Pont-Saint-Esprit – 2:58 PM
El cielo estaba gris, cubierto de nubes bajas. El clima olía a tormenta, pero no de las que caen del cielo.
Richard descendió del Citroën DS que había tomado en Marsella. El maletín en su mano izquierda pesaba más por lo simbólico que por su contenido. Frente a él, una casona rural maltratada por los años. Persianas podridas, pintura descascarada, y un cartel desvencijado que decía "Boucherie Lapierre". Un matadero viejo.
La puerta chirrió. Dentro, Anton lo esperaba con los brazos abiertos, sonrisa amplia, cigarro humeante en la comisura de los labios.
—¡Compadre! —exclamó abrazándolo fuerte—. ¿Cómo estás, viejo bastardo?
Richard no correspondió del todo el abrazo. Sus ojos se movían como los de un halcón: ventanas, techos, huecos. No estaba solo, eso lo sabía. Aunque nadie se mostrara, el silencio pesaba como un cuchillo al cuello.
—¿Y los demás? —preguntó con voz firme—. ¿No somos un equipo ahora?
Anton sonrió, divertido, como quien ya esperaba la pregunta.
—Por eso te necesitamos, Richard. Jajaja... A ti te tengo confianza. Pero ellos no. Sabes cómo es esto. Estaban viendo si venías... acompañado.
Rió con fuerza, mirando hacia el techo como si alguien allá arriba también se riera con él.
—Y al parecer... no —añadió, más bajo.
Se dio media vuelta y caminó hacia el fondo del pasillo de madera. Frente a una puerta que parecía un viejo armario, Anton hizo un gesto con la mano. Un lector apenas visible se encendió. Sonó un "click" metálico, y el panel del armario se abrió revelando… un elevador antiguo, con rejas de hierro y olor a tabaco rancio.
Richard lo siguió, activando discretamente su reloj con un toque sutil bajo el maletín. Transmisión abierta.
Dentro del ascensor, Anton murmuró algo en francés:
—"Descendez dans l'abîme."
(Bajen al abismo.)
El elevador descendió. Lentamente. El zumbido eléctrico era bajo, grave, como un corazón oxidado latiendo en las entrañas del edificio. El olor cambió: ya no solo era tabaco. Era humedad, aceite, metal viejo... y muerte. Richard lo sabía bien. Había olido eso en muchas guerras.
Al llegar abajo, una gran sala con luces tenues se extendía ante ellos. Mesas con planos, mapas de Europa, teléfonos viejos, radios soviéticos. La base no era tan moderna como la DSI. Pero parecía más... peligrosa.
Un hombre alto, de cabello rubio peinado hacia atrás, en chaqueta de cuero y guantes negros, se levantó de una mesa. Tenía cicatrices en la mandíbula y el cuello. Sus ojos eran como hielo derretido con gasolina.
Anton lo presentó con teatralidad:
—Richard Kane, te presento a Remy Faure. El hombre que asaltó el Crédit Lyonnais de París en el '73.
Richard frunció el ceño. Lo recordaba.
—Yo te estaba cazando.
Remy sonrió. Una sonrisa que parecía más una amenaza que un saludo.
—París del '69, ¿eh? —dijo en tono nostálgico—. Increíble cómo gira el mundo... Ahora tenemos a uno de los mejores espías de Europa trabajando con nosotros. Las vueltas que da la vida, ¿no?
Anton intervino rápido, colocándole una mano en el hombro a Richard.
—Ven conmigo. Aún hay alguien que quiere saludarte.
Cruzaron una puerta aún más oscura. Esta vez no era metal, sino madera reforzada con placas de plomo. Entraron a una sala iluminada apenas por una lámpara amarilla colgando del techo. La humedad se condensaba en las paredes. En el centro, con una copa de coñac en la mano y una sonrisa ambigua, los esperaba Hugo.
—Han pasado unos días, Argos. —dijo, sin moverse del sillón de terciopelo rojo—. ¿Cómo estás?
Richard tragó saliva. No había escuchado ese nombre en años. Ese maldito nombre que enterró junto con su libertad.
—"Argos-7"... —repitió en voz baja, mientras sus dedos apretaban el maletín—. Estoy bien. Pero no olvides por qué me fui.
Hugo rió suave. Tenía la voz de un sacerdote con cuchillos bajo la sotana.
—Y ahora estás de vuelta.
Silencio. Todos lo miraban. La prueba de fuego acababa de empezar.
Pont-Saint-Esprit – 4:46 PM
La lámpara oscilaba levemente sobre las cabezas. La sala olía a cuero, metal viejo y humo de cigarro. Richard, firme, aún con el maletín en mano, lo colocó sobre la mesa central entre todos los presentes.
Abrió las cerraduras con un "click-click" y extrajo una pequeña unidad metálica: negra, del tamaño de un cigarro largo. Sin dudarlo, la sostuvo entre sus dedos, elevándola a la vista de Hugo, Anton y Remy.
—Aquí está todo lo que ustedes quieren de la DSI. —dijo con voz neutra, como si no le importara, como si entregara el destino del mundo en una cajita anodina.
Remy levantó una ceja, curioso. Hugo se acercó, más por costumbre de cazador que por duda.
—¿Esto es una "Asesina"? —preguntó, examinando el diseño—. He oído rumores… Pero nunca vi una en acción.
Richard apenas esbozó una sonrisa, de esas que usan los hombres cuando tienen una ventaja oculta.
—Prepárense para quedar impresionados.
Hugo la conectó a una vieja terminal soviética —modificada, claro—. La pantalla tintineó azul por un instante… y luego comenzó a llenarse de texto. Códigos. Archivos. Claves de autorización. Listados de agentes, movimientos, inventarios.
En tiempo real, la "Asesina" estaba enviando la información directamente a la DSI, sin que ellos lo supieran.
DSI – Oficina Central, Marsella – 4:47 PM
Dentro del cuarto de comunicaciones, Phin, el experto en tecnología y uno de los mejores criptoanalistas de Europa, encendió su terminal cuando la señal llegó.
—¡Vera! ¡Lo logró! —exclamó mientras las líneas de información llenaban la pantalla verde.
Vera, vestida con un saco marrón claro y una carpeta bajo el brazo, se acercó con velocidad.
Transacciones de Anton 1972–1977Identidades falsas – Red "Viuda Blanca"Colaboraciones internas – Base Subterránea PSEOperación Abismo (Plan de Retiro)
—Están usando criptografía rusa. —dijo Phin mientras tecleaba—. Pero esta unidad está reventando las claves como si fueran papel mojado.
—Buen chico, Richard... —murmuró Vera para sí, con una sonrisa de admiración silenciosa.
—.Están triangulando la señal, pero es una especie de red virtual itinerante. Debe estar montada sobre un nodo móvil. Pero esto... —abrió un archivo marcado con una estrella roja— ...esto es oro puro.
Nombre del archivo: "Proyecto Europa Negra".
Shaw sacó su cigarro, lo encendió sin permiso y dijo:
—¿Y eso qué es? ¿Otro plan de dominación mundial?
Vera tomó el asiento de Phin y comenzó a leer en voz baja, sus ojos cada vez más fríos.
—No… algo peor. Esto es una red de infiltración que pretende comprar a agentes del bloque occidental. Dinero, ideología, chantaje. Richard no entró en una base común. Entró al corazón de una conspiración internacional.
Silencio. Solo se oía el zumbido de las máquinas y la leve vibración de la transmisión.
—Shaw. Gutiérres. Prepárense para ir por él. Dijo por el trasmisor.
—¿Ahora? —preguntó Shaw.
—Sí. Richard no puede salir solo. Si lo descubren... lo matarán antes de que podamos cerrar un ojo.
Pont-Saint-Esprit – 4:55 PM
Hugo observaba los archivos en su pantalla como un niño frente a una vitrina de diamantes.
—Impresionante, Kane... ¿Qué más tienes?
Richard se encogió de hombros.
—Solo lo que necesito para mantenerlos interesados. No crean que me jugué la cabeza por nada.
Anton reía detrás, complacido. Pero Remy... no apartaba la vista de Richard. Algo no cuadraba. Su instinto lo picaba como una aguja en la nuca.
Richard se mantenía firme. El reloj seguía transmitiendo. El micrófono en su cuello lo estaba captando todo.
Solo necesitaba un poco más de tiempo… Solo unos minutos más antes de desaparecer.
Base clandestina en Pont-Saint-Esprit – 5:03 PM
El sudor bajaba por la frente de Richard Kane en pequeñas gotas traicioneras. Su respiración se hacía más pesada con cada segundo que pasaba. No era solo el calor de la habitación, era la presión. La tensión. La conciencia de que estaba caminando sobre una cuerda floja a punto de romperse.
Hugo, recostado contra la pared, lo notó.
—¿Qué sucede, veterano? ¿Tienes calor, eh? —preguntó con una risa ronca mientras golpeaba con el nudillo un panel viejo—. ¡Enciendan los aires, carajo!
Las turbinas empezaron a zumbar con lentitud. Un ventilador oxidado giró perezosamente, pero nada podía apagar el calor que envolvía a Richard. Ni el externo... ni el interno.
Mientras tanto, la "Asesina" seguía trabajando en silencio. Transmitiendo en ambas direcciones. Una serpiente de información devorando la red desde adentro.
DSI – Marsella, Centro de Comunicaciones
Phin, con los ojos inyectados de adrenalina, giró hacia Vera con un tono de voz cargado de urgencia:
—¡Esto es más grande de lo que pensábamos! Están apuntando a destruir el mundo... y lo van a hacer desde dentro.
—¿Qué quieres decir? —respondió Vera, inclinándose sobre el terminal.
Phin pulsó varias teclas. En la pantalla aparecieron las siglas ADS, PGE y TBS.
—Están dentro de los archivos de la ADS (Agencia de Defensa Secreta), la PGE (Plataforma Global de Espionaje) y los TBS (Terminales de Búsqueda Satelital). ¡Tienen datos internos, contraseñas de misión, acceso a satélites, despliegues militares secretos... todo!
—¿Tienen espías en todas las bases tecnológicas de inteligencia? —murmuró Vera, palideciendo.
Phin asintió.
—Y esto es solo la superficie. Si logran activar el Proyecto Europa Negra, no vamos a tener un solo aliado que no esté comprometido.
Gutiérres ajustaba su chaqueta marrón mientras metía un par de granadas y una pistola silenciada en el maletín modificado. Shaw cargaba su rifle automático como si fuera una extensión de su propio cuerpo. Cigarro en boca, sonrisa entre los dientes.
—Nos vamos ya, Gutiérres —dijo por radio—. Acaban de interceptar los últimos paquetes. Si se quedan más tiempo, Kane se convierte en un cadáver elegante.
Phin intervino por la frecuencia.
—Richard, Kane, sal de ahí. Ya tenemos lo que necesitamos. No podrás escapar cuando se den cuenta de que estamos robando información. Repite, sal ya.
Base Enemiga – 5:07 PM
Richard tragó en seco. Hugo y Remy no le quitaban los ojos de encima. Anton se paseaba por la sala, entre chistes y frases sueltas en francés.
Richard levantó la mano con calma.
—Disculpen… ¿Dónde está el baño?
Anton sonrió, mordiendo el filtro de su cigarro. De su chaqueta de cuero sacó lentamente una Beretta 70.
—Te tengo.
El disparo fue inmediato. La bala silbó a centímetros del rostro de Richard, que se lanzó hacia la puerta más cercana.
En el exterior de la base, Gutiérres y Shaw ya estaban siendo recibidos con plomo. Las balas perforaban las paredes oxidadas, rebotaban contra el concreto. Unos seis hombres armados salieron por las compuertas laterales. Shaw, con una carcajada seca, se cubrió tras un Renault 4 oxidado.
—¡Ja! Mueran, bastardos! —gritó mientras soltaba ráfagas con su rifle desde la escotilla trasera.
Detrás del Renault oxidado... un segundo vehículo camuflado y reforzado se encendió con un rugido potente.
—¡Gutiérres, es ahora o nunca! —gritó Shaw.
Gutiérres tomó el volante, giró violentamente y el auto derrapó, chocando contra dos mafiosos que intentaban flanquearlos.
—¡Sube Kane—vociferó Shaw por la radio.
Dentro de la Base
Richard, ahora sin su maletín, se lanzó a los ductos de ventilación. Subió como pudo. El reloj aún transmitía… pero cada segundo contaba. No llevaba ni diez metros dentro cuando el metal oxidado cedió y cayó violentamente en medio de un cuarto de almacenamiento.
—¡Está aquí! ¡Es Kane! —gritó uno de los mafiosos.
Las balas comenzaron a volar. Richard rodó detrás de un gabinete mientras disparaba con su Beretta personal. Pero eran demasiados.
Desde la sala de control, Hugo, viendo todo por las cámaras de seguridad, gritó:
—¡Mátenlo! ¡Mátenlo ya mismo! ¡Nada de rehenes, es Argos-7, no lo dejen respirar!
Y ahora Richard Kane, sudado, herido y solo, rodeado de enemigos, sabía que no podía fallar. No esta vez.
Y el reloj aún seguía latiendo…
tic, tic, tic.
Exteriores de la base – 5:11 PM
El humo del motor del Renault aún flotaba en el aire cuando Anton salió caminando con paso decidido. Entre sus manos, descansaba un enorme lanzacohetes M20 Super Bazooka, prestado de algún traficante militar del norte de África.
—Hasta aquí llegó el jueguito —murmuró, y colocó el ojo en la mira con una sonrisa cruel.
A lo lejos, Gutiérres gritaba mientras trataba de sacar a Shaw del vehículo:
—¡Vamos, Shaw! ¡Tenemos que movernos o—
El rugido de la explosión fue lo último que se escuchó.
El Renault entero estalló en una nube de fuego y metal fundido. Shaw salió despedido, cubierto de heridas, con su chaqueta en llamas. El cuerpo de Gutiérres quedó atrapado entre los restos del chasis. Alcanzó a moverse, a estirar una mano temblorosa... pero fue recibido por una lluvia de plomo. Los mafiosos no le dieron oportunidad.
Gutiérres murió ahí mismo.
Shaw, cubierto de sangre, miró todo con los ojos abiertos, en un estado de shock salvaje. Luego rugió de furia. Como un animal enloquecido, se levantó y comenzó a disparar a lo loco, gritando nombres, insultos, blasfemias. No buscaba cubrirse. No buscaba escapar. Solo venganza.
Una bala pasó zumbando cerca de su oído.
Luego otra.
Y sin que se diera cuenta, un matón se deslizó por detrás y lo golpeó brutalmente en la nuca con la culata de un fusil.
Shaw cayó inconsciente.
Oficinas de la DSI – Marsella, 5:13 PM
—¡No! ¡NO! —gritó Vera cuando los monitores de vida mostraron las señales en rojo.
—Gutiérres… está muerto. Shaw… sin pulso por unos segundos… está vivo, pero... —balbuceó Phin, pálido.
—¡Maldita sea! —golpeó Vera la mesa con fuerza—. ¡Era una misión encubierta, no una ejecución! ¡Tenían que salir! ¡Kane todavía está adentro!
Base clandestina – Nivel Subterráneo B4
Richard corría como podía. Su pierna sangraba desde un pequeño roce de metralla. Alcanzó a colarse por un elevador de mantenimiento, presionando los botones sin parar.
El ascensor subía lentamente entre el rechinar del metal.
Pero al abrirse la compuerta, el infierno lo esperaba en forma de sonrisa torcida.
Anton.
Apuntando con su pistola. Impecable. Tranquilo. Y con la mirada de un hombre que ya había ganado.
—Sabía que no ibas a venir solo —dijo, alzando una ceja—. ¿Shaw y Gutiérres, eh? Buena elección. Aunque… no tan buena.
Richard alzó el brazo. Disparo. Falló.
Anton disparó directo a la pierna de Kane.
—¡Agh! —Richard gritó, cayendo al suelo, su rodilla izquierda sangrando profusamente.
Anton se agachó frente a él, sacando el cigarro de sus labios.
—¿Te dolió? Eso no es nada comparado con lo que se viene, compadre. ¿Sabes qué es lo peor? No es que traicionaras a los tuyos… es que pensaste que podías engañarnos.
Richard intentó arrastrarse. Su reloj aún transmitía. Vera podía estar escuchando. Anton lo notó.
—Tic, tic, tic, siempre el reloj —musitó mientras lo quitaba con delicadeza y lo aplastaba bajo su bota.
Richard lo miró con furia. Con impotencia.
—No vas a ganar… Vera te va a…
Un culatazo seco en la cabeza. Todo se volvió negro. Solo quedó el eco de una frase entre las sombras.
—Espero que estén a sal—
Silencio.
6:41 PM – Afueras de la base clandestina (ahora en ruinas)
La noche empezaba a cubrir los restos calcinados del lugar. Las llamas se habían extinguido, pero el olor a pólvora, sangre y caucho quemado persistía. Los faros de los vehículos de la DSI iluminaban la escena.
Gutiérres yacía tendido con una sábana encima, su cuerpo lleno de perforaciones. A unos metros, entre los escombros, algunos matones de Hugo estaban esposados, heridos o inconscientes. Hugo mismo, atado de pies y manos, tenía el rostro cubierto de sangre seca. Fue el único de los cabecillas capturado con vida.
Entre la escena de caos, Vera caminó como una sombra helada. Sus ojos no mostraban emociones, pero cada paso suyo era un golpe seco de ira.
Isabelle, descompuesta, se acercó a ella:
—¿Vera…? ¿Dónde está Richard? ¿Dónde están Shaw y Gutiérres?
Vera se detuvo. La miró, pero no dijo nada.
—¡Dime algo! ¡Por favor! —rogó Isabelle, al borde del llanto.
Sin embargo, Vera giró sin responder y se dirigió directamente al cuarto móvil de interrogación, instalado en una de las camionetas blindadas.
Interior del cuarto de interrogación – 7:05 PM
Hugo estaba sentado en una silla de metal. Las esposas atadas al respaldo. Dos agentes lo vigilaban hasta que Vera entró y los hizo salir con una simple seña.
La puerta se cerró.
El silencio fue sepulcral.
Vera caminó lentamente alrededor de Hugo, luego se colocó frente a él. Encendió una grabadora de casete y la colocó sobre la mesa.
—Nombre completo. —dijo sin expresión.
Hugo escupió sangre al suelo, sonrió con los labios partidos.
—¿Vas a hacerme rellenar formularios ahora?
Vera sacó su arma, la colocó sobre la mesa. Luego sacó un cuchillo y lo deslizó junto al arma.
—¿Quién es Anton realmente? ¿Dónde está Kane?
—¿Anton? —rió débilmente—. Si llegaste aquí, ya sabes que Anton no es un nombre, es un problema.
Vera no se inmutó. Colocó las manos sobre la mesa y se acercó más a su rostro.
—Voy a preguntarlo una vez más, Hugo. ¿Dónde está Richard Kane?
Hugo se quedó en silencio unos segundos, mirándola a los ojos. Luego sonrió, pero con tristeza.
—Si Anton se lo llevó… entonces Kane está muerto.
Un disparo.
El balazo pasó rozando la oreja de Hugo y se estrelló contra la pared de metal detrás de él. Hugo se estremeció, su rostro cambió.
—¡¿ESTÁS LOCA?!
—No. Estoy cansada. Cansada de perder gente por culpa de ratas como tú. —dijo Vera con una furia controlada—. Si no hablas, no irás a la cárcel. No tendrás juicio. Nadie sabrá jamás que estuviste vivo después de esta noche. Entiérrate bien eso en tu podrida cabeza.
Hugo tragó saliva.
—Anton… Anton no trabaja para una mafia cualquiera. Él lidera Argos-7, la red que desapareció hace diez años en Berlín. Están de vuelta. Tienen recursos de países que ya ni existen, tecnología que ni tu Phin entendería. Lo quieren todo. Y lo van a conseguir.
—¿Dónde se lo llevó? —preguntó Vera con voz gélida.
—No lo sé. Solo sé que mencionó algo sobre "La Cuna". Dijo que ahí iba a romperlo.
La atmósfera seguía tensa. Hugo jadeaba levemente, su frente sudaba a pesar del frío metálico del cuarto. Vera, de pie, lo observaba en silencio durante varios segundos. Luego volvió a encender la grabadora.
—Nueva pregunta, Hugo —dijo con voz baja pero afilada—. ¿Para qué querían la información de todas las agencias de espionaje?
Hugo no respondió de inmediato. Su mandíbula se tensó. Vera tomó el cuchillo de la mesa y lo dejó caer sobre sus dedos, lentamente, sin amenazar... pero dejando claro que el tiempo se acababa.
—Habla —ordenó.
Hugo tragó saliva. Su voz tembló al principio, pero luego empezó a soltarlo:
—Están armando algo… algo grande. Lo llaman Proyecto Resurrección. Anton dijo que si el mundo alguna vez quiso un reset… ellos lo iban a dar.
Vera frunció el ceño.
—¿"Resurrección"?
—Usan esa palabra como una ironía… Quieren derribar todos los sistemas de inteligencia del mundo a la vez, Vera. La DSI, la ADS, los TBS, la PGE… todo. Van a dejarlos ciegos, sordos y sin líderes. Y luego van a presentarse como los salvadores.
Vera apretó los puños.
—¿Cómo?
—Hay algo que Anton llama "La Red Central". Es un sistema artificial que puede emitir pulsos electromagnéticos dirigidos. Pero para que funcione… necesita códigos de todas las agencias. Por eso necesitaban acceso a cada base. No es solo sabotaje… quieren controlarlas. Reescribirlas desde adentro.
Vera se acercó.
—¿Y tú qué ganabas con todo esto?
—Yo… solo quería sobrevivir. Anton no da segundas oportunidades.
Vera lo miró con desdén. Luego habló como si no estuviera dirigiéndose a él:
—Proyecto Resurrección... Red Central... acceso a todas las redes espías globales... —Su voz se endureció—. Esto no es una mafia, es una revolución encubierta.
Luego se inclinó levemente hacia Hugo.
—Una última cosa... ¿qué van a hacer con Kane?
Hugo dudó. Bajó la mirada.
—Anton quiere... convertirlo.
Vera parpadeó. El silencio pesó.
—Dice que si Kane no se une... lo matará lentamente. Pero si lo logra convertir, lo usará como rostro de legitimidad. Quiere que el mundo crea que Richard Kane desertó por voluntad propia.
Vera entrecerró los ojos. Respiró profundo. Luego apagó la grabadora.
—Te encargarás de decir eso mismo en el informe oficial. Luego, te devuelvo con tus amiguitos. —Dio la vuelta, caminó hacia la puerta.
—¿Y qué harás tú? —preguntó Hugo, jadeando.
Vera se detuvo en seco y sin volverse, dijo con voz baja:
—Lo que sea necesario… para traer a Kane de vuelta.
La puerta se cerró con un clic metálico.
Exterior de la camioneta blindada — 7:16 PM
Vera salió del cuarto. Isabelle, aún esperándola, se levantó de inmediato.
—¿Y...? ¿Qué sabes?
Vera solo dijo dos palabras, con una frialdad que partía el aire:
—Van por todo.
Y sin más, caminó hacia Phin para coordinar un plan de emergencia. La DSI ya no solo estaba en juego... el mundo entero estaba por caer en manos de Argos-7.