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Chapter 1 - Capítulo 1: ¡¡Yo Volaré Hasta Llegar a Ti!! Solo Espérame.

Capítulo 1: ¡¡Yo Volaré Hasta Llegar a Ti!! Solo Espérame.

La leyenda se tejía con hilos de oscuridad, un eco ancestral de una amenaza cósmica. Susurraba sobre un gobierno terrano, joven aún en la vastedad del universo, y un experimento audaz: forjar escudos vivientes. En el corazón de esa leyenda, resonaba el nombre de los Rogers. Julio Rogers, el primero, el cimiento. Pero la historia, caprichosa, honraría más a su vástago, el verdadero fruto de aquella audacia: Reynold Rogers Ramírez. Decían que su musa no brotó de textos arcanos, sino de "historietas japonesas", de héroes y energía. Con ideas "robadas" a la imaginidad, Reynold desenterró los cimientos del cultivo, ese arte místico de purificar cuerpo y espíritu para trascender los límites mortales. Él fue el Cultivador Original, el primero en su estirpe en alcanzar la novena capa del Fortalecimiento del Cuerpo, su ser tan endurecido que rompió las barreras conocidas. Vivió doscientos cincuenta años, una vida prodigiosa que sembró la semilla, aunque murió milenios antes de que sus descendientes escalaran cimas que él ni siquiera soñó.

Milenios después, la Tierra era apenas un punto insignificante, un planeta de bajo rango en un universo vasto, colonizado por una humanidad dispersa y un sinfín de razas alienígenas, donde la fuerza bruta dictaba la ley. En ese rincón polvoriento de insignificancia cósmica, nació Lucas Strauss. A sus dieciocho años, era simplemente Lux, un huérfano cuya presencia desentonaba. Con su cabello y ojos de un rojo intenso, sus imponentes 1.9 metros de estatura y un cuerpo promedio, aunque sorprendentemente esculpido bajo un lienzo de cicatrices, Lux era una contradicción andante. A veces, emergía el bruto descerebrado, con esa nariz pequeña y respingona enmarcada por cejas pobladas sobre ojos amenazantes. Era capaz de idear planes de batalla maestros en segundos, pero solo cuando el aliento de la muerte soplaba en su nuca. La mayor parte del tiempo, sin embargo, esa inteligencia monstruosa permanecía oculta, relegada a la acción instintiva, o a la vía directa: golpear.

Vivía de forma independiente, con pocos amigos íntimos, pero una red inmensa de conocidos. Se inspiraba en la lejana leyenda de Reynold Rogers, un don nadie como él que había osado desafiar los límites. Soñaba con marcar la diferencia en un mundo que aplastaba sin piedad a los débiles. Pero a sus dieciocho años, ese sueño parecía una burla cruel. Apenas había logrado dar un medio-paso en el cultivo, un avance casi inexistente después de ocho largos y frustrantes años de esfuerzo. La desesperanza era un compañero silencioso y constante.

Su vida dio un vuelco abrupto, uno que resonaría por siempre en su memoria. Las limusinas negras, tan pulcras que parecían no pertenecer a la polvorienta Tierra, se detuvieron frente a la modesta casa donde vivía su amiga. Lara Rogers. Diecisiete años. La chica de cabello negro recogido en un moño pulcro, ojos tan azules como la profundidad del cosmos, y un aura de formalidad serena que apenas ocultaba su belleza prístina: piel tersa sin marcas, cabello brillante con un aroma natural a fresas. Lara, la chica recatada en sus faldas largas y colores claros, su amiga de la infancia a la que adoraba molestar, y que, a pesar de su aversión a pelear, una vez lo había derribado de un solo golpe cuando él insistió demasiado.

Se habían conocido de niños. Lux, un torbellino rudo y ya cubierto de pequeñas cicatrices, y Lara, una pequeña isla de calma y amabilidad que lo había fascinado desde el principio. Un recuerdo fugaz cruzó la mente de Lux: un día de verano, él enseñándole a Lara a escalar un viejo roble. Él, todo arañazos y risas, y ella, torpe al principio, pero aprendiendo rápido, su risa clara resonando cuando llegaban a la cima. "¿Por qué no tienes miedo, Lux?", le había preguntado ella, con sus grandes ojos azules mirándolo con curiosidad infantil. Él solo se había encogido de hombros. El miedo era aburrido. El miedo era para los débiles.

"Te van a llevar, ¿verdad?", la voz de Lux era baja, teñida de una gravedad inusual. La habitual burla estaba ausente. Estaba de pie frente a ella, los guantes de cuero con puntos de metal en sus manos, la bandana roja ceñida a su frente.

Lara asintió, sus ojos azules mostrando una seriedad inusual, aunque mantenía la compostura formal que siempre la caracterizaba. "Sí. Es hora. La familia... me necesita". Llevaba un vestido largo de un amarillo brillante, con licras negras y sus zapatos azules debajo. El collar con el ave rapaz dorada, el emblema de los Rogers, brillaba en su cuello, un símbolo de su inminente destino. Ya no era solo su amiga; era una representante de la leyenda.

"Pero... acabamos de encontrarnos de nuevo", dijo Lux, la frustración y una punzada agria de pérdida en el pecho. Se habían separado por un tiempo cuando ella comenzó su entrenamiento más intensivo, y apenas hacía unos meses que había regresado a la ciudad. "¿Por qué ahora?"

"Lo sé, Lux", la voz de Lara era suave, pero teñida de una autoridad que él no recordaba, una madurez forzada por su linaje. "Pero ya no soy solo Lara. Soy Lara Rogers. Mis talentos... han llegado a un punto crítico. La familia ha perdido a muchos miembros en las fronteras universales. Necesitan consolidar su fuerza aquí, en la Tierra. Y yo soy... la más prometedora de mi generación".

Las palabras cayeron como piedras sobre el pecho de Lux. Él lo sabía. Sabía que la familia Rogers era poderosa, que cultivaban, que eran de la élite. Pero la brecha... no la había comprendido realmente hasta ahora. Había subestimado el abismo que los separaba.

"¿Punto crítico?", Lux forzó una risa hueca, que sonó más a una exhalación de resignación. "¿Qué tan lejos has llegado, Lara?"

Lara lo miró fijamente, sin sonreír. En sus ojos, no había jactancia, solo una verdad cruda y aplastante. "Transformación Espiritual. Capa 10".

El aire se le fue de los pulmones. Transformación Espiritual. ¡Era la Etapa 7! La Capa 10 era el final de esa etapa. El pináculo de lo conocido, un nivel de poder que igualaba o incluso superaba al "cerebro más fuerte" del universo. Ella, su amiga de la infancia, su Lara, era una potencia que podía aplastar la ciudad entera con un pensamiento, con un solo movimiento. Y él... él era apenas un medio-paso FC. Una hormiga mirando a una estrella. La distancia entre sus mundos era cósmica.

"Necesito... décadas para dar el próximo salto. A Recolección de Espíritus", continuó Lara, explicando sin jactancia, solo con la frialdad de los hechos. "Requiere una acumulación inmensa y seguir las investigaciones familiares. Por eso debo ir. Me restringirán, por ahora. Hasta que la transición sea segura".

Décadas. Él necesitaría siglos, quizás milenios, para siquiera acercarse a ese umbral. El abismo entre ellos era insondable, una grieta que ninguna cantidad de afecto secreto podría cerrar. La familia Rogers nunca aceptaría a un don nadie como él. No importaba cuánto la amara en secreto, un secreto que ella probablemente ya conocía por la ligera sonrisa que a veces asomaba en sus labios cuando él la molestaba demasiado.

Pero en ese instante, viendo el brillo en sus ojos azules, la promesa de un futuro inalcanzable, algo se quebró y algo nuevo nació dentro de Lux. No podía seguir el camino lento. El camino de Reynold fue para una era diferente, para una amenaza diferente. Su camino tenía que ser su camino. Rápido. Peligroso. Desesperado. Alimentado por su secreto, por su Raíz inusual, por la necesidad quemante de alcanzarla. No le importaba destrozar su cuerpo o su mente si eso lo acercaba a ella. Si eso le permitía respirar el mismo aire, un día, en ese "reino" inalcanzable.

La puerta de una de las limusinas se abrió con un silencio casi sobrenatural. De ella descendieron dos figuras. Un hombre imponente y una mujer serena, ambos con el aura de poder cultivado, esperaban dentro. Eran Luján y Alia Rogers, los padres de Lara. Detrás de ellos, la silueta de un hombre más delgado y mayor, Leonard Clemence, el mayordomo principal de la familia Rogers en la Tierra, se mantenía en un respetuoso segundo plano. El tiempo se acababa, cada segundo un martillo golpeando la última astilla de su esperanza en la Tierra.

Lara dio un paso hacia la limusina, su falda ondeando ligeramente al viento. Se detuvo un instante, mirándolo. Había tristeza en sus ojos, una despedida silenciosa, pero también una aceptación inquebrantable de su destino. El destino de una Rogers.

Y en ese segundo crucial, mientras el abismo de poder y mundos se abría para separarlos, las palabras brotaron de Lux. No fueron un grito, sino una promesa nacida de su desesperación, su amor no confesado y su recién forjada determinación brutal:

"¡¡Yo volaré hasta llegar a ti!! ¡Solo espérame!"

Lara lo miró, una expresión compleja cruzando su rostro: sorpresa, una chispa de esperanza que no esperaba ver, y un dolor apenas perceptible, antes de darse la vuelta y entrar en la limusina. Luján observó a Lux un instante con una mirada seria, casi indescifrable, antes de seguir a su hija. Alia, en cambio, le dedicó una pequeña y enigmática sonrisa antes de que la puerta se cerrara con un suave clic, un sonido final que selló la distancia entre sus mundos. Los vehículos se alejaron sin hacer ruido, deslizándose sobre el asfalto, desapareciendo en el horizonte de la ciudad de bajo rango.

Lux se quedó solo, el polvo de la calle asentándose lentamente a su alrededor. La promesa había sido hecha. Una promesa que no se rompería. No había vuelta atrás. Su camino lento y frustrante, el que había seguido durante ocho años, había terminado. El camino rápido, brutal y mortal comenzaba ahora. Sabía exactamente dónde ir para empezar.

El Bosque de Bestias de grado 1. Una mancha verde oscura en el horizonte, conocida por ser un campo de entrenamiento letal para aquellos en las primeras etapas del cultivo. Bestias con la fuerza de medio-paso FC hasta RK Capa 1 vagaban por allí. Para un medio-paso FC como él, un nivel que apenas lo protegía, era un suicidio.

Perfecto.

Se adentró en el bosque. El aire cambió inmediatamente, volviéndose húmedo y cargado con el olor a tierra mojada, a vegetación exuberante y, sutilmente, a sangre y feromonas de bestia. Los sonidos del mundo exterior se apagaron, reemplazados por el crujido de las hojas bajo sus botas, el zumbido constante de insectos gigantes y, a veces, un rugido distante, que le helaba la sangre y a la vez lo excitaba. Mantuvo los guantes apretados sobre sus vendajes, sintiendo la adrenalina bombear por sus venas.

En tan solo unas horas se sumergió en una neblina de fatiga, dolor y supervivencia instintiva. Luchó contra bestias de bajo nivel, usando su agilidad básica y su ingenio para apuñalar puntos débiles, a menudo a costa de nuevos cortes y magulladuras que ardían. Comía la carne de las bestias que mataba, cruda y sangrienta, sintiendo una satisfacción visceral, casi animal, y una chispa de energía salvaje que lo mantenía en pie. Dormía cuando el agotamiento era ineludible, con la rama de un árbol afilada cerca de su mano, la mirada de un depredador que se niega a morir.

Y entonces, lo encontró. Un Gorila Bestia de Fortalecimiento del Cuerpo - Capa 5. Enorme, con músculos que se abultaban bajo su pelaje oscuro, y una inteligencia inusual brillando en sus ojos. Un oponente que debería haberlo aplastado sin esfuerzo, un depredador alfa en la cadena alimenticia de este bosque para él. Pero Lux no corrió. No había temor, solo una excitación cruda. Sus ojos rojos brillaron con una mezcla de peligro y extraña emoción. Esta era una pelea que valía la pena. Esta era "guerra", la guerra que su raíz anhelaba.

La lucha fue brutal, un ballet sangriento de supervivencia. El gorila era pura fuerza y velocidad, sus golpes capaces de pulverizar piedra, cada puñetazo una sentencia de muerte. Lux usó su agilidad innata para esquivar los peores ataques, rodando por el suelo, usando los árboles como cobertura, buscando desesperadamente una apertura, un punto débil. Cada golpe que recibía era una descarga agonizante que amenazaba con romperle los huesos, a pesar de la relativa dureza que su "medio-paso FC" ya le confería (equivalente a FC Capa 3). Pero también asestaba golpes. Puñetazos directos a la carne, sin esquivar a veces, solo para sentir el impacto, para provocar al gorila, para empujar su propio cuerpo al límite de la existencia. Sus nudillos, ya gruesos y cubiertos de viejas cicatrices profundas, se destrozaban con cada impacto, esparciendo gotas de sangre en el suelo. El gusto metálico de la sangre llenó su boca, un sabor que lo hacía sentirse más vivo que nunca.

