuré, transformándome en un genio chibi para intentar colarme.

Pero un muro invisible me detuvo en seco.

—Rayos, maldición aunn qué podía romper las retribución… —gruñí. De mala gana

Penélope, divertida, me observó desde el carruaje mientras yo flotaba de regreso.

—No puedes alejarte sin permiso, ¿eh?

—Tsk. Reglas de la lámpara.

Cuando vi los Thestrals, Penélope preguntó:

—¿Puedes verlos?

—Claro —respondí con una sonrisa—. Me encantan sus alas, me recuerdan a Batman.

Ella soltó una pequeña risa.

—Eres extraño, genio.

—Y tú eres demasiado racional para este mundo.

El viaje fue tranquilo

Ya en el Gran Comedor, mientras Penélope saludaba a sus amigos, yo flotaba a su lado, invisible para todos.

—¿Aún no entiendes cómo solo tú puedes verme? —pregunté.

—Supongo que es como un hechizo de desilusión —respondió pensativa.

Le sonreí.

—¿Quieres ver algo divertido?

Y lo fue.

Cuando la profesora McGonagall colocó el Sombrero Seleccionador, camino unos pasos para recoger aló de primer año cuando todo estaban en la espera. conjuré un micrófono frente a él.

Los instrumentos comenzaron a sonar y el Sombrero empezó a cantar:

🎵

Huérfano sin nariz y sin alma,

de niño fue huérfano sin amor.

Su nombre y apellido nunca le gustó,

ahora lo apodan el Innombrable,

porque el miedo lo corona.

🎵

El comedor entero quedó en shock. Dumbledore, McGonagall y Snape estaban paralizados.

Los alumnos reían, los gemelos Weasley aplaudían como locos.

Penélope solo susurró:

—Eres imposible…

Yo me reí a carcajadas.

—Y eso que apenas empiezo, querida ama. Apenas empiezo.

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El caos del Sombrero Seleccionador

Los profesores estaban completamente en shock.

McGonagall, Dumbledore y Snape permanecían inmóviles, como si algo los retuviera. Sus ojos seguían el espectáculo, incapaces de moverse o intervenir.

Las cuatro casas observaban boquiabiertas.

Penélope, a mi lado, no podía creer lo que veía. Yo, en cambio, flotaba sobre la mesa de Ravenclaw, riendo a carcajadas.

Cuando la canción terminó, el Sombrero Seleccionador emitió una tos torpe, intentando recuperar la compostura.

McGonagall parpadeó, tratando de recordar cómo se hablaba.

El Gran Comedor seguía lleno de murmullos, risas y aplausos.

Los gemelos Weasley golpeaban la mesa entre carcajadas.

—¡Eso fue brillante! —gritó George.

—¡Inolvidable! —añadió Fred.

La profesora respiró hondo, recompuso su expresión y dijo:

—Bien… sigamos con la selección.

Los alumnos se calmaron poco a poco.

—Cuando diga sus nombres, pasarán al frente, se sentarán y el Sombrero decidirá su casa —dijo McGonagall con voz temblorosa.

La lista comenzó.

—Hannah Abbott.

La niña dio un paso al frente.

—¡Hufflepuff! —anunció el Sombrero.

Aplausos. Todo normal.

Pero no por mucho.

—Ron Weasley.

El muchacho pelirrojo subió nervioso al taburete.

El sombrero apenas tocó su cabeza cuando exclamó:

—¡Ah, otro Weasley!

Sonreí y chasqueé los dedos. Una onda de magia sutil distorsionó el aire.

El Sombrero se detuvo… y gritó:

—¡SLYTHERIN!

El silencio fue total.

Ron abrió los ojos como platos.

Los de Slytherin comenzaron a aplaudir entre risas burlonas.

Los gemelos Weasley estaban tan atónitos que se les cayó la mandíbula.

Yo me reí tan fuerte que Penélope me lanzó una mirada asesina.

