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Chapter 11 - Capítulo 10

Ubicación: Gotham City – Distrito Midtown. 07:34 AM

La luz grisácea del amanecer filtraba su frío a través de las ventanas empañadas de una pequeña cafetería enclavada entre edificios antiguos. Era uno de esos lugares que pasaban desapercibidos, frecuentados por almas solitarias, oficinistas con prisa y estudiantes soñolientos. Allí, en una mesa cerca del ventanal, Elías Grave sorbía tranquilamente una taza de té negro sin azúcar.

Su presencia contrastaba con el entorno como si fuera una pintura mal ubicada. Alto, de espalda recta, manos delgadas y firmes como las de un cirujano, pero con los movimientos sobrios de un veterano. Vestía con un abrigo oscuro, sencillo pero elegante, y una bufanda de tela gruesa. Sin embargo, no era su atuendo lo que atrapaba miradas ocasionales… sino sus ojos.

Violáceos. De un tono profundo, magnético, demasiado inusual para un hombre que aparentaba apenas treinta años. Parecían mirar más allá de lo visible, con la serenidad de alguien que había perdido todo y, sin embargo, había aprendido a vivir entre las sombras.

El sonido de la campana sobre la puerta rompió el murmullo ambiente. Una figura felina cruzó el umbral. Selina Kyle. Jeans ajustados, chaqueta de cuero, cabello suelto, y una expresión entre la sospecha y la curiosidad. Caminó hasta el mostrador, pidió un espresso doble y, mientras esperaba, lo vio.

Elías no la miró directamente, pero sí percibió la manera en que sus pasos cambiaron de ritmo al reconocerlo. Había algo en esa mujer… una ligereza en el andar, una vigilancia permanente en su postura. En otro mundo, sería una sombra. En este… ya lo era.

—¿Sueles venir seguido? —preguntó Selina al tomar asiento frente a él sin invitación previa.

Elías alzó la mirada. Sus ojos morados se clavaron brevemente en los de ella, no con sorpresa, sino con una quietud que la desconcertó.

—Cada mañana —respondió con voz grave y pausada—. Las bibliotecas abren tarde.

—¿Bibliotecario? —repitió ella, con una ceja arqueada.

Asintió con un gesto casi imperceptible.

—Uno de los pocos oficios donde aún se valora el silencio.

Ella rió suavemente. No fue una risa fingida, sino una mezcla de burla y genuina curiosidad. Se reclinó un poco hacia adelante, estudiando su rostro como si intentara leer entre líneas.

—No pareces de aquí —murmuró—. ¿Cuánto llevas en Gotham?

—Tiempo suficiente para entender que el caos no es un accidente —dijo, tomando un sorbo de su té.

El silencio se instaló brevemente. Afuera, la ciudad comenzaba a moverse. Gente con prisa, autos resoplando humo, letreros de neón apagándose. Gotham vivía, como siempre, entre la decadencia y el propósito.

Selina lo observó con interés renovado. Había algo en él… no era arrogancia, ni tampoco sumisión. No parecía intimidado por su presencia, ni la cortejaba, ni se alejaba. Era como si existiera en otra frecuencia.

—¿Elías, cierto?

—Grave. Elías Grave —respondió. Luego de un segundo añadió—. ¿Y tú? ¿También vienes por la rutina?

—Selina. Y no… hoy solo seguía una corazonada.

Elías alzó apenas la comisura de los labios. No sonreía por hábito, pero reconocía el juego cuando lo veía.

—Los instintos no deberían ignorarse.

—Ni los secretos —respondió ella, de inmediato.

Ubicación: Biblioteca Pública de Gotham. 05:48 PM

La tarde vestía un cielo ceniza mientras los fluorescentes parpadeaban en la biblioteca pública. Entre estantes altos y pasillos estrechos, Elías ordenaba libros antiguos con la eficiencia de alguien que conocía de memoria cada rincón. En la esquina más tranquila, una niña de no más de ocho años hojeaba un libro de mitología griega. Lia.

No hablaba mucho. Y él no preguntaba. Pero sus visitas eran constantes. A veces le dejaba una flor entre las páginas, otras le señalaba cuentos escondidos. Su vínculo se construía en la misma lengua que dominaba Jin-Woo en su anterior vida: el silencio compartido.

—¿Sabías que Atenea nació armada? —preguntó ella sin mirarlo.

—Nacemos con lo que más necesitamos para sobrevivir —respondió Elías mientras colocaba un tomo sobre guerras espartanas en el estante superior.

La niña lo miró por unos segundos. No tenía padres que la recogieran. No tenía mochila. Pero siempre encontraba el camino hacia ese rincón, como si supiera que allí, en ese espacio entre los libros, estaba alguien que no le exigía explicaciones.

Cuando Lia se fue, dejando atrás solo el leve eco de sus pasos, Elías la observó un momento más.

Su rostro… tenía algo. Algo que le recordaba a Jin-Ho. A su antiguo amigo, a quien había perdido en el otro mundo.

Y ese detalle, tan ínfimo y humano, bastaba para que la biblioteca siguiera siendo su refugio.

Ubicación: Wayne Manor – Cueva. 01:17 AM

Bruce Wayne cruzaba las líneas de datos con mirada analítica. Junto a él, Nightwing revisaba imágenes de cámaras de seguridad callejeras, conectadas desde puntos estratégicos de Gotham.

—¿Lo viste con claridad? —preguntó Bruce, sin apartar la vista.

—Sí… y no —respondió Dick Grayson—. Estaba frente a mí. Salía de una tienda de libros. Normal, casi aburrido. Pero cuando lo miré… parpadeé y ya estaba a dos metros más cerca. No escuché ni un paso. Nada. Fue como si el aire no lo tocara.

Bruce guardó silencio. En su monitor, el rostro del bibliotecario aparecía en tres ángulos distintos. Ninguno con datos claros.

—¿Y qué crees? —preguntó finalmente.

—Creo… que es lo que tú sospechas. No es un civil cualquiera.

Ubicación: Instalaciones de Cadmus. 11:03 AM

Amanda Waller observaba varios expedientes. Uno en particular tenía una marca roja: “No identificado – Alias: Elías Grave”.

—¿Por qué un bibliotecario genera interés en Bruce Wayne? —preguntó, sin dirigirse a nadie en particular.

A su lado, una agente deslizó una carpeta más.

—Hemos recibido reportes de que frecuenta una menor sin tutores registrados. Podría ser una oportunidad… o un problema.

Waller entrecerró los ojos.

—¿Meta-humana?

—No hay pruebas aún.

—Manténganla vigilada. No actúen… todavía.

Gotham City — Café Luno — 6:14 PM

La tarde caía con lentitud en Gotham, filtrando tonos ámbar y púrpura por las ventanas del Café Luno, un lugar discreto, cálido, de luz tenue y paredes recubiertas en ladrillo. A esa hora, el ambiente se poblaba de sonidos de tazas, conversaciones apagadas y hojas de libros al pasar.

Sentado en su mesa habitual junto al ventanal, Elías Grave hojeaba un ejemplar encuadernado de The Metaphysical Roots of Symbolism. Frente a él, una taza de café sin azúcar. El reflejo de sus ojos violetas sobre el cristal se fundía con el mundo exterior, como si observase algo más allá del tiempo.

Una presencia familiar lo sacó de su ensimismamiento.

—Nunca pensé verte fuera de la biblioteca, bibliotecario —murmuró una voz con un deje de burla sofisticada.

Selina Kyle, con abrigo gris ceñido a su figura y una bufanda burdeos, se acercaba con una sonrisa casi felina. Elías levantó la vista. No se sorprendió. De algún modo, siempre la esperaba.

—La costumbre es un buen disfraz —respondió él, cerrando suavemente el libro.

—¿Y qué disfraz usas tú, Elías? —preguntó ella, deslizando una mano sobre el respaldo de la silla frente a él antes de sentarse—. Porque no me pareces del tipo que sólo organiza libros.

Por un instante, Elías no respondió. Luego, sonrió apenas.

—Me gustan los silencios… revelan más que las palabras.

Selina lo estudió. Había algo hipnótico en la manera en que hablaba, en cómo sus ojos parecían absorber la luz misma. Un tono de voz bajo, casi musical, que ocultaba algo profundo… como una promesa, o una amenaza. Y ese rostro —pálido, firme, sin una sola arruga o cicatriz— parecía tallado, como si el tiempo no tuviera permiso de tocarlo.

