Antes de la existencia del mundo que conocemos, antes incluso de que el Dragón del
Origen despertara de su sueño primordial, existía el Vacío. Un lugar de potencial infinito,
de silencio absoluto y de oscuridad perpetua. Fue en este Vacío donde, según las
antiguas escrituras, surgieron los Primeros Seres, emanaciones directas de la esencia del
Dragón dormido. Estos no fueron creados, sino que brotaron, como ideas que toman
forma en la mente de un soñador.
Los Ángeles, o los "Luminosos", fueron los primeros en manifestarse. Eran la encarnación
de la luz, el orden y la armonía. Cada uno poseía una chispa de la divinidad del Dragón,
un fragmento de su conciencia. Su propósito inicial era contemplar el Vacío, comprender
su inmensidad y prepararlo para la eventual creación. Se les otorgó libre albedrío, la
capacidad de elegir su propio camino y de moldear su propia existencia. Los Ángeles se
organizaron en jerarquías celestiales, cada una con roles y responsabilidades específicas.
Los Serafines, los más cercanos al Dragón, irradiaban una luz tan intensa que era casi
insoportable para los demás. Los Querubines, guardianes del conocimiento, custodiaban
los secretos del Vacío. Los Tronos, pilares de la justicia, mantenían el equilibrio entre las
fuerzas primordiales. Y así sucesivamente, hasta las legiones de ángeles menores, cada
uno con su propia tarea en la preparación del cosmos.
Sin embargo, la luz no puede existir sin la sombra. Junto con los Ángeles, surgieron los
Demonios, o los "Oscurecidos". Estos no eran opuestos directos de los Ángeles en su
origen, sino más bien una manifestación de la libertad inherente a la creación. Eran la
encarnación del caos, la discordia y la individualidad extrema. Al igual que los Ángeles,
poseían una chispa del Dragón, pero en su caso, esta chispa se manifestó como un
deseo insaciable de autoafirmación, de separarse del todo y de forjar su propio destino.
Los Demonios no se organizaron en jerarquías tan rígidas como los Ángeles. Su sociedad
era más fluida, basada en la fuerza y la astucia. Los Archidemonios, los más poderosos
entre ellos, gobernaban sobre vastas legiones de demonios menores, cada uno con sus
propias ambiciones y deseos. Lilith, la Primera Demonio, es a menudo citada como la
personificación de la rebeldía y la independencia. Se dice que fue la primera en
cuestionar el propósito de los Ángeles y en buscar un camino propio, separándose de la
luz y abrazando la oscuridad.
La relación entre los Ángeles y los Demonios era compleja y, en sus inicios, no
necesariamente hostil. Ambos grupos exploraban el Vacío, cada uno a su manera. Los
Ángeles buscaban comprender el orden inherente al potencial del Vacío, mientras que los
Demonios experimentaban con sus límites, buscando romper las barreras y crear algo
nuevo. Sin embargo, esta coexistencia pacífica no duraría. La semilla de la discordia fue
plantada por la propia naturaleza del libre albedrío.
En medio de esta danza cósmica entre la luz y la oscuridad, el Dragón del Origen, aún
dormido, soñó con algo más. Soñó con seres capaces de comprender tanto la luz como la
oscuridad, el orden y el caos, la armonía y la discordia. Soñó con seres que pudieran
elegir su propio destino, no por rebeldía o por obediencia, sino por comprensión y amor.
De este sueño, nació la Semilla de la Humanidad.
Esta Semilla no era una entidad física, sino más bien un potencial, una promesa de vida
consciente. Fue imbuida con la esencia del Dragón, pero también con la capacidad de
aprender y crecer, de evolucionar y trascender. La Semilla fue depositada en el Vacío,
esperando el momento oportuno para germinar.
Los Ángeles y los Demonios, cada uno a su manera, sintieron la presencia de esta
Semilla. Los Ángeles vieron en ella una oportunidad para extender la luz y el orden, para
crear un mundo de armonía y belleza. Los Demonios, por otro lado, vieron en ella un
desafío, una oportunidad para probar los límites de la creación y para moldearla a su
propia imagen. Esta diferencia de perspectiva fue el catalizador de la Gran Discordia, el
conflicto cósmico que marcaría el inicio de la creación del mundo y la eventual Caída. La
Semilla de la Humanidad, sin embargo, permaneció latente, esperando su momento para
florecer en medio de la tormenta. Su destino, y el destino del mundo que estaba por
nacer, dependería de las decisiones que tomarían los Ángeles y los Demonios en los
eones venideros.