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Chapter 37 - Oportunidad

León dobló la carta con cuidado y la guardó de nueva en su bolsillo, sin perder de vista a Anya que corría tras el balón con un grupo de niños que la aceptaban entre risas.

Un leve pensamiento lo atravesó: quizás este verano no sería tan malo después de todo.

León todavía calculaba mentalmente cuándo sería mejor enviar a Silver con la carta de respuesta para Astoria, cuando un alboroto rompió su concentración.

Gritos y discusiones provenían del campo improvisado donde jugaban los chicos del barrio.

Al girar la vista, pudo verlos claramente: los muchachos que antes corrían tras la pelota ahora se encaraban entre sí. La tensión era evidente.

Uno de ellos, con el balón bajo el brazo, alzó la voz:

—¡Ya se los he dicho! Yo y mi familia nos mudamos.

—¿Qué? —gritó otro de los jugadores, con el rostro encendido por la rabia—. ¡Pero tenemos el campeonato dentro de un mes! ¡Vendrán cazatalentos! ¡Es nuestra oportunidad!

—¡Ni siquiera tenemos reemplazos! —añadió otro, casi desesperado.

—Sí, ¿qué vamos a hacer ahora? —replicó un cuarto—. ¡No es justo!

El chico que se iba presionó los labios y bajó la mirada.

—Lo siento —repitió, en voz más baja, pero firme.

El ambiente se volvió pesado. Los reclamos de sus compañeros se mezclaban con la tristeza y frustración. León, desde la banca, lo observaba en silencio, reconociendo el mismo vacío que él había sentido tantas veces: esa sensación de abandonar o ser abandonado.

Mientras tanto, Anya, que había estado jugando con los más pequeños, se detuvo al notar el alboroto. Se acercó corriendo hacia León y le empujó de la manga.

—Hermano... están peleando.

León frunció el ceño, sin apartar la mirada del grupo.

—Sí… parece que uno de ellos no tiene opción.

El eco de las palabras "nos mudamos" resonaba en su cabeza.

Los jóvenes estaban deprimidos, su equipo ahora no estaba completo, ahora ni siquiera tendrían la oportunidad de jugar.

Uno de ellos furioso golpeó al Grass mientras decía

—¡Maldición, maldición! ¡Ni siquiera podemos jugar así!

—¡Ya basta, Robson, te vas a lastimar! —dijo otro, sujetándolo por el hombro.

—¡Pero, Dean, da mucho coraje! —replicó Robson con los ojos brillando de impotencia—. ¡Entrenamos duro para nada!

Robinson, el mayor de ellos, intervino tratando de mantener la calma.

—Dejen de lamentarse. Lo que necesitamos es buscar un reemplazo rápido.

—¿Y de dónde lo seguimos, Robinson? —protestó uno de los chicos con tono cansado—. Si recuerdas, para formar el equipo buscamos por todos lados. Los que quedan son demasiado pequeños… y los grandes se la pasan fumando en la esquina.

Robson, desesperado, miró a Wright.

—¿Y tu hermano, Wright?

Wright se giró bruscamente.

—¡Mi hermano tiene cuatro años, Robson!

—¡No importa! —insistió Robson—. Solo necesitamos que se quede quieto en un lado de la cancha mientras cubrimos su área.

Robinson se pasó una mano por la cara, exasperado.

—Te escuchas, Robson… eso no tiene lógica. El equipo terminó.

El silencio cayó sobre el grupo. La frustración, la rabia y la tristeza estaban plasmadas en sus rostros.

Desde la banca, León observaba todo, con Anya a su lado mirando la escena con curiosidad.

En la cara de anya se ilumino con una sonrisa y dijo hermano tu sabes jugar futbol león rápidamente le tapo la boca pero era demasiado tarde, las palabras de anya fueron escuchadas.

El chico mas grande lo miro con ojos esperanzados, como si encontrara una luz a fina de tunel, asi que sin mas corrio hacia ellos.

El chico dijo me llamo Robson se que esto es arrepentido, pero por favor ayúdanos, necesitamos que juegues para nuestro equipo.

León quedó sorprendido por la súplica de los muchachos. Apenas había abierto la boca para responder cuando más chicos se le acercaron, todos con la misma expresión de esperanza.

Durante un instante, León los miró en silencio. Veía en sus ojos el deseo de no rendirse, pero sabía que no podía ayudarles. Él tenía sus propios planos: ahora que podía usar magia fuera de Hogwarts, y teniendo a Snape como padre, quería aprovechar el verano para aprender hechizos más avanzados.

—Lo siento, pero… —empezó a decir.

—¡León acepta! —interrumpió Anya con entusiasmo, levantando la mano.

León la miró incrédulo. ¿Por qué me comprometiste? Pensé con desesperación.

Todos los chicos lo rodearon emocionados.

—¿De verdad jugarás con nosotros?

León soltó un suspiro resignado.

—Está bien… —dijo finalmente.

Un rugido de alegría se extiende entre ellos.

—¡Muy bien! —gritó Robinson—. ¡Gracias a León podremos jugar el campeonato! Pero eso no significa que debamos descuidar el entrenamiento.