—¿Sabes? —dijo Selina, cruzando una pierna con elegancia—. Bruce solía mirar así a la gente que no terminaba de entender. Y yo he visto muchas máscaras, demasiadas. Tú… no llevas ninguna. Pero tampoco eres completamente humano, ¿verdad?

Elías no desvió la mirada. Pero el aire a su alrededor pareció cambiar, como si por un segundo la temperatura bajara.

—¿Te molesta eso? —preguntó.

—No si me dices que no tengo que preocuparme —respondió ella, tomando un sorbo de su latte.

Elías inclinó la cabeza, sin responder directamente. Y Selina lo notó. Esa falta de confirmación era, en sí misma, una advertencia.

Un silencio más se impuso entre los dos, esta vez distinto: no tenso, sino lleno de posibilidades. Era el tipo de pausa que en Gotham sólo ocurre cuando dos depredadores se reconocen mutuamente.

—Tienes buena memoria —comentó él, retomando la conversación con un ligero cambio de tono—. ¿Catwoman o Selina? ¿Cuál de los dos nombres prefieres ahora?

Ella alzó una ceja, pero no se molestó.

—Depende de quién pregunte. Pero tú ya sabías quién era, ¿no? —respondió con una sonrisa torcida—. Lo supe desde la primera vez que nuestras miradas se cruzaron. Sabes cosas. No cualquier tipo de cosas… cosas reales. Cosas que no se aprenden leyendo.

—Y sin embargo, sigo leyendo —dijo él con suavidad, deslizando su dedo por la tapa del libro cerrado—. ¿Te interesa la simbología?

—No. Pero me interesa saber por qué un bibliotecario con voz de emperador y mirada de dios antiguo está viviendo tranquilamente en Gotham. Y por qué sigue apareciendo en los sitios donde hay señales de gente muy peligrosa desapareciendo sin dejar rastro.

Esta vez, Elías sonrió. No como un humano. Sino como algo más.

—Quizás porque esa gente se lo merecía.

El silencio volvió. Esta vez, más denso.

—Tal vez no seas una amenaza para mí… todavía —dijo Selina, recostándose en su silla—. Pero si Bruce tiene razón, todo lo que tocas deja una huella. Incluso cuando no haces nada.

—Lo mismo podrían decir de ti —respondió Elías, terminando su café.

Ella sonrió. No dijo nada más. Se levantó con un movimiento fluido, felino.

—Estaré cerca, bibliotecario. Y no estoy jugando esta vez.

—Yo tampoco —murmuró él.

La observó alejarse. Cada paso era preciso, controlado. No necesitaba verla para saber que ahora su vida estaría más cerca de la suya. Y que eso tenía peso.

Gotham City – Distrito Bowery – 10:22 a.m.

La conversación había bajado de intensidad, pero no de tensión. El sonido lejano del tráfico y el murmullo de las mesas cercanas daban una sensación casi doméstica al ambiente, como si por un momento estuvieran fuera del caos que solía envolver a Gotham.

Selina tomó un sorbo de su café, sin romper el contacto visual.

—Entonces dime algo, bibliotecario… ¿Qué hace alguien con ojos como los tuyos perdiéndose entre estanterías polvorientas?

Elías sonrió apenas. —¿Creerías si dijera que me gusta el silencio?

—Podría, si no parecieras alguien que carga demasiadas cicatrices internas para encontrarlas en una vida tranquila.

Él no respondió de inmediato. En cambio, su mirada se perdió momentáneamente en la ventana junto a ellos. Afuera, una madre arrastraba a su hijo por la mano bajo una lluvia suave que apenas había comenzado.

—Hay cosas que… uno decide olvidar para no cargar con todo lo que perdió. —dijo con voz baja.

Selina dejó la taza sobre el platillo con cuidado. Esa vulnerabilidad repentina no era común en hombres como él. Ni en nadie, en realidad. Pero había algo profundamente real en cómo lo dijo. Como si no hablara de una idea, sino de un mundo entero dejado atrás.

—No se te da mal hablar como filósofo, ¿lo sabías?

—Y sin embargo, me pagan por organizar libros.

Ambos rieron suavemente. Pero bajo esa risa se escondía una especie de danza. Una evaluación mutua. Selina era demasiado inteligente para no sentirlo. Y Elías… demasiado entrenado para no saberlo.

