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Chapter 16 - Formación

El teléfono vibró contra la madera del escritorio. Una mano lo levantó para examinar la pantalla: un número desconocido.

Do'cientos soltó un bufido y lo dejó sonar, pero tras cinco segundos la llamada cesó y volvió a sonar. Después de una tercera llamada, que esta vez duró apenas un par de segundos antes de cortarse, frunció el ceño.

—¿Quién mierda es tan insistente? —gruñó, accediendo al registro de llamadas para verificar. Al ver la secuencia —dos llamadas prolongadas y una corta—, una sonrisa torcida asomó en la comisura de su boca.

—Línea, línea, punto… Hijo de perra… —murmuró, marcando de inmediato al desconocido.

La llamada apenas alcanzó a sonar antes de que la voz grave de Gorgo respondiera al otro lado.

—Señor Do'cientos…

—Te he dicho que no llames a mi teléfono personal —le interrumpió Do'cientos, con un tono frío y tajante—. Por algo te asigné un número encriptado.

Gorgo soltó un leve resoplido antes de responder:

—Mi teléfono quedó destrozado… tuve que robar otro para comunicarme con usted.

Do'cientos guardó un tenso silencio durante un segundo, mientras tamborileaba los dedos sobre la madera pulida. El ambiente alrededor parecía cargarse.

—Espero que esta llamada valga la pena, Gorgo… —replicó, finalmente, con una calma casi amenazadora.

―señor… me enfrente al mocoso de 15 años que usted mencionó, y déjeme confirmarle que no es poca cosa… ―le confiesa Gorgo con vergüenza ―me venció fácilmente… Su fuerza me superó por mucho…

Do'cientos se recostó en su asiento analítico.

― ¿te vas a rendir? ― le pregunta, anotando unos números y una orden para darle a una secretaria.

―no, señor… ― le responde Gorgo, provocando que Do'cientos se detenga. ― me venció, pero también me volví más fuerte. Pero seguir así, no me hará ganar, necesito ayuda… recolecté información, y estoy desarrollando un plan para ganar…

―ok… viajaré a Japón este sábado, quería contactar a un joven que ha estado teniendo comportamientos raros, sospecho que es uno de los primeros humanos con mutaciones genéticas de Japón… lo contrataré…

― ¡pero faltan 5 días! ―

― es lo mejor… no hagas ninguna estupidez… deja que las aguas se calmen, y luego me explicaras ese plan.

—Sí, señor…

—Sufrió daños graves en los brazos y costillas —informó el doctor a Max—. Por suerte, la columna vertebral solo recibió un impacto leve. Ahora está estable, pero deberá guardar cama al menos un mes.

—Perfecto… —respondió Max, casi mecánicamente, con un leve tono de fastidio—. ¿Avisaron a algún familiar?

—Sí… su nieto viene en camino.

De repente, un joven irrumpió en la sala de espera alzando la voz:

—¡Acá estoy! ¡Soy Leonel Kawaki! ¡Vengo a ver a Shuku Kawaki!

Max lo miró de reojo, arqueando una ceja al escuchar ese acento tan marcado.

—¿Leonel? —murmuró para sí mismo, confundido—. Ese nombre… y ese acento… —sacudió la cabeza y continuó camino a la salida, desentendiéndose—. Da igual… no debería perder tiempo con esto…

—¡Che, vo' amigo! —le llamó Leonel, acercándose apresurado y con una sonrisa de alivio—. ¡Mil gracias por ayudar a mi viejo! ¡Te debo una!

Max levantó la mano en un leve ademán, casi desganado, pero cordial.

—No es nada… —respondió en voz baja antes de continuar hacia la puerta, pensativo.

Salió del hospital con la mirada cargada de decepción. Que Gorgo hubiera escapado lo dejaba frustrado, más de lo que habría querido admitir.

Había sido un buen desahogo: golpear a alguien que realmente lo merecía y aportar al bien común. Pero la satisfacción se desvanecía cuando los suyos salían heridos; eso lo hacía sentir ingenuo, débil, como si todo su entrenamiento y esfuerzo no sirvieran de nada.

No era el soldado perfecto que había intentado forjar desde su juventud. No todavía.

De un ágil salto, escaló hasta las azoteas de los locales y recuperó la bolsa de herramientas que había lanzado horas antes.

Allí, en lo alto, se detuvo. El viento acariciaba su rostro, y por un instante, el caos de la ciudad parecía lejano.

Sintió curiosidad. «¿Qué tal si intentaba… eso?»

Cerró los ojos, concentró su mente, y dejó que su energía fluyera.

<

Pero Max apenas lograba percibir algo más allá de dos metros a su alrededor.>>

Frunció el ceño. Sus propios límites lo atormentaban más que el golpe más brutal de cualquier enemigo.

—Ni siquiera puedo volar… —murmuró Max para sí mismo, con la mirada perdida en la calle desierta—. Desafié a Baldur a pesar de saber que fue un maestro, que fue el mejor entre los suyos… y aun así fui con los ojos vendados, creyéndome invencible…

Se llevó una mano al rostro, apretándola como si buscara despertar algo en su interior.

― ¿Así… así espero enfrentar al destructor de Terra? ―.

Comenzó a caminar rumbo a casa, con la mente cargada y la mirada fija en el suelo. Cada paso sobre la vereda componía un canto urbano, monótono y gris, que lo acompañaba en silencio.

—¡Eso es! ¡Sigan así! —dijo Baldur con entusiasmo, mientras ejecutaba posturas del karate japonés. Oliver y Gouten trataban de imitarlo con esmero—. El estilo Shotokan es técnico, poderoso y de posturas largas… Es ideal para iniciarse en las artes marciales.

