Ya habían pasado varias semanas desde la visita al centro comercial.
Todas las mañanas, Snape le enseñaba magia a León, y durante las clases de Pociones hacía participar a Anya como asistente de su hermano.
Anya estaba feliz de ser incluida. Aunque ya había aceptado que no tenía magia, tanto León como su papá le habían dicho que eso no la hacía diferente, y que podría lograr grandes cosas si se lo proponía.
El equipo de León continuó avanzando, derrotando rivales cada vez más fuertes, hasta llegar finalmente a la gran final.
Cuando se confirmó la noticia, Robson no pudo contener las lágrimas de felicidad.
Los demás jugadores lo observaban en silencio, con sentimientos encontrados: orgullo, nervios… y una creciente esperanza.
El día de la final había llegado.
El campo deportivo de Cokeworth estaba lleno como nunca antes. Vecinos, familiares y curiosos ocupaban las gradas improvisadas, mientras el murmullo constante llenaba el aire con una mezcla de expectativa y nervios.
En los vestuarios, el ambiente era tenso.
Robson caminaba de un lado a otro, apretando los puños, mientras Dean se estiraba en silencio y los demás jugadores revisaban sus zapatos o miraban el suelo, cada uno perdido en sus propios pensamientos.
—Respiran —dijo Robson finalmente—. Llegamos hasta aquí juntos.
Antes de que alguien pudiera responder, la puerta del vestuario se abrió.
Severus Snape entró, vestido completamente de negro, con el rostro serio como siempre, cargando una caja grande entre los brazos.
El silencio fue inmediato.
-¿Capellán? —murmuró león.
Severus solo acercó a su hijo y dejó la caja sobre una banca y la abrió. Dentro había camisetas nuevas, perfectamente dobladas. Eran verdes y negras, con detalles plateados. En el pecho destacaba un escudo con una serpiente estilizada.
—¿Serpientes? —dijo Wright, confundido—. ¿Qué es eso?
—Son camisetas —respondió Snape con secuencia—. Nuevas. Resistentes. Y mejores que las que llevan ahora.
Robson tomó una con cautela.
—Los colores… —dijo—. Verde y negro.
—Representan ambición, astucia y determinación —continuó Snape—. Cualidades necesarias para ganar.
Los chicos se miraron entre sí. No entendían del todo el origen del diseño ni el símbolo, pero al tocar la tela y ver que por fin tendrían camisetas iguales, nuevas, sin remiendos ni números borrados, sus rostros se iluminaron.
—¡Hijo increíble! —exclamó Sam.
—¡Tenemos uniforme de verdad! —añadió otro.
—Gracias, señor Snape —dijo Robson, inclinando ligeramente la cabeza.
Snape solo admite.
—No los decepcionen.
León observaba en silencio, sosteniendo su camiseta. Al ponérsela, sintió algo extraño, como si el peso de la responsabilidad fuera distinto esta vez.
En las gradas, Anya agitaba los brazos con entusiasmo.
—¡León, te ves genial! —gritó feliz.
Snape se sentó a su lado, ignorando las miradas curiosas.
El silbato sonó.
El partido comenzó con un ritmo feroz. El equipo rival presionaba con fuerza, sus pases eran rápidos y precisos. El arquero Fredric tuvo que lanzarse más de una vez para evitar el gol.
—¡Concentración! —gritó Robson—. ¡Como entrenamos!
León se movía con calma. Ya no corría sin pensar. Observaba, esperaba, se posicionaba.
El primer tiempo terminó sin goles.
En el segundo tiempo, el cansancio empezó a notarse. El equipo contrario avanzó con una jugada peligrosa, pero León retrocedió y robó el balón con una barrida limpia.
—¡León! —gritó Dean.
Sin dudarlo, León pasó el balón a Robinson, este a Sam, y el balón volvió a León.
El tiempo pareció detenerse.
Frente a él solo estaba el arquero.
León recordó cada caída, cada error, cada entrenamiento bajo el sol, las palabras de su padre, la confianza de Anya.
Disparó.
El balón tocó el poste... y entró.
Por un segundo, hubo silencio.
Luego, el estadio explotó.
—¡GOOOOOL!
Anya saltaba sin control, abrazando a Snape.
—¡Papá, papá! ¡León escribió! ¡Fue León!