—¡Deja de interferir! —susurró, entre divertida y horrorizada.

Ron bajó del taburete con lágrimas en los ojos, temblando.

Los murmullos llenaron el comedor.

Un Weasley en Slytherin… eso no se veía todos los días.

—Hermione Granger.

La niña de cabello alborotado subió, muy nerviosa.

El Sombrero dudó apenas un instante antes de decir:

—¡Gryffindor!

Los aplausos estallaron, pero los gemelos apenas aplaudieron, todavía mirando a Ron como si el mundo se hubiera acabado.

Entonces vino Draco Malfoy.

Sonreía con suficiencia mientras subía al taburete.

Antes de que el Sombrero hablara, moví un dedo con disimulo.

—¡Gryffindor! —gritó el Sombrero.

El comedor entero estalló en carcajadas.

Draco casi se cayó de la silla.

—¡¿Qué?! ¡Esto debe ser un error! —gritó, con su vocecita chillona.

Snape apretó los puños. McGonagall parecía al borde del colapso.

Y entonces… llegó el turno de Harry Potter.

El niño delgado con la cicatriz subió lentamente.

El Sombrero se posó sobre su cabeza.

—No Slytherin… no Slytherin… —susurraba Harry.

Yo sonreí.

—Veamos qué pasa si agitamos un poco el destino… —dije en voz baja.

El Sombrero vaciló.

Su voz sonó confusa.

—Mmm… extraño… muy extraño… creo que será… ¡HUFFLEPUFF!

El comedor explotó.

Los gritos, las risas y el desconcierto se mezclaban.

Los profesores permanecían inmóviles, incapaces de intervenir, procesando lo imposible.

Yo me doblé de la risa flotando junto a Penélope, que se llevó la mano al rostro y murmuró:

—Definitivamente eres un desastre.

—Un desastre maravilloso —respondí con una sonrisa.

Cuando al fin la selección terminó, Dumbledore se levantó lentamente.

Su rostro estaba serio, aunque en el fondo parecía divertirse.

—Bien —dijo con voz grave—. Ha sido… una noche peculiar.

Ahora, coman.

Pero ni Snape ni McGonagall tocaron bocado.

Solo observaban el sombrero, todavía humeante y confundido, mientras el caos reinaba en Hogwarts.

.....…....

El primer deseo no fue de Penélope

La cena terminó entre murmullos y risas nerviosas por el desastre del Sombrero Seleccionador.

Penélope, aún con cara de no entender nada, me llevó a un rincón del pasillo y suspiró.

Yo me incliné con una sonrisa.

—Permíteme presentarme formalmente, mi querida ama. Mi nombre es Josue, el Djinn Primordial.

Puedo cumplir cualquier deseo que salga de tu corazón.

Solo dímelo, Penélope… ¿cuál es tu deseo?

Ella seguía atónita por todo lo que había ocurrido aquella noche.

—Aún no lo sé —admitió—. Necesito pensarlo. Por ahora… eres libre. Solo te pido que no causes problemas.

—Prometido —respondí sonriendo.

Desaparecí de su vista con un destello azul. Penélope solo pudo suspirar y murmurar algo como:

—Esto no puede ser real…

Libre por fin, me lancé a explorar Hogwarts.

El castillo era enorme, vivo, lleno de magia antigua que vibraba en cada piedra.

Caminé por los pasillos mientras los cuadros se movían, saludándome con curiosidad.

—Vaya… esto sí que es mejor que cualquier parque temático —dije con una sonrisa, conjurando un traje de explorador estilo Indiana Jones.

Con una cámara profesional en mano, empecé mi "tour fotográfico mágico".

Primero visité el baño de las niñas. No por razones raras —que conste—, sino porque quería ver la Cámara de los Secretos.

Un destello de flash iluminaba cada rincón oscuro mientras bajaba por los túneles.