—Maestro Baldur… ¿Por qué hacemos posturas? ¿De qué nos sirven? —preguntó Gouten, esta vez con genuina curiosidad.

Baldur sonrió, sorprendido.

—Es la primera vez que haces una pregunta tan seria, Gouten —respondió con aprobación—. Las posturas son fundamentales en cualquier arte marcial, no solo en el karate. Nos entrenan en el equilibrio, la estabilidad y la precisión. Pero también fortalecen la mente, desarrollan la técnica… y nos conectan con nuestro poder interior… nos desarrolla como individuos…

Los ojos de Baldur se desviaron hacia Oliver, y se abrieron con genuina fascinación.

El niño, para sorpresa de todos, estaba replicando las posturas al pie de la letra. Cada gesto, cada ángulo, cada equilibrio… estaban ejecutados con la misma precisión que el propio maestro.

—Oliver… eso que estás haciendo… es asombroso para ser tu primera vez —dijo Baldur, conteniendo la emoción.

—¿Asombroso? ¿El qué? —preguntó el niño, confundido. Se miró la ropa, luego las manos, y finalmente los pies.

Baldur no respondió. Solo lo observó, intrigado.

—No es consciente de la perfección con la que ejecuta cada postura… Qué extraño… —pensó, mientras continuaban el ejercicio.

—¿Será posible que sea un imitador genuino? —se preguntó, ya más analítico—. Si es así… estoy ante un chico sin límites de aprendizaje.

El asombro de Baldur se vio interrumpido por la voz de Max, que se acercaba con una expresión fría y distante.

—Ya llegué —anunció, cargando su bolsa de herramientas.

El anciano y los chicos se giraron para recibirlo con un gesto amable. Sin rodeos, Max se dirigió a Baldur.

—Necesito hablar con usted… a solas.

Baldur lo miró con atención. El tono, la mirada, la rigidez… todo indicaba que se trataba de algo serio.

—Bien… ustedes sigan practicando —les indicó Baldur a los chicos, sin perder la calma.

—Obedezcan… —agregó Max en automático, pero en cuanto sintió la mano de Baldur sobre su hombro, comprendió lo innecesario de la orden—. Uh… em… disculpen —corrigió, algo incómodo.

Baldur siguió a Max hasta un lugar apartado, alejándose de la vista de los chicos.

Mientras tanto, Oliver y Gouten continuaban practicando en el patio. Sin embargo, Oliver interrumpió el ejercicio, se sentó en el suelo y cerró los ojos, intentando concentrarse.

—¿Qué estás haciendo? Baldur dijo que sigamos con las posturas —le preguntó Gouten, extrañado.

—Cuando meditamos el otro día… vi dos esferas brillantes en un espacio oscuro. Intuyo que era dentro de mi propia mente… o espíritu —respondió Oliver, sin abrir los ojos.

—Lo que decís suena estúpido —comentó Gouten, con su habitual tono burlón—. ¿Entrar a tu mente y ver esferas? Nah… no sé, me cuesta creerlo.

—El maestro Baldur dijo que hay que "buscar algo" mientras meditamos. Cuando lo intenté, encontré esas dos esferas —explicó Oliver—. ¿Y si lo que debemos hallar… son precisamente esas esferas?

—¿Nuestro objetivo no era volvernos fuertes? —preguntó Gouten, frunciendo el ceño—. ¿De qué sirve encontrar "eso" si ni siquiera sabemos para qué es?

—¿No te da curiosidad, al menos?

—No, para nada —respondió Gouten encogiéndose de hombros—. Mi único objetivo es talar, árboles a puñetazos, lanzar esos ataques de energía como hace Max… y volar, como lo hizo Baldur.

—Mmm… ya veo… —murmuró Oliver, quedando pensativo mientras miraba su propia mano. Cerró el puño con determinación—. Si Baldur nos hace practicarlo, debe ser porque hay algo grande detrás… debo encontrarlo.

—Max… te noto tenso… ¿qué es lo que quieres decirme? —preguntó Baldur en voz baja, mirándolo de reojo.

—Señor Baldur, me enfrenté al "Gran Gorgo" …

—¿Quién demonios es ese? —preguntó el anciano, frunciendo el ceño.

—¿No lo conoce? Es el responsable de la masacre en el dojo de Tao… —le dijo Max, serio.

En ese instante, los ojos de Baldur se abrieron de par en par. Conectó los hilos rápidamente: Tao nunca había podido darle un nombre, porque cuando se enfrentaron… nunca llegaron a presentarse.

Con la información compartida por Max, Baldur comenzaba a procesar la magnitud del enemigo. Gorgo… ese nombre ya no sonaba como una simple anécdota.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó el viejo, con tono preocupado.

—Estoy bien, no recibí daños —respondió Max con frialdad—. Pero el viejo Kawaki se llevó la peor parte… Fue herido. Está estable, pero sigue hospitalizado.

—Ya veo… ¿Por qué me cuentas todo esto? —preguntó Baldur, algo desconcertado—. No es típico en vos. ¿Estás preocupado por Kawaki?

—No… nada de eso —replicó Max, sacudiendo la cabeza—. Es que… Gorgo pareció reconocerme, aunque nunca nos habíamos visto antes. Tengo la sospecha de que ya sabe quién soy… y eso podría traernos problemas.

Baldur asintió lentamente, frunciendo el ceño.

—De hecho… cuando visité a Tao en el hospital, me mencionó que creía que Gorgo vendría por este dojo. Dijo que ese tipo tenía un patrón… y que los colegios eran su blanco.

—Si es así… hay que detenerlo antes de que llegue a nosotros.

—Totalmente de acuerdo...

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