Estuvo a punto de morir docenas de veces. Una mano enguantada fue aplastada contra un árbol, sus huesos crujiendo. Una patada lo envió volando, rompiéndole varias costillas y dejándolo sin aliento. La bestia rugió, triunfante, viéndolo al borde del colapso, su cuerpo una masa temblorosa de dolor. Fue en ese instante, mientras el gorila se preparaba para el golpe final, un puño del tamaño de un yunque elevándose, que la chispa de inteligencia de Lux se encendió en medio de la niebla de dolor. Notó una debilidad, un patrón predecible en sus ataques. Con un rugido desesperado que igualó la furia de la bestia, Lux usó el impulso final de su agonizante cuerpo para esquivar por poco el golpe fatal y se lanzó hacia adelante, un fantasma de rabia y sangre. Con la única mano que le quedaba intacta, empuñando una rama afilada que había recogido horas antes, apuntó al ojo del gorila.

El arma improvisada se hundió con un sonido húmedo. La bestia gritó de agonía, un sonido que hizo vibrar el bosque, tambaleándose hacia atrás, agarrándose la cara. No fue un golpe fatal, pero le dio a Lux un segundo. Un segundo precioso para lanzar el golpe definitivo. Con un rugido de pura rabia y necesidad, canalizó toda la energía desesperada de su cuerpo: la adrenalina, el dolor punzante, la voluntad inquebrantable de vivir, la promesa a Lara. Se lanzó hacia el gorila cegado, empuñó la rama rota como una lanza y la hundió con toda su fuerza remanente directamente en la garganta expuesta de la bestia, perforando fatalmente.

El gorila se desplomó con un estertor, la vida drenándose de sus ojos, su masa enorme colapsando. Lux cayó a un lado, vomitando sangre y el puro agotamiento que lo invadía. Estaba destrozado. Cada centímetro de su cuerpo gritaba de dolor, cada fibra muscular desgarrada. Sintió la vida de la bestia desvanecerse, su energía disiparse en el aire del bosque, un eco vibrante en el ecosistema.

Y entonces, sucedió.

Una oleada de energía cruda y poderosa surgió desde las profundidades de su ser, una sensación distinta a la fatiga agonizante. Era el sello. La "guerra" lo había activado. La energía, latente y salvaje, se desató por sus canales, nutriendo sus huesos fracturados, reparando sus músculos desgarrados a un ritmo visible, cauterizando cortes con un calor sanador. Sintió su cuerpo vibrar, cada célula cantando con un poder recién descubierto.

Su medio-paso FC se solidificó. Rompió la barrera. ¡Fortalecimiento del Cuerpo - Capa 2!

El avance era minúsculo en la vasta escala del cultivo, apenas un 2% del camino conocido. Pero sintió la diferencia de inmediato. No era solo la curación acelerada, la desaparición gradual del dolor insoportable. Era el poder que residía en esa Capa 2. El Nivel de Cultivo ganado se sintió amplificado, resonando con la energía liberada del sello de su raíz. Era como si su Capa 2 funcionara con la densidad y potencia que normalmente solo alcanzaría un cultivador en Fortalecimiento del Cuerpo - Capa 5. Su secreto, su Raíz de Dios Maligno de la Guerra, se había manifestado.

Jadeando, cubierto de sangre (suya y de la bestia), Lux se arrastró hacia el cuerpo inerte del gorila. La promesa a Lara ardía en su mente como una llama inextinguible. Las décadas de estancamiento habían terminado. Este era el camino. Sangre, dolor, muerte y avances explosivos forzados al borde del abismo.

Tomó un bocado de la carne aún caliente de la bestia, el gusto salvaje y ferroso llenando su boca. Era la primera comida en horas, una necesidad vital. Cada herida gritaba, pero el dolor era... diferente ahora. Menos desesperante, más como una señal, una confirmación de su elección.

Su vida como la conocía había terminado. La rutina implacable de combates a muerte, entrenamiento brutal y cultivo constante, alimentado por el peligro inminente, su secreto más profundo y una promesa inquebrantable.

Había hecho una promesa. Y él volaría hasta llegar a ella.

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