Decían que algunas melodías no debían tocarse. Que había notas capaces de abrir heridas que el silencio había sellado a la fuerza. Para Leo, el piano era eso: un eco prohibido, un sonido capaz de destrozarlo, un recuerdo de una noche que lo marcó para siempre. Un recuerdo que prefería olvidar, pero las pesadillas lo perseguían cada noche, lo atormentaban, lo acosaban.
Cualquier sonido de esas teclas era para él una sentencia.
Más no siempre fue así, el piano era el vinculo que los unía, una tradición, aun recordaba esa sonrisa infantil mientras veía a su madre cantar una bella canción mientras que su padre tocaba con gran habilidad el piano. Todo era amor, todo era risas, pero el escenario rápidamente se convirtió en una pesadilla, el sonido de un cristal roto mas los gritos desgarradores de el, todo lo que conocía se desvaneció y desapareció.
Despertó desorientado y con esa sensación de pesadez recorrer su cuerpo. El reloj sonaba como un eco que marcaba la cinco de la madrugada. Suspiro agotado, nunca ha conseguido dormir bien pero aprovechaba la madrugada para alistarse y salir a trotar.
Afuera solo le acompañaba el frío de la madrugada, algunos ladridos y el cantar de los pájaros. Leo comenzó a tronar y recorrer las calles silenciosas, no había nadie, solo silencio, paz, alivio, tras la demanda de divorcio alquilo un departamento pequeño pero cómodo, solo para él, no había gritos, ni problemas, ni una esposa, era él y la soledad, con su mirada fija al frente frenó suavemente comenzando una caminata ligera, su reloj marcaba ya casi las cinco y media. La madrugada tenía ese tipo de silencio que solo existe cuando el alma está cansada. No buscaba nada… solo olvidar.
Pasó frente al conservatorio, un edificio antiguo que aun conservaba sus detalles perfeccionistas, se usaba para grandes obras de teatro o conciertos de música clásica. Por alguna razón, se detuvo. Tal vez fue la costumbre, o tal vez ese extraño impulso que a veces empuja al corazón hacia lo que más teme. Miro sus puertas, estaba abierto, se extraño por eso, quien estaba dentro del conservatorio a plena madrugada, movió la cabeza en negación y empezó su andar, esos solo le provocaba mal sabor de boca.
Entonces lo escuchó. Se paró en seco. Un piano.Leve, pero claro. Su sonido era irreconocible.
Las notas se escapaban por la abertura de la puerta, casi imperceptible, danzando sobre el aire frío de la madrugada. Era una melodía suave, triste… demasiado familiar.
El mundo pareció detenerse. Su respiración se quebró. Cada nota lo arrastraba a un lugar del que había jurado no volver: el salón de su casa, el feliz recuerdo familiar, el llanto de su madre, las discusiones del momento, el cuerpo inmóvil de su padre… y esa melodía, sonando de fondo, como un adiós, su trauma se reflejo en su mirada, quería vomitar, su respiración era cada vez mas pesada.
Leo dio un paso atrás. Quiso irse, pero no pudo. Se detuvo y miro las vacías calles y el conservatorio. No había nadie, acaso imaginaba pensó para si mismo. El piano lo llamaba. Era una voz conocida disfrazada de sonido. Imagino a su padre, la melodía lo atrapo, lo retenía.
Se acercó lentamente hasta la puerta y como si de un fantasma se tratase se adentro al conservatorio. Dentro, alguien tocaba. No podía ver su rostro, solo su silueta bajo la luz del amanecer ingresar por los grandes ventanales del techo. Su postura era elegante, firme, pero había algo en su forma de tocar… una contención, una frialdad que no era técnica, sino emocional. Sus manos firmes, una habilidad que podía reconocer, esa manera de tocar, esa postura, todo le alboroto el corazón, le recordaron a su padre.
El corazón de Leo latía desbocado.No entendía por qué no podía apartarse. Quería seguir escuchando a pesar del dolor contenido que los desgarraba por dentro.
De pronto, ella se detuvo.Las últimas notas quedaron suspendidas, como un hilo invisible que unía dos soledades. Como un encuentro casual que ninguno esperaba.
Al sentir la presencia del intruso solo pudo detenerse, se levanto de golpe mirando al desconocido, a pesar de que la luz era escasa lo reconoció.No vio a nadie, pero una extraña sensación le recorrió el pecho, como si el viento hubiera traído una historia que no le pertenecía. Como si aquella melodía que solo le causaba dolor lo hubiera arrastrado a esa situación.
Leo retrocedió, aturdido. Esa música no era solo una coincidencia.Había algo en ella… algo prohibido, algo que lo obligaba a recordar.
Corrió sin mirar atrás, pero la melodía seguía dentro de su mente, los recuerdos lo comían por dentro repitiéndose una y otra vez, como si el piano no estuviera en el conservatorio, sino en su propia sangre recorrer su cuerpo, su mente, sus recuerdos que habían escuchado el sonido que nadie más debía oír.