—¡No lo haremos! —gritaron los demás al unísono.

—¡Por el campeonato!

—¡Por el campeonato! —repitieron todos, levantando los puños hacia el cielo.

El ambiente cambió por completo. En cuestión de minutos, el entusiasmo reemplazó la tristeza. Colocaron piedras como límites del campo, formaron dos equipos y comenzaron el entrenamiento.

Pusieron a León como delantero. Robson le pasó la pelota y el juego empezó. Todos corrieron a tomar sus posiciones, mientras él se quedaba un segundo dudando.

No sabía muy bien qué hacer. Las reglas del fútbol no eran su especialidad.

Escuchaba los gritos de sus compañeros:

—¡Pasala, León! ¡Pasala!

Pero antes de reaccionar, una figura pasó veloz junto a él, arrebatándole el balón. Robinson.

El chico dribló con agilidad a dos jugadores, esquivando con movimientos que parecían coreografiados.

—¡No te quedes quieto! —le gritó Robson a León mientras corría a cubrirlo—. ¡Tenemos que recuperar el balón!

León reaccionó, apretó los dientes y echó a correr tras Robinson, pero ya era tarde. Este envió un centro perfecto a Wright, que remató directo al arco.

—¡GOOOL! —gritaron varios a la vez.

León se quedó inmóvil, procesando la velocidad del juego.

—¡No te quedes quieto! —le gritó el arquero, devolviéndolo a la realidad—. ¡El partido no ha terminado!

El saque inicial fue para Robson, que en lugar de pasarla a León, la envió a Dean. Los dos comenzaron a moverse en una sincronía impresionante, burlando a los rivales con pases rápidos.

Pero Robinson y Wright se acercaron, presionando fuerte. Dean sabía que no podía avanzar más; Robson estaba marcado. Solo quedaba una opción.

—¡Es tu turno, León! —gritó Dean, lanzándole el balón.

León presionó la mandíbula, se posicionó y levantó el pie para disparar con fuerza… pero la pelota pasó limpia entre sus piernas.

El balón rodó despacio hasta las manos del arquero contrario, que la atrapó sin esfuerzo.

El silencio fue inmediato.

Los demás jugadores lo miraron con rostros sombríos. Algunos se cruzaron de brazos; otros simplemente bajaron la cabeza.

León sintió cómo el calor le subía al rostro. No necesitaba palabras para entender lo que todos pensaban: ni siquiera sabía jugar.

El juego continuó por casi una hora más, pero el resultado no cambió: el equipo de León perdió.

El ambiente al final era una mezcla de resignación y esperanza.

Los muchachos se reunieron en medio del campo, exhaustos, con el sudor brillando bajo el sol de la tarde.

—Es terrible… —murmuró uno de ellos, mirando al suelo—. Pero lo necesitamos.

—Sí, es el único que queda —añadió otro, suspirando.

—Pero es malo —reconoció Robson, cruzándose de brazos.

—No se preocupen —intervino Robinson, con tono decidido—. Todavía tenemos un mes. Le enseñaremos lo básico: cómo pasar, cómo marcar. Con eso bastará.

El resto avanza en silencio. A pesar del desastre del primer día, todos sabían que necesitaban a León para tener al menos una oportunidad.

Antes de separarse, el grupo se acercó a él y le dio unas palmadas en el hombro.

—Buen intento, León —dijo Dean con una sonrisa forzada.

—Gracias por unirte, en serio —agregó Wright.

León mirando con una media sonrisa, algo avergonzado.

—Haré lo mejor que pueda.

Anya, más animada que nunca, los despidió con una sonrisa y un movimiento de mano.

—¡Nos vemos mañana, equipo!

Mientras regresaban a casa, el aire entre los dos estaba tranquilo… hasta que Anya rompió el silencio.

—Hermano… —empezó, mirándolo con ojos entrecerrados—. ¿Por qué dijiste que sabías jugar fútbol?

León desvió la mirada, sintiendo un leve nudo en el estómago.

—Yo… —intentó responder, pero Anya cruzó los brazos, esperando.

—¡Hermano! —repitió, alzando la voz.

León suspiró.

—Mentí. No quería engañarte.

Anya lo miró unos segundos más, seria, hasta que soltó un pequeño resoplido y sonriente.

—Solo por esta vez te perdono. Pero no debemos mentirnos, ¿entendido?

—No lo volveré a hacer, Anya —prometió él.

—Bien, porque ahora que estás en el equipo, ¡necesitas entrenar! —dijo con determinación.

León la miró sin saber si reír o preocuparse.

—Lo sé… pero no tengo idea de por dónde empezar.

Anya sonrió con orgullo.

—Por suerte para ti, yo soy buena jugando. Así que… ¡yo te entrenaré! Espera un momento.

Antes de que León pudiera responder, la niña salió corriendo escaleras arriba.

A los pocos segundos, cayó con una pelota vieja entre las manos y una sonrisa traviesa en el rostro.

—Vamos al patio —ordenó, dándole un leve golpe con el balón en el pecho.

León soltó una carcajada.

—Sí, entrenadora, a sus órdenes.

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