Después de su combate, el joven filósofo se apartó y se sentó lejos de la multitud. Era un desastre andante: una pierna chamuscada, agrietada y sudando sangre, y la otra no estaba mucho mejor; parecía rota en varias partes, como si la furia del mundo se hubiera descargado en ella.
Arthur, con lo poco de claridad mental que le quedaba, se apresuró a aplicar pociones sobre su cuerpo. Lentamente empezó a recuperarse.
Maldición... Cómo me gustaría echarme una siesta y no volver a despertar, pensó.
Las pociones recuperaban el agotamiento del cuerpo, mas no el mental, y sobre todo para alguien como el, que sentía que el mundo lo odiaba solo por existir.
Ya he remado con dificultad el primer combate, pero... a este ritmo terminaré muerto antes de entrar a la academia.
Mientras pensaba sus opciones, los combates seguían. No se detendrían solo por él. La realidad era cruel, sobre todo en este mundo de hienas y lobos.
Mirando la plataforma, Arthur empezaba a dudar de su decisión de entrar a la academia.
—¿Vale todo este esfuerzo el ingreso a la academia? —se preguntó, pensativo.Quizás el viejo Lich tenía razón… tal vez soy mejor como escriba que como guerrero —pensó, negando con la cabeza y esbozando una sonrisa amarga—.Al menos mi próximo combate será después de que se disputen todos los combates restantes.
No era momento de pensar en lo que fue o pudo ser, solo avanzar hasta donde pudiera. Con esa mentalidad, se centró en su recuperación.
Mientras aplicaba las últimas gotas de poción sobre su pierna chamuscada, sin que lo supiera, miradas lejanas lo evaluaban desde el palco. Allí, donde el aire olía a incienso caro y a juicio no pedido, las voces del poder debatían sobre aquellos que luchaban abajo como piezas de ajedrez en una mesa demasiado alta.
En el palco, donde se sentaban los profesores y los invitados, una hermosa joven de unos 20 años miraba con ojos de fénix tan limpios y puros que la vergüenza se sonrojaría al verlos.
Con expresión perezosa recorrió a los jóvenes. No había emoción en esa mirada, solo indiferencia.
En ese momento, una voz vino desde atrás:
—¿Qué opina la joven más fuerte de la academia? ¿Algún candidato que haya captado tu atención?
La joven no lo miró. Solo suspiró con desgana y dijo:
—Lo de siempre. Mujeres que no están a la altura y hombres arrogantes que se creen superiores. Siempre es lo mismo.
El hombre, de unos 40 años y que parecía ser un profesor, negó con la cabeza abatido y no dijo nada.
Al parecer, era habitual recibir ese tipo de respuesta por parte de la bella joven.
Otro profesor, de túnica bordada y barba bien recortada, intervino entonces:
—Jajaja, eso puede ser cierto, pero esa arrogancia es el motor que los impulsará a la grandeza —dijo mientras reía y se frotaba la barba. Continuó—: Es verdad que las mujeres no compiten con los hombres, pero hay excepciones. El mejor ejemplo eres tú —dijo mirando de reojo a la joven.
—Eres el epítome de la fuerza en la academia. Gracias a tu esfuerzo, muchas jóvenes han decidido seguir ese camino. Pero recuerda: esa fuerza es para demostrar que las mujeres pueden igualar a los hombres, o incluso ser mejores. Que esa arrogancia no te haga odiarlos.
La joven no dijo nada. Solo miró a la multitud de jóvenes en el coliseo. Su mirada era fría y no se sabía si esas palabras movieron algo dentro de ella.
El director, que estaba escuchando este intercambio de palabras, miró a la joven y se rió con una carcajada suave.
—Quizás aquí encuentres a esa persona que te haga cambiar tu visión de los hombres… ¿no crees, pequeña Lunira?
La joven solo cerró los ojos. No respondió.
Mientras esto sucedía, el coliseo ardía en llamas. Dos espadachines chocaban en el centro de la plataforma.
Un joven de cabello largo y negro, recogido en una cola de caballo, empuñaba una espada estilizada, casi como una katana. Su oponente, de la misma edad, tenía el cabello castaño y corto, y vestía una armadura reluciente. Blandía una espada ancha y pesada, digna de un muro con filo.Uno se movía con ligereza, fluyendo como el agua. El otro avanzaba con firmeza, y cada golpe suyo era como un martillo cayendo sobre la tierra.
Otro choque de las espadas se escuchó y las chispas iluminaban la plataforma. Ondas de poder apenas perceptibles se podían ver en cada impacto. Era un combate igualado.
Arthur observaba, embelesado.Aquello no era solo un duelo: era una danza de estilos, un enfrentamiento entre maestros que, sin necesidad de palabras, intentaban demostrar cuál arte de la espada reinaría sobre el otro.
Tengo que recuperarme rápidamente. Pero... esta batalla es como esos combates entre rivales en las novelas. Qué emocionante —pensó, apretando los puños.
No hubo habilidad ni magia. Solo dos cuerpos, dos espadas y dos espíritus que hicieron temblar los corazones de la audiencia.
Una gota cayó sobre la plataforma, como preludio de la tormenta.El olor de la tierra mojada comenzaba a mezclarse con el aroma de sudor, sangre y acero.
Pero ni el agua pudo enfriar el fuego de aquel crisol.Porque allí, donde los sueños sangran,solo los nombres grabados a golpes sobreviven.
Fin del capítulo.