Snape quedó inmóvil, con el corazón latiendo con fuerza. No suena, pero sus ojos brillaron con un orgullo que jamás habría admitido en voz alta.
El equipo resistió los últimos minutos con todo lo que tenía.
Cuando el árbitro pitó la final, el marcador quedó sellado.
1 – 0.
Campeón de la era Cokeworth.
Los jugadores se lanzaron unos sobre otros, gritando, riendo, llorando. Robson cayó de rodillas, cubriéndose el rostro.
—¡Ganamos! —sollozaba—. ¡Ganamos!
León permaneció de pie, respirando agitadamente, mirando el campo… hasta que sus compañeros lo levantaron en brazos.
En las gradas, Severus Snape se puso de pie.
Nadie lo notó, pero por primera vez, aplaudió.
Lento. Firme.
Orgulloso.
-----------------------
Al día siguiente, el sol iluminaba las calles del Callejón Diagón, haciendo brillar las numerosas tiendas que exhibían sus productos tras los escaparates.
Un grupo de tres personas caminaba por la acera: era la familia Malfoy. La mayoría de los transeúntes se apartaban de su camino o abrían paso al trío, todo debido a la reputación que precedía a la familia Malfoy.
—Papá, tenemos que ir. Prefiero esperarlos en la tienda de quidditch —dijo Draco.
—Draco, necesitas una túnica nueva para la fiesta de la familia Selwyn. Te verás encantador —respondió Narcisa con voz amorosa.
—Vamos ya. No quiero que actúes como esos pobrestones mirando y babeando frente a las vitrinas —se quejó Lucius con desdén.
—Pero, papá, la tienda exhibe la Saeta de Fuego —insistió Draco.
—¿Y qué? —respondió Lucius con indiferencia.
—Es la mejor escoba del mundo. Estoy seguro de que, si me la compras, aplastaré a Potter —dijo Draco con orgullo.
—En lugar de preocuparte por esas tonterías, deberías concentrarte en estudiar. Es una vergüenza que una sangre sucia ocupe el primer lugar de tu año —replicó Lucius con decepción.
—No es mi culpa que esa Granger sea un sabelotodo y la favorita de los maestros —se defendió Draco.
—He oído que hay un nuevo primer lugar —continuó Lucius—. Dicen que es más hábil que esa sangre sucia. Lástima que también lo sea, aunque al menos está en Slytherin.
Draco no dijo nada. Sabía perfectamente de quién hablaba: León.
Aun así, soy mejor que ambos en quidditch, pensé con seguridad.
Después de terminar de comprar la ropa, Narcisa se acercó a su hijo.
—Draco, vamos a comprar un regalo para la hija de los Selwyn. Creo que demoraremos unos cuarenta minutos. Puedes ir a ver esa escoba mientras tanto —dijo con una sonrisa.
—Gracias, mamá —respondió Draco, agradecido de que ella lo apoyara.
Tras separarse de su hijo, Narcisa y Lucius caminaron hacia otra tienda.
—Eres demasiado permisiva con él —comentó Lucius.
—Es solo un niño, Lucius. Déjalo disfrutar —respondió Narcisa con tranquilidad.
Lucius sabía que discutir con su esposa no tenía sentido, así que decidió dejarlo pasar. Sin embargo, al llegar a la tienda de juguetes, algo llamó su atención y los sorprendió a ambos, algo que jamás imaginaron presenciar: Severus Snape estaba allí, comprando juguetes para niños.
Horas antes:
El final del hilandero
Severus estaba sentado en el sofá, revisando la tarea que Anya debía entregar. A pesar de sus quejas —argumentando que estaban de vacaciones y que los deberes solo existían en la escuela—, había terminado aceptando, aunque solo después de que León interviniera para convencerla.
—Detective Anya, recuerda que el crimen nunca duerme —dijo León con total seriedad.
¿Y eso qué tiene que ver con los deberes?, pensó Snape, frunciendo ligeramente el ceño.
Anya miró a su hermano con expresión confundida.
—Así que necesitas estar preparado para todo —continuó León—. Ese conocimiento te ayudará a identificar pistas y atrapar criminales. Y si hay heridos, necesitarán medicamentos… pero para eso hay que estudiar cómo se crean.
—Entonces necesito estar preparado para todo? —preguntó Anya.
—Sí —respondió León, sin dudar.
—Está bien, terminaré los deberes —aceptó ella—, pero después jugarás conmigo.
—Claro que jugaré —prometió León.
Una hora después, Anya bajó sus juguetes al salón. La mayoría estaban viejos y desgastados; solo dos se encontraron en buen estado, ambos regalos que León le había hecho tiempo atrás.
Severus observó la escena sin darle demasiada importancia al principio… hasta que algo le tocó con claridad: él nunca le había comprado un solo juguete a Anya.
Era una niña. Necesitaba juguetes.
Los recuerdos de su propia infancia acudieron de inmediato. En su caso, pedir juguetes nunca había sido una opción; siempre hubo prioridades más urgentes. Pero ahora la situación era distinta. Él trabajaba. Tenía dinero.
Sin pensarlo más, se despidió de los niños y partió rumbo al Callejón Diagón.
Allí recorrió varias tiendas, comprando tanto juguetes como objetos útiles. Para León eligió un planetario, un kit avanzado de pociones y un diario con cerradura mágica. Para Anya compró un ejemplar de Los cuentos de Beedle el Bardo, peluches encantados con forma de serpiente, dragón e hipogrifo, además de dos muñecas.
Sin embargo, sin que él lo notara, dos personas observaban la escena con abierta sorpresa.
Cuando Severus se dirigió a la caja para pagar, se encontró cara a cara con ellos.
—Severus —dijo Narcisa.
Snape se quedó en blanco.
Frente a él estaban Narcissa y Lucius Malfoy.
De regreso en el Callejón Diagón, dentro de un restaurante, tres personas se encontraban sentadas alrededor de una mesa, escuchando la explicación de uno de ellos.
—Así que eres padre… ¿y quién es la madre? —preguntó Lucius, con evidente intriga.
—Felicidades, Severus. Me alegra mucho por ti —dijo Narcisa con una sonrisa sincera, claramente complacida por la noticia.
—Gracias, Narcisa. En cuanto a la madre, dudo que la conozcas. Se llamaba Sayu McDougal —respondió Severus con calma.
Mcdougal, repitieron mentalmente Narcisa y Lucius.
El apellido no les resultaba familiar. No pertenece a los Veintiocho Sagrados, ni a ramas secundarias conocidas, ni a familias mágicas extranjeras. Sólo quedaba una posibilidad.
—Severus… ¿era muggle? —preguntó Lucius con cautela.
—Sí, era muggle —respondió Snape con total indiferencia.
—Ya veo —murmuró Lucius, asimilando la información.
—Cuéntame sobre él —pidió Narcisa, ignorando deliberadamente el hecho de que la madre fuera muggle.
—Se llama León. Creció en un orfanato. No supe que era mi hijo hasta que terminó el año escolar. Como puedes ver, lo adopté —explicó Severus.
La mente de Lucius trabajó con rapidez, revolviendo recuerdos… hasta que dio con uno en particular: el muchacho que no solo había capturado al heredero de Slytherin, sino que además ocupaba el primer lugar de su año.
—¿No te referirás a León Lana? —preguntó Lucius.
—Ese mismo —confirmó Severus.
—Me parece maravilloso, Severus —dijo Narcisa—. Pero… ¿por qué estabas comprando juguetes para una niña?
—Porque también adopté a su hermana menor —respondió Snape.
— ¿Tienes una foto? —preguntó Narcisa de inmediato.
Severus tomó una fotografía que mostraba a los dos hermanos juntos. Narcisa la vigilaba con evidente ternura, mientras Lucius la analizaba con atención.
—Hermana menor… no es tu hija biológica, ¿verdad? —comentó Lucius al notar la diferencia en el color de cabello.
—No, no hay amores. Pero León no se habría ido a ningún lado sin ella. Además, su adopción me brinda ciertos beneficios —respondió Snape con frialdad calculada.
Lucius lo comprendió al instante. Severus era el espía del Señor Oscuro en Hogwarts, y si Dumbledore sabía que había adoptado a una muggle, eso solo aumentaría la confianza del anciano en él.
—Severus, hijo adorables —dijo Narcisa con entusiasmo—. Debes traerlos a la mansión para conocerlos. ¿Qué te parece este fin de semana? A Draco le encantará conocer a León.
