WebNovels

Chapter 1 - Capitulo 1: Medfcantita

Un mes antes de la tragedia de Medfcantita, el grupo de amigos de Marco —formado por Saúl, el más imaginativo y creativo de la clase; Carlos, alto y fortachón, aunque torpe en los estudios, pero destacado en los deportes; y Carla— se reunió para planear su próxima aventura.

Una mañana, mientras investigaba en Internet sobre posibles destinos para su excursión anual a lugares tenebrosos, Saúl encontró una noticia peculiar de hace un año, junto con reportes de desapariciones en años anteriores. Según los registros, muchos jóvenes que habían visitado las montañas del Bosque Profundo nunca regresaron.

—¿Adónde iremos esta vez? —preguntó Marco.

Saúl propuso visitar el lugar donde habían desaparecido aquellos jóvenes años atrás. Carlos advirtió que, según los rumores, en esas montañas habitaba algo desconocido. Aun así, lejos de asustarse, el grupo decidió que explorarían la zona para descubrir la causa de aquellas misteriosas desapariciones. Carlos sugió tomar el tren del Este, ya que era la forma más fácil de llegar.

Marco se despidió de sus padres como lo hacía cada año cuando iba a acampar a lugares extraños, donde hasta entonces nunca había pasado nada. Sin embargo, su madre, algo preocupada, le dijo:

—Hijo, ten cuidado en esas montañas, creo que hay osos. Sería mejor que acamparas en algún lugar más cercano.

Pero Marco insistió:

—Es para un proyecto de documental de la escuela.

Finalmente, su madre asintió y lo dejó ir.

Mientras tanto, Carlos y Saúl hablaban sobre qué tipo de criaturas podrían encontrarse, por lo que llevaban unas garras de metal, una palanca y dos palos de golf. El punto de encuentro del grupo era el parque del pueblo, al mediodía. A lo lejos, Carla llegó con la cámara de su hermano mayor y comentó que había sido difícil sacarla de su habitación. Por suerte, él no estaba en casa, había salido a comprar algo a la tienda.

—¿Dónde está Marco? —preguntó Carla.

Carlos respondió:

—Está comprando repelente para osos. Me lo dijo por teléfono, así que tardará un poco.

—Ya veo —dijo Carla.

Saúl añadió:

—El lugar al que vamos es peligroso. Muchos lugareños nos dirán que no bajemos de la zona segura, pues varios jóvenes han desaparecido después de ir más allá de la zona segura.

Carla estaba muy emocionada. Desde niña, nunca le gustaron las muñecas, sino ver películas de terror. Solía colarse en la habitación de su hermano mayor para tomar sus películas y verlas cuando casi no había nadie en casa.

Saúl le dijo, frunciendo el ceño:

—Parece que te gustan esas historias, Carla.

—¡Ah, a mí me encantan las de paranormal! —respondió ella—. Pero no creo que en esa montaña haya nada malo... seguro solo es uno de esos rumores exagerados.

Carlos comentó:

—Eso debe ser cierto, ya que en Internet es donde se publican estas cosas, pero...

—¡Ya llegué, amigos! ¿Están listos para la aventura de una noche? —dijo Marcos, con la respiración agitada.

Saúl y Carla asintieron con emoción. Carlos, en cambio, no tanto; más bien estaba dudando si aquella noticia era real o una mentira inventada. Marcos lo sacó de sus pensamientos, diciendo:

—El tren está por llegar. Tenemos que ir rápido.

Carlos solo asintió y se dirigieron hacia el tren.

Al subir al tren, el grupo de amigos llevaba todo lo necesario para pasar una noche. Los cuatro estaban tan emocionados como cada año. Estaban cursando el cuarto grado, y cada vez que salían a acampar tenían una canción para cantar por las noches. Carla dijo que esta vez le tocaba a ella crear esa melodía. En una hoja arrugada y gastada, les mostró a sus amigos la música.

Saúl comentó:

—No está mal esa música de "La Cigarra".

Carla sacó la lengua en gesto de disgusto. Marcos comento de que estaba genial. Carlos por su parte mormulla de que:

—Es muy infantil para ser el coro de nuestro grupo.

Carla lo miró con confusión (¿??), y los tres se rieron. Decidieron que mantendrían la primera canción que habían compuesto en las montañas de la ciudad, como coro del grupo.

—Bueno, lo intenté —dijo Carla—. Supongo que no estaban listos para esta obra de arte. Por eso la guardaré.

—¡Ajá! —dijo Saúl.

Al llegar a su parada, bajaron del bus y notaron que el lugar era pequeño. Sin embargo, Marcos afirmó que lo primero que debían hacer era buscar una guía. Sus tres amigos le sugirieron que, antes de eso, buscaran una tienda en la ciudad.

Saúl, con amabilidad, le preguntó a una señora mayor dónde podían encontrar una tienda. La mujer respondió con cortesía que debían ir de frente, doblar en la esquina y allí encontrarían la única tienda comercial del pueblo.