—Dime algo más, Elías —dijo ella, esta vez con una expresión más serena—. ¿Por qué Gotham?

—Porque es el único lugar donde los monstruos no se esconden. Aquí, se enfrentan. Aunque nadie gane.

Selina cruzó los brazos sobre la mesa y se inclinó hacia él, intrigada. —¿Tú también estás huyendo de algo?

Elías la miró, y por un instante, su expresión cambió. Sus ojos se oscurecieron apenas, como si un recuerdo le arrancara el aire por dentro. Un pequeño destello de dolor que solo se permitía sentir cuando sabía que no iba a ser juzgado por ello.

—No. Ya no huyo. —respondió— Estoy aquí porque decidí dejar de correr.

Selina bajó un poco la mirada, como si entendiera algo que no se había dicho. Ella también sabía de eso. Gotham estaba llena de gente rota buscando algo, aunque fuera solo un rincón donde respirar sin miedo.

—Entonces supongo que tienes buen gusto. —susurró.

—¿Por la ciudad?

—No —dijo, sonriendo de lado—. Por la cafetería.

Rieron los dos, esta vez con más naturalidad. Una tregua no dicha se había formado entre ellos. No de confianza, pero sí de reconocimiento. Ambos habían visto demasiado del mundo como para fingir ser normales. Y, sin embargo, ahí estaban. Fingiendo que el tiempo pasaba igual para todos.

Selina lo observó unos segundos más antes de levantarse, alisando su abrigo con gracia.

—Espero que no pierdas mi nombre entre tus libros, bibliotecario.

—Lo recordaré. —respondió él, con voz firme.

—Hazlo. Tal vez te lo vuelva a prestar.

Y sin más, salió del lugar con la misma elegancia con la que había llegado. Elías la siguió con la mirada hasta que desapareció entre la gente y la niebla ligera.

Afuera, la lluvia persistía con una calma que no reflejaba nada de lo que se avecinaba.

Ubicación: Biblioteca Pública de Gotham | Hora: 5:47 p.m.]

Lia no se había marchado todavía. Afuera, el cielo comenzaba a oscurecerse, cubriendo las calles con una manta púrpura y anaranjada. Las luces del interior daban a los pasillos una calidez silenciosa, interrumpida solo por el suave desliz de páginas y el sonido tenue de los pasos del bibliotecario.

—¿No te llaman para cenar? —preguntó Elías desde su escritorio, sin mirar.

—Ya lo hice —mintió Lia, sin levantar la vista del libro. Su voz era tranquila, pero había una tensión velada en sus palabras. Él podía notarlo con facilidad. El tipo de tensión que viene de la costumbre a la vigilancia, de vivir entre adultos que no prestan suficiente atención.

Él caminó hasta ella y dejó frente a su cuaderno un lápiz nuevo. De grafito fino, de los que no se rompen con presión.

—¿Para tus dibujos?

Lia lo miró con una mezcla de sorpresa y agradecimiento. Asintió. No preguntó cómo sabía que dibujaba; quizás lo entendía. Quizás había dejado de preguntar cosas que sentía que él ya sabía de alguna manera.

Y en ese momento, por apenas unos segundos, Sung Jin-Woo no fue una sombra, ni un monarca, ni un testigo silente del caos universal. Fue simplemente alguien que cuidaba algo frágil.

[Ubicación: Gotham Este | Hora: 6:24 p.m.]

Nightwing observaba desde un tejado la salida de la biblioteca. Elías se marchó tarde esa noche. Siguió su ruta, calculando distancia, tiempo, ritmo. Pero hubo un punto donde simplemente… desapareció. No teleportación. No invisibilidad. Simplemente, no hubo sonido. No hubo paso.

—Ni los asesinos de la Liga de Sombras son así de silenciosos… —murmuró Dick, comunicándose con Batman—. Literalmente, no hizo ruido al caminar. Nada. Como si el aire ni lo tocara.

Bruce no respondió enseguida.

—Eso no es humano —dijo finalmente.

[Ubicación: Cadmus | Subnivel 3 | Hora: 7:10 p.m.]

—El sujeto conocido como Elías Grave tiene patrones regulares de movimiento, pero su historial es un vacío —dijo uno de los científicos—. Sin registros médicos, escolares, nada antes de hace dos meses. Ningún sistema gubernamental lo reconoce.

