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Chapter 100 - Sueños de Fuego

El helicóptero, un viejo Mi-8 de fabricación soviética, rugía sobre el vasto y helado paisaje siberiano, dejando atrás las fronteras de Rusia en un ascenso tembloroso hacia el sur. Dentro, el ruido de las hélices dificultaba la conversación, pero la tensión palpable de la reciente huida comenzaba a disiparse, reemplazada por una sensación de propósito compartido, aunque aún teñida de la inestabilidad de su nuevo recluta, Arkadi Rubaskoj.

Arkadi, sentado junto a una de las ventanas empañadas, miraba el paisaje nevado que se desdibujaba debajo. De repente, se giró hacia Aiko y Volkhov, sus ojos brillando con una intensidad peculiar.

—Debemos encontrar a Ryuusei —dijo con urgencia, su voz amplificada por la resonancia del chip traductor, elevándose por encima del ruido del helicóptero—. Debo contarle lo que he visto. El tiempo se agota.

Aiko, que estaba revisando su equipo, frunció el ceño. Ella, la guerrera instintiva, era ahora la voz de la razón logística. —¿Ahora? Apenas hemos salido de Rusia. Todavía tenemos que encontrar a Amber en Hong Kong y a Sylvan en Finlandia. Están en continentes diferentes, Arkadi.

—No entiendes —insistió Arkadi, su único ojo blanco centelleando—. He soñado. Un sueño… vívido. Lleno de fuego y sombras. Ryuusei estaba allí, en el centro de todo. Una luz brillante, cegadora, rodeada de una oscuridad voraz que se alimenta de la realidad misma. Esto no es solo la guerra entre facciones; es la grieta del mundo. Debo advertirle.

Volkhov, que estaba consultando un mapa digital de altitud, levantó la vista. Su expresión era escéptica, pero la seriedad en la voz del mago, junto con sus propios sueños perturbadores, lo obligaba a escuchar. —¿Advertirle de qué exactamente? ¿De fantasmas?

—De lo que viene —respondió Arkadi con un tono sombrío—. El velo se está desgarrando, Volkhov. Los Valmorth son meros peones. Las sombras se están moviendo, atraídas por la firma de poder de Ryuusei. Él es la clave. Pero también es el mayor peligro. Su poder… atrae la atención de cosas que duermen bajo el mundo, entidades que ven nuestra realidad como una comida.

Aiko suspiró. Entendía la urgencia profética, pero también era consciente del plan de Ryuusei. —Lo sé, Arkadi. Pero llegar hasta Ryuusei llevará tiempo y expondrá nuestra ubicación. Tenemos que seguir el plan. Primero Amber, luego Sylvan. Después… después podremos reunirnos con él. Si la profecía es cierta, él estará esperando.

Arkadi se encogió de hombros con impaciencia. —El tiempo apremia, niña. Los sueños no esperan.

A pesar de la insistencia de Arkadi, Aiko se mantuvo firme. Con la urgencia profética del mago como telón de fondo, los días que siguieron dentro del helicóptero se convirtieron en una oportunidad inesperada para que Aiko y Volkhov fortalecieran su vínculo. El espacio reducido y el aislamiento forzado los obligaron a interactuar de formas nuevas, sin la presión inmediata de la lucha.

En un momento de calma, mientras Arkadi dormitaba, Aiko observó a Volkhov, que estaba absorto en la lectura de un libro desgastado.

—Nunca te había visto leer —comentó con curiosidad.

Volkhov levantó la vista, una leve sorpresa en su rostro. Cerró el libro, mostrando el título: "El Arte de la Guerra" de Sun Tzu.

—Hay mucho que aprender, incluso en los lugares más inesperados —respondió con una media sonrisa, su voz grave—. La estrategia es la columna vertebral de la precisión.

Aiko se rió suavemente. —Supongo que sí. Siempre te he visto más como el tipo de acción y reflejo, no de palabras y estrategias milenarias.

—Las palabras pueden ser armas tan afiladas como cualquier cuchillo —replicó Volkhov, su mirada encontrándose con la de Aiko—. Solo hay que saber cómo usarlas, cuándo callar y cuándo atacar.

En otra ocasión, mientras compartían una ración de comida fría, Aiko le preguntó a Volkhov sobre su pasado en las Fuerzas Especiales. Volkhov, generalmente reservado, se sorprendió a sí mismo compartiendo recuerdos, tanto oscuros como humorísticos, de su vida antes de conocer a Ryuusei, hablando de la disciplina militar que lo había formado. Aiko escuchaba atentamente, sus ojos oscuros llenos de una comprensión silenciosa. Ella entendía el rigor; solo que su propia disciplina venía del dolor, no de un cuartel.

Hubo momentos de pura diversión. En un intento por aligerar el ambiente, Aiko comenzó a hacerle bromas a Volkhov, imitándolo y exagerando su habitual gruñido de hombre estoico. Para su sorpresa, Volkhov no solo no se molestó, sino que incluso terminó uniéndose a las risas, mostrando un lado más relajado que Aiko rara vez veía.

Incluso Arkadi, a pesar de su preocupación constante por sus sueños, participó. En una ocasión, intentó enseñarles un antiguo juego de mesa ruso que involucraba huesos tallados y reglas increíblemente complejas. El resultado fue un caos hilarante, con los tres discutiendo las reglas y riendo a medida que el juego se volvía cada vez más absurdo.

Sin embargo, la tensión nunca desaparecía por completo. El recuerdo de la sangrienta operación de Arkadi, la regeneración forzada y la amenaza constante de enemigos desconocidos siempre estaban presentes, recordándoles la peligrosidad de su misión.

Una noche, mientras sobrevolaban una zona montañosa oscura y desolada, lejos de cualquier punto de civilización, el helicóptero comenzó a temblar violentamente. Las luces parpadearon y el piloto gritó algo ininteligible por el intercomunicador.

Volkhov se puso de pie de inmediato, su rifle en mano. —¿Qué está pasando? ¿Turbulencia?

Aiko se aferró a su asiento, con el corazón latiéndole con fuerza, pero sus músