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Chapter 3 - El tiempo en pausa

Pasaron semanas.

El primer día que compartieron, parecía una casualidad. El segundo, una excusa. Pero al tercero, ya era una costumbre. Y para el cuarto, ambos se daban cuenta —aunque no lo dijeran— que se estaban salvando mutuamente, despacito, sin pedir permiso.

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El café de las 9:13

Cada mañana, Ana se levantaba dos minutos antes de que sonara la alarma del celular viejo de Álvaro. Decía que le gustaba ver su cara dormida, pero en realidad era por ansiedad. Temía que, si parpadeaba, él ya no estuviera.

Álvaro ponía agua a calentar en un jarrito oxidado. Ana se sentaba en la mesa, con las piernas cruzadas sobre la silla, y lo miraba en silencio mientras él servía los dos cafés.

—Sigue siendo asqueroso —decía ella con una sonrisa—. Pero ahora lo espero.

—La costumbre es una forma de amor, dicen.

—¿Decís eso por el café o por mí?

—Por ambos. Igual de amargos. Igual de necesarios.

Y reían. Y se tocaban las manos con miedo. Como si fueran de vidrio.

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 Las caminatas sin destino

Después del café salían a caminar. A veces sin rumbo. A veces con una excusa.

Recorrían plazas, mercados, ferias de libros usados. A Ana le gustaban los puestos donde vendían figuritas de anime o collares hechos a mano. Álvaro la seguía, con las manos en los bolsillos, como si no le importara nada… pero su mirada la cuidaba como un perro viejo.

Una vez, Ana encontró un espejo de mano con el marco roto y lo sostuvo frente a él.

—Mirá, ¿te reconocés?

Álvaro se miró por un segundo. El reflejo le devolvió una imagen que ya no entendía.

—No sé. Capaz vos sí.

Ella se puso a su lado y miraron juntos.

—Yo veo a alguien que se está volviendo real otra vez.

—¿Eso es bueno?

—Eso es hermoso.

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 Conversaciones de madrugada

Por las noches, compartían la cama. A veces hablaban con las luces apagadas, acostados, los dedos apenas tocándose.

—¿Tenés miedo cuando te dormís? —preguntaba ella.

—Sí. ¿Vos?

—Sí. Pero menos cuando estás acá.

—¿Soñás?

—Sí. A veces con mi infancia. A veces conmigo misma flotando en el agua, como si ya no doliera nada.

—Yo sueño con desiertos. Con fuego. Con gritos. Pero desde que estás acá... aparecen menos.

Silencio.

—¿Vos me amás, Álvaro?

—No sé si sé lo que es amar. Pero sé que me importás más de lo que pensé que podía importar alguien. Y que si no te veo un día, me falta el aire.

—Yo siento lo mismo.

Y a veces se dormían de la mano. Como si eso bastara para detener al mundo.

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Días grises

No todos los días eran hermosos.

A veces, simplemente no se hablaban.

Ana se encerraba en sí misma. Sentada en la cama, mirando un punto fijo, como si el pasado se le hubiera sentado en el pecho. Álvaro encendía la radio, caminaba en círculos, se fumaba medio paquete sin decir nada.

Nadie lloraba. Nadie gritaba. Solo existían.

En esos días, el amor era apenas no irse.

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 Sueños rotos (Recaída de Álvaro)

Una noche, Ana despertó por el sonido de un gemido ahogado.

Se sentó sobresaltada. Álvaro se retorcía en la cama. Respiraba rápido. Movía los brazos como si estuviera atrapado.

—¡No! ¡Corre, corre! ¡Cubrite! —gritó entre dientes, con los ojos cerrados.

Ana se inclinó sobre él, con el corazón en la garganta.

—Álvaro... Álvaro, soy yo. Tranquilo. Estás acá. Estás bien. Shh...

Él se despertó bruscamente. Sudado. Agitado. Los ojos rojos.

—Lo siento —susurró, sin mirarla—. Fue una emboscada. Vi a Mateo... su cara...

Ana le tocó la mejilla, con ternura.

—Estás en casa. Nadie va a morir esta noche.

Y entonces él lloró. Por primera vez. Como un nene. Como un hombre roto. Y ella lo abrazó hasta que el temblor se le pasó.

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 Monólogos internos

Ana, una tarde cualquiera, mientras él dormía:

> "Me asusta cuánto lo necesito. Me asusta porque yo no soy buena en esto. Porque no sé si puedo cuidar a alguien más sin romperme. Pero cuando me mira... cuando respira cerca mío... siento que por primera vez no estoy sola del todo."

Álvaro, en la madrugada, mientras ella se cambiaba en el baño:

> "No sé si merezco esta paz. Pero verla sentarse a mi lado y poner cara de asco por el café... es la única certeza que tengo en días donde todo lo demás se me borra."

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 El primer "te ves hermosa"

Una tarde, Ana salió del baño con un vestido negro simple, el cabello teñido de azul aún húmedo, y un delineado apenas torcido. Se había maquillado un poco, no para gustarle a él, sino para verse a sí misma distinta en el espejo.

Álvaro estaba sentado en la cama, leyendo un libro prestado.

Cuando la vio, bajó el libro sin decir palabra. Ana se incomodó.

—¿Qué? ¿Muy ridícula?

Él negó lentamente con la cabeza.

—Te ves hermosa.

Ana tragó saliva.

—No lo digas solo por quedar bien.

—No digo cosas que no siento. Estás... jodidamente hermosa.

Ella se mordió el labio. La voz le tembló.

—¿Sabés cuánto tiempo pasó desde que alguien me dijo eso sin querer algo de mí?

—No quiero nada. Solo que sigas parada ahí, un poco más.

Ana se acercó. Se sentó en su regazo. Lo besó suave.

—Gracias por hacerme sentir que soy más que mis cicatrices.

—Gracias por hacerme olvidar las mías.

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 Las peleas necesarias

No todo era perfecto. A veces discutían. Por tonterías. Por miedos.

Una vez, Ana quiso salir sola. Álvaro se molestó.

—No sabés quién puede estar buscándote —dijo, frustrado.

—¡Y no puedo vivir con miedo toda la vida! —respondió ella.

—¡Pero si te pasa algo, yo no... yo no sé qué haría!

—¿Y si te pasa algo a vos, Álvaro? ¿Yo me encierro también?

Se miraron. Respirando agitados. Después se abrazaron. Lloraron.

—No quiero perderte —dijo él, apenas en un susurro.

—Yo ya me había perdido... pero vos me encontraste.

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 Pequeñas victorias

Un domingo fueron a un parque. Se tiraron en el pasto. Álvaro le enseñó a lanzar piedras planas sobre el agua. Ana le enseñó a dibujar con una lapicera en el brazo.

—¿Qué es eso?

—Un símbolo de protección japonesa. Aunque seguro lo dibujé como el orto.

—A mí me sirve igual —respondió él.

—¿Creés en las segundas oportunidades?

—Solo si vos estás en la mía.

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 Y entonces…

Entre risas rotas, caricias lentas, miedos compartidos, gritos callados y silencios que hablaban más qu

e cualquier palabra, se construyó algo entre ellos.

No era perfecto.

No era fácil.

No era eterno.

Pero era real.

Y eso... para dos personas que alguna vez pensaron en morir, era lo más parecido a estar vivos.

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