Amanda no miraba la pantalla. Miraba a Lia, en una grabación de cámara de seguridad. Detalles sutiles: cómo los sensores fallaban en reconocerla durante segundos. Cómo los campos de resonancia cerebral se volvían erráticos cuando dibujaba.

—No es solo él. La niña también… está fuera de patrón.

Un silencio pesado cayó sobre la sala.

—Vigílalos a ambos. Quiero saber si están conectados biológicamente. Si no lo están… aún peor.

[Ubicación: Azotea en el Distrito Financiero | Hora: 9:51 p.m.]

Elías contemplaba Gotham desde las alturas, con Igris arrodillado a su lado, en posición de guardia.

—No son tan distintos de los nuestros… —susurró Jin-Woo en su idioma natal, al que solo sus sombras respondían—. Luchan, caen, se rompen… pero siguen levantándose. Incluso sin saber contra qué.

Igris no respondió. Solo asentía como un caballero que ha jurado lealtad a una causa más allá de su comprensión.

—No puedo permitir que ella sufra —continuó, refiriéndose a Lia—. No como Jinah. No como mi madre.

El viento movió su abrigo, dejando ver por un instante las líneas negras que recorrían sus brazos. Oscuras. Antiguas. Vivas.

—Si Cadmus la toca… los destruiré desde sus cimientos.

Ubicación: Búnker de la Batcueva | Hora: 11:06 p.m.]

—Entonces, ¿quieres que la observe más de cerca? —preguntó Nightwing, cruzado de brazos frente al monitor.

Batman analizaba la pantalla con una expresión imperturbable. Había ralentizado el video de los últimos encuentros entre Lia y Elías en la biblioteca. No había nada irregular a simple vista, pero él no creía en las coincidencias.

—Quiero saber si hay algún patrón —dijo Bruce finalmente—. Elías no actúa como un hombre huyendo. Actúa como alguien que… pertenece. Y la niña lo sigue como si supiera que está a salvo.

—¿Crees que está usando a la niña?

Batman negó con la cabeza.

—No. Eso es lo que lo hace más peligroso. No está manipulando. Está cuidando. Y nadie cuida así sin un motivo… o sin un pasado.

Oráculo irrumpió por el canal.

—Bruce, tenemos una lectura extraña. Los satélites registraron una distorsión de energía en la azotea donde Elías estuvo hace media hora. No es mágica, no es tecnológica. No tiene precedente.

Batman frunció el ceño.

—Entonces es nuevo.

[Ubicación: Edificio abandonado, Distrito Industral Sur | Hora: 11:47 p.m.]

Waller revisaba una nueva carpeta. Fotos recientes de la biblioteca, imágenes satelitales, un reporte incompleto sobre una anomalía electromagnética. Sus dedos se detuvieron sobre una foto de Lia, saliendo con una libreta en la mano. Sonreía.

—Lo que sea que la hace especial, él lo sabe —murmuró—. Y si lo sabe… también sabe ocultarla.

Cerró la carpeta.

—Pero nadie se oculta de mí para siempre.

A su lado, Lex Luthor, de pie con las manos en los bolsillos, esbozó una sonrisa lenta.

—Entonces deberíamos poner a prueba sus límites.

[Ubicación: Departamento de Elías Grave | Hora: 12:20 a.m.]

Las luces estaban apagadas, excepto una lámpara de lectura. Elías sostenía un viejo cuaderno. No tenía título, pero sus páginas estaban llenas de palabras que no eran de este mundo. Fragmentos de recuerdos, voces de un pasado imposible de olvidar.

“Hyung…”

La voz era de Jinah, su hermana. Como un eco, apenas audible.

Cerró el cuaderno con lentitud. Sus ojos, brillando en violeta oscuro, se fijaron en el reflejo de la ventana.

—No dejaré que esta ciudad se los lleve también.

Una sombra se movió detrás de él. Beru.

—Mi rey… ¿nos preparamos?

Jin-Woo se levantó.

—No. Observamos. Todavía no es el momento.

Pero mientras hablaba, los ojos de Beru se alzaron hacia el cielo.

Allí, más allá de la vista de los hombres, una grieta imperceptible comenzaba a abrirse en el tejido del cielo. Pequeña, todavía cerrada… pero creciendo.

El final aún no había llegado.

Pero se acercaba.

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