Al observarlos mejor, la señora añadió:

—Ustedes son nuevos, ¿verdad, hijos?

Todos asintieron casi al mismo tiempo.

—Bueno —continuó—, imagino que han venido a visitar a sus familiares.

Carlos estaba a punto de contarle sobre su viaje, pero Marcos lo interrumpió rápidamente:

—Gracias, señora. Es usted muy amable.

Se dirigieron a la tienda tal como la mujer les había indicado. La tienda se alzaba en la esquina como si llevara allí toda una vida: un edificio bajo, con muros encalados y tejas gastadas que mostraban grietas y parches; una puerta de madera crujía con cada empujón, dejando escapar el tintineo apagado de una pequeña campanilla. Desde la acera se percibía el olor característico del lugar.

Al abrir la puerta, el interior parecía retener el tiempo en una atmósfera tibia y ligeramente polvorienta, iluminada por una lámpara colgante de vidrio que proyectaba círculos dorados sobre el mostrador.

El local carecía de modernidad: estanterías de madera oscura, algunas combadas por los años, se alineaban hasta el fondo como pequeñas calles. En los estantes superiores había hileras de latas y frascos con etiquetas descoloridas —atún, mermeladas, conservas—; más abajo, paquetes de harina, azúcar y fideos apilados con un orden práctico heredado de décadas.

En una esquina se encontraba la sección de alimentos frescos: cajas con manzanas, naranjas y un par de plátanos maduros; junto a ellas, una balanza antigua de hierro que parecía esperar ser usada de nuevo. Contra la pared del fondo, una estantería más moderna albergaba artículos de ferretería: cuerdas, clavos en bolsas transparentes, linternas de mano y herramientas pequeñas que brillaban entre capas leves de polvo.

A la derecha, la sección de periódicos y revistas exhibía noticias dobladas en columnas amarillentas y postales locales sujetas con chinchetas. Cerca del mostrador había un rincón dedicado a objetos peculiares: radios antiguas, una cámara de fotos metálica y un póster descolorido de una fiesta patronal, cuidadosamente conservado por quienes lo colgaban cada año. En una repisa alta, fotografías en blanco y negro —personas con trajes antiguos, la plaza de épocas pasadas— otorgaban a la tienda un aire de memoria viva. Muchos clientes se detenían ahí, reconociendo rostros y apellidos familiares.

El mostrador, de madera pulida por el uso, se erguía como el punto central del local. Detrás estaba el encargado, con el delantal marcado por manchas de tinta y grasa. Sobre la mesa descansaban una libreta de cuentas, algunas monedas sueltas y un tarro de fósforos. Una pequeña radio murmuraba programas locales o canciones que los vecinos asociaban con tardes largas y tranquilas. La caja registradora, de mecanismo mecánico, marcaba la actividad del día con un sonido que parecía el metrónomo cotidiano del pueblo.

Al terminar de recorrer con la mirada, los chicos notaron la variedad del lugar: al fondo había una sección de comida, otra de artefactos, una de periódicos y otra de herramientas.

Carlos se interesó por las noticias y les dijo que iría a echar un vistazo, pues podría encontrar alguna pista o algo útil. Se dirigió a esa sección.

—Pues yo también iré a ver algunas cosas, a ver qué encuentro… tal vez haya alguna chica para llevar a casa —dijo Saúl.

—No hemos venido a eso —replicó Marcos.

Pero Saúl ya se había marchado hacia otra sección que le había llamado la atención.

—Bueno, quédate aquí, Carla —dijo Marcos—. Voy a preguntarle al recepcionista cuál es el mejor lugar para acampar en las montañas de Medfcantita.

—Déjate de tonterías —respondió Carla, molesta.

Y, levantando la voz, gritó:

—¿Alguien conoce un lugar pacífico en el bosque de Medfcantita?

Carla lo hizo solo para asustar a Marcos, pensando que la gente se reiría, pero varias familias que estaban en la cola para pagar la miraron con una mezcla de sorpresa y temor, como intentando averiguar de qué hablaba esa señorita.

Al notar las miradas, Carla se sintió intimidada y se acercó más a Marcos.

El encargado, dejando a uno de sus compañeros atendiendo la caja, se acercó y dijo:

—Es extraño hablar de esas montañas. A los lugareños no les gusta mencionarlas. Hace un año ocurrió una tragedia… y antes de esa, otras más. Les recomiendo no hablar de ese lugar en público. ¿Son nuevos aquí, verdad?

—Sí —respondió Marcos.

—Me lo imaginaba —dijo el encargado—. ¿Ustedes son…?

—Me llamo Marcos. Ellos son mis amigos Saúl… —Saúl, que estaba mirando unas latas de atún, levantó la mano en señal de saludo—. Y él es Carlos, que está en la sección de periódicos. Ella es mi amiga Carla.

—Perdón… no debí decir eso —murmuró Carla, avergonzada.

—Mucho gusto —dijo el encargado—. Yo soy Alexander. ¿Qué desean consultarme?

More Chapters