Sam, a first-class warrior in the Daqin dynasty, discovers his servant Luna being taken by his brother, Kael. The scene disturbs him, awakening a mixture of jealousy and dark desire. At dawn, Sam visits Luna, caring for her with unexpected tenderness, revealing...
The air in the Daqin Dynasty training hall was thick, heavy with the weight of centuries of battle and the sweat of warriors who, like Sam, had sworn to master the art of martial arts. The black stone walls, carved with ancient runes that glowed with a faint blue light, absorbed the echo of every blow, every ragged breath. Sam, naked from the waist up, his muscles etched from years of discipline, executed a series of fluid movements with his energy sword. Each slash through the air left a luminous trail, as if time itself bent before its edge. Longevity points, that invisible currency that fueled his eternal existence, flowed into him with each perfected technique, accumulating at his core like red-hot embers.
But something distracted him.
A muffled moan, almost imperceptible amid the creaking of her joints and the whistling of the wind that filtered through the cracks in the hall. Sam stopped the movement, the sword suspended in the air, while his immortal hearing captured the sound with preternatural clarity. It wasn't the first. He'd been listening for minutes to those ragged sighs, that wet panting that filtered from the adjacent hallway, where the servants' quarters were lined up like discreet cells. His body reacted before his mind: his chest tightened, his heart rate—normally slow, almost nonexistent—accelerated with a dull thud. He knew whose moan that was. Luna. His personal servant, the young woman with jet-black hair and jade-green eyes, always low, always submissive, always his in theory.
With a deliberate movement, almost cruel in its calm, Sam laid the sword back on the marble pedestal. The metal sparked at the touch, as if protesting the interruption. He didn't need to turn around to know what was happening; his perception, thanks to the immortal longevity technique common to the internal organs, allowed him to sense the heat of bodies, the scent of sweaty sex that wafted through the corridor. But he did it anyway. His bare feet made no sound as he moved forward, each step measured, as if the floor itself feared betraying him. When he reached the threshold of the half-open door—Luna's—he stopped.
The scene unfolded before him like an obscene painting.
Luna estaba de rodillas sobre la cama, las sábanas de seda negra arrugadas bajo su cuerpo delgado. Su kimono, normalmente ceñido con precisión, yacía en el suelo como un charco de tinta, dejando al descubierto la curva de su espalda, el arco perfecto de su cintura antes de ensancharse en caderas generosas. Su pelo, siempre recogido en un moño impecable, ahora caía en mechones rebeldes sobre sus hombros, pegajoso por el sudor. Pero lo que realmente capturó la atención de Sam fue el modo en que se aferraba a los barrotes de hierro de la cabecera, los nudillos blancos, los dedos temblorosos. Y entre sus piernas, separadas de manera obscena, el cuerpo de su hermano, Kael, moviéndose con un ritmo brutal.
—Ah… ahhh—gimió Luna, la voz quebrada, el sonido ahogado contra el colchón cuando Kael la embistió desde atrás, sus caderas chocando contra el trasero de ella con un clap húmedo. Sus nalgas, normalmente pálidas como la porcelana, estaban enrojecidas, marcadas por las palmas de Kael, los dedos hundidos en la carne tierna mientras la sujetaba para penetrarla con más fuerza.
—Eso es, perra—gruñó Kael, su voz áspera, triunfal—. Acepta lo que te doy. No es tu amo quien te está llenando ahora, ¿verdad?
Sam sintió cómo su propia entrepierna respondía al espectáculo, el miembro endureciéndose dentro de los pantalones de entrenamiento, el tejido áspero rozando la cabeza sensible. No era la primera vez que veía a su hermano follar a una de sus sirvientas—era casi un ritual en la dinastía, una prueba de dominio—but esta vez era diferente. Porque Luna no era cualquier sirvienta. Era suyo. O al menos, eso había creído hasta ese momento.
Ella lloriqueó, un sonido que no era de dolor, sino de sumisión absoluta, cuando Kael le agarró el pelo y tiró hacia atrás, exponiendo su garganta. Su boca estaba entreabierta, los labios hinchados por los besos—o los mordiscos—de su hermano, y una línea de saliva brillaba en su mentón.
—Dilo—exigió Kael, clavándose hasta el fondo, sus bolas apretadas contra el coño empapado de ella—. Di quién te está usando mejor.
—Tú…—susurró Luna, la voz temblorosa, pero clara—. Tú, mi señor.
Sam no se movió. No intervino. Ni siquiera respiró con fuerza. Solo observó, con una calma que rayaba en lo sobrenatural, cómo su hermano la penetraba una y otra vez, cómo el miembro grueso de Kael—más largo que el suyo, más grueso—desaparecía entre los labios hinchados del coño de Luna, solo para emerger brillante, cubierto de sus jugos. Cada embestida hacía que sus pechos, pequeños pero firmes, se balancearan, los pezones duros como piedras bajo la luz mortecina de las antorchas.
—Buena chica—ronroneó Kael, soltando su pelo para azotar una nalga con la palma abierta. El sonido resonó en la habitación, seguido del gemido agudo de Luna—. Sabía que eras una putita necesitada. Mira cómo tu coño se traga mi polla como si fuera lo único que has deseado.
Sam apretó los puños. No por ira. No del todo. Había algo más, algo que ardía en su pecho como un carbón al rojo: celos. Pero no los celos comunes. Era algo más profundo, más retorcido. Porque una parte de él—una parte oscura, que nunca había querido reconocer—disfrutaba verla así. Verla usada. Verla rota por otro hombre mientras él miraba.
Luna gimió de nuevo, esta vez más fuerte, cuando Kael le metió dos dedos en la boca, ahogando sus protestas.
—Chupa—ordenó—. Demuéstrame que sabes para qué sirven esos labios bonitos.
Ella obedeció, sus mejillas hundiéndose alrededor de los dedos de Kael mientras él seguía follándola por detrás, el ritmo implacable. Sam pudo ver cómo la garganta de Luna se contraía, cómo sus ojos se llenaban de lágrimas no derramadas. Pero no era rechazo lo que había en su mirada. Era éxtasis. Una rendición total.
—Joder, qué apretada estás—jadeó Kael, retirando los dedos de su boca para agarrarle la garganta—. ¿O es que te excita que él esté mirando?
Luna no respondió. No necesitaba hacerlo. Su cuerpo lo hizo por ella: un espasmo violento recorrió su coño, apretando la polla de Kael con tal fuerza que él gruñó, los músculos de sus brazos tensándose.
—Míralo—susurró Kael, inclinándose para mordisquearle el lóbulo de la oreja—. Mira a tu amo. Mira cómo se queda quieto mientras otro hombre te reventa el culo que él nunca se atrevió a tocar.
Sam no pudo evitarlo. Su mirada se clavó en la de Luna cuando ella, obediente, giró la cabeza hacia él. Sus ojos verdes, normalmente serenos, estaban nublados por el deseo, las pupilas dilatadas. Había vergüenza allí, sí, pero también algo más. Desafío. Como si, en el fondo, supiera que él quería esto. Que lo necesitaba.
Kael no esperó más. Con un gruñido animal, la empujó contra el colchón, su cadera pegada a las nalgas de Luna mientras comenzaba a correrse dentro de ella, las venas de su cuello marcadas, el sudor goteando sobre su espalda.
—Tómalo todo—jadeó, hundiendo los dedos en sus caderas—. Cada gota.
Luna obedeció, arqueando la espalda, aceptando el semen caliente que su hermano le vaciaba en las entrañas. Sam pudo ver el momento exacto en que el orgasmo la atravesó: sus dedos se crispaban contra las sábanas, un gemido largo y roto escapó de sus labios, y su coño se contrajo alrededor de la polla de Kael, milkando hasta la última gota.
Cuando finalmente Kael se retiró, su miembro brillaba, cubierto de una mezcla de fluidos. Luna se derrumbó sobre la cama, jadeando, el cuerpo tembloroso, el coño goteando semen sobre las sábanas. Kael se limpió distraídamente con un paño, lanzándole una mirada triunfal a Sam antes de salir de la habitación, dejando la puerta abierta a propósito.
Sam remained motionless for what seemed like an eternity. The silence was broken only by Luna's ragged breathing, the wet sound of her pussy still throbbing. Then, without a word, he turned and returned to his training. The sword returned to his hand, the familiar weight anchoring him to reality. But his mind was elsewhere. On the way Luna had moaned. On how her body had responded. On the way, for the first time in centuries, something had moved him.
Dawn found Sam standing in front of Luna's door, the wood cold beneath his fingers. He hadn't slept. He didn't need to. But Luna's body had, and when he entered, he found her still in the same position, although now covered with a thin sheet that barely concealed the reddish marks on her skin. The smell of sex still permeated the air, mixed with the sweet aroma of her sweat. He approached silently, stopping beside the bed.
She didn't move at first. Perhaps she thought it was Kael, coming back for more. But when Sam reached out and gently brushed away a strand of hair stuck to her cheek, her eyes flew open.
"Sir," she murmured, trying to sit up, but he stopped her with a gesture.
—No.
The word was a whisper, but enough. Luna lay still, though her body trembled slightly. Sam said nothing more. Instead, he slid his fingers over her shoulder, feeling the warmth of her skin, the cool marks of Kael's fingers. Then, with deliberate slowness, he pulled the sheet down.
Her ass was still red, her thighs glistening with dried fluids. Between her legs, her pussy was swollen and sensitive, its lips slightly parted, revealing the dark pink of her insides. Sam took a deep breath. The smell of someone else's cum hit him like a punch, but he didn't back down. Instead, he reached out and stroked the backs of his fingers along the inside of her thigh, right where the skin was softest.
Luna held her breath.
"Does it hurt?" he asked, even though he knew the answer.
She shook her head, but her fingers dug into the sheet.
Sam didn't insist. Instead, he leaned down and took her in his arms in one fluid motion, lifting her as if she weighed nothing. Luna instinctively wrapped her arms around his neck, her body tense with confusion. But when he held her against his chest, feeling the rapid beat of his heart against hers, something in her relaxed.
"Shhh," Sam murmured, stroking her tangled hair. "It's okay."
He wasn't. None of this was. But in that moment, with Luna's warm body against his, the scent of her submission still fresh in the air, Sam didn't want to think about revenge. Or protection. Not even the pretender waiting to continue accumulating power.
I just wanted this.
He bent his head and captured her lips in a kiss. It wasn't brutal like Kael's. It wasn't possessive. It was tender. So gentle that Luna didn't react at first, as if she didn't know what to do with such gentleness. But when Sam deepened the kiss, his tongue brushing against hers with torturous slowness, she moaned against his mouth, a broken, needy sound.
Sam held her tighter.
The future could wait. The decisions, too. Because for the first time in centuries, Sam wasn't sure what he wanted. And that, more than any humiliation, any betrayal, was what truly terrified him.