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Chapter 2 - Capítulo 2: "Juego de niños

La luz del mediodía filtrada a través de los altos ventanales del palacio pintaba franjas doradas sobre los pasillos de mármol. Renjiro, con las manos aún enrojecidas del agua helada con la que había estado fregando los suelos, se detuvo en seco al escuchar risas infantiles que resonaban desde los jardines reales. El sonido era alegre, despreocupado, completamente ajeno al peso de las jerarquías que gobernaban el mundo. 

Se deslizó entre las columnas como una sombra, escondiéndose tras un seto de rosas silvestres que bordeaban el área de entrenamiento. Allí, bajo la atenta mirada de un tutor real, tres figuras infantiles protagonizaban una escena que conocía demasiado bien, aunque solo hubiera leído sobre ella en otro mundo. 

Leonhardt, el príncipe heredero, esgrimía una espada de madera con una gracia innata que contrastaba con su rostro aún infantil. Su cabello dorado brillaba bajo el sol como si estuviera bañado en miel, y cada uno de sus movimientos irradiaba una confianza que solo podía nacer de quien nunca había conocido el rechazo. 

—¡No es justo! —protestó Leon esquivando un ataque—. Dijiste que hoy practicaríamos defensa, no emboscadas. 

Toru, un año mayor pero más bajo de estatura, respondió con una mueca que dejaba al descubierto un colmillo ligeramente más afilado de lo normal. Su espada de madera, tallada con runas que parecían sangrar bajo la luz del sol, trazó un arco peligroso en el aire. 

—En la batalla real nadie te avisa antes de atacar, *alteza* —replicó con voz cargada de un desdén que iba más allá de lo infantil. 

En un banco de mármol cercano, sentada con la espalda recta como si ya estuviera consciente de su futuro papel, Elaine observaba el intercambio con los ojos entrecerrados. A sus pies, las flores parecían inclinarse hacia ella en un movimiento casi imperceptible, como si reconocieran algo que los humanos aún no podían ver. 

Renjiro apretó los nudillos contra la canasta de manzanas que le habían ordenado llevar a las cocinas. El libro había descrito esta escena con lujo de detalle: el primer encuentro casual entre los tres pilares del futuro conflicto. Pero en aquellas páginas, nunca hubo un cuarto niño observando desde las sombras. 

Calculó el peso de la canasta, la distancia hasta el grupo y el ángulo perfecto. Luego, con un movimiento que pareció accidental, tropezó contra una piedra suelta. 

—¡Oh! 

Las manzanas salieron volando en un arco perfecto. Una golpeó el tobillo de Toru con un crujido sordo, haciéndole perder el equilibrio. Otra rodó entre los pies de Leon, quien resbaló al intentar esquivarla. La tercera aterrizó directamente en el regazo inmaculado de Elaine, estallando en jugo pegajoso sobre el fino tejido de su vestido. 

El silencio que siguió fue tan denso que incluso los pájaros dejaron de cantar. 

Toru fue el primero en reaccionar, levantándose con el rostro enrojecido por la furia. 

—¡Maldito gusano! —rugió, avanzando hacia Renjiro con la espada de madera alzada como si fuera a golpearlo—. Voy a— 

—¡Basta! 

La voz de Leon cortó el aire como un látigo. El príncipe se interpuso entre ellos, extendiendo un brazo para proteger a Renjiro. 

—Fue un accidente —dijo con una firmeza que no admitía discusión. 

Renjiro se encogió sobre sí mismo, interpretando el papel del sirviente aterrorizado a la perfección. 

—P-perdón, altezas. No fue mi intención... 

Permaneció agachado, pero sus ojos no perdieron detalle: la forma en que Toru apretó los puños, cómo Leon mantenía una postura protectora, el modo en que Elaine los observaba a todos con una curiosidad que iba más allá de lo normal. 

Fue la princesa quien rompió el tenso silencio. 

—¿Te lastimaste? —preguntó, señalando la herida en la rodilla de Renjiro que él mismo se había hecho al "caer". 

Antes de que pudiera responder, ella se acercó y, con movimientos delicados, presionó un paño limpio contra la herida. Sus dedos eran pequeños y suaves, pero cuando rozaron su piel, Renjiro sintió un escalofrío que le recorrió la espalda. 

—Tu aura es... diferente —murmuró Elaine, frunciendo el ceño como si estuviera tratando de descifrar un acertijo. 

Leon aprovechó el momento para tenderle una mano a Renjiro. 

—¿Cómo te llamas? 

—Renjiro, alteza. Sirviente de tercer nivel —respondió, bajando la vista para ocultar el brillo de cálculo en sus ojos. 

—Bueno, Renjiro —dijo el príncipe con una sonrisa que habría derretido corazones menos preparados—, ten más cuidado la próxima vez. 

Toru resopló y dio media vuelta, pero no antes de lanzarle una mirada cargada de promesas silenciosas. 

—Los sirvientes no deberían estar en esta zona —escupió antes de marcharse. 

El tutor real, que había observado toda la escena con expresión impasible, finalmente intervino. 

—Altezas, es hora de regresar a vuestras lecciones. 

Cuando el grupo se hubo marchado, Renjiro se quedó solo en el jardín, recogiendo metódicamente las manzanas desperdigadas. Cada movimiento era preciso, calculado, como las piezas de un tablero que solo él podía ver. 

Al regresar a los cuarteles de los sirvientes, encontró a Liam esperándolo con los brazos cruzados y el ceño fruncido. 

—¿Te atreviste a acercarte a los príncipes? —susurró furioso, arrastrándolo a un rincón apartado—. ¿Quieres que nos azoten hasta sangrar? 

Renjiro bajó la cabeza, fingiendo remordimiento. 

—Fue un accidente, hermano. 

Pero esa noche, mientras los demás dormían, examinó las manos que habían rozado a los tres personajes clave de *Crónicas de Leon*. El aire alrededor de sus dedos se onduló levemente, como si respondiera a un llamado que solo él podía escuchar. 

En la oscuridad del dormitorio común, una sonrisa lenta se dibujó en su rostro. 

*Primer movimiento: completado.*

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