Y allí estaba: el Basilisco.

Pero en lugar de atacarme, retrocedió asustado, enroscándose como un gato gigante.

—Tranquilo, colega —le dije riendo mientras le ponía un moño rosa en la cabeza.

Le tomé una foto y subí de nuevo a la superficie.

Luego pasé por la Sala de los Menesteres, maravillado, fotografiando cada rincón.

Incluso logré entrar a la oficina de Dumbledore, donde capturé una instantánea suya comiendo discretamente cucarachas de caramelo.

—Esto vale oro —reí mientras guardaba la foto.

Me quedé observando cómo los profesores discutían acaloradamente sobre lo sucedido con el Sombrero Seleccionador.

Incluso Dumbledore parecía confundido, interrogando al pobre Sombrero, que solo podía repetir que sus decisiones "fueron correctas".

Yo, cómodamente sentado en un sillón reclinable conjurado, observaba el caos mientras comía palomitas conjuradas del espacio.

—Esto es mejor que Netflix —dije riendo.

Pero tras una hora de ver lo mismo, me aburrí.

Decidí continuar mi exploración.

Salí del castillo y, desde la colina, tomé una selfie con el castillo de fondo, usando mi apariencia del mundo anterior.

La envié por correo mágico a mis antiguos amigos de mi universo.

No podía imaginar el caos que eso causaría allá: todos creyendo que realmente había reencarnado en la película de Harry Potter.

Pero esa… es otra historia.

Mientras vagaba por los jardines, algo me perturbó.

Un latido.

Un hilo de emoción profunda.

Un deseo tan intenso que atravesó el tiempo y el espacio.

Un deseo de sacrificarlo todo por un amor perdido.

Lo seguí.

El hilo me llevó… al sueño de Severus Snape.

Allí, Snape soñaba con Lily Evans.

Eran jóvenes otra vez, tomados de la mano en un campo soleado, libres de todo dolor.

Pero el sueño comenzó a desvanecerse, mostrando el recuerdo de su muerte.

Descendí como una luz dorada, posándome frente a él.

Snape, aún en su forma adulta dentro del sueño, alzó la mirada sorprendido.

—¿Quién… eres tú? —preguntó con voz temblorosa.

—Soy el Djinn que cumple los deseos —le respondí—.

Puedo concederte tres. Solo tres.

Pero recuerda: no puedes pedirme más, ni desear olvidar que los pediste.

Snape bajó la mirada, la sombra del dolor cubriendo su rostro.

—Deseo… que ella viva. En su mejor momento.

—Concedido.

Una luz dorada envolvió el sueño.

—¿Segundo deseo? —pregunté suavemente.

—Deseo… que esté conmigo.

—Concedido.

—Y tu tercer deseo… —dije mientras el sueño comenzaba a desvanecerse—

...será el olvido. No recordarás mi existencia, ni cómo ocurrió esto.

Snape no dijo nada. Solo cerró los ojos… y despertó.

Abrió los ojos en su habitación.

El fuego de la chimenea iluminaba el rostro de una niña pelirroja de once años, de piel pálida y ojos verdes como la esmeralda.

Vestía una túnica de Slytherin y lo observaba con dulzura.

—¿Padre… te encuentras bien? —preguntó con voz tierna.

Snape la miró con lágrimas corriendo por sus mejillas.

Sabía que no era un sueño.

Ella había regresado.

Lily Evans, en una nueva vida.

Mientras tanto, en la torre de Ravenclaw, Penélope dormía profundamente.

Yo volví a su lado, flotando silenciosamente.

La observé un momento y sonreí.

—El primer deseo… no fue tuyo, mi querida ama —susurré—.

Pero cambió el destino de Hogwarts para siempre.

Luego desaparecí entre un destello dorado, sin saber que, en ese preciso instante, toda la magia del castillo comenzaba a reaccionar ante la resurrección imposible de Lily.

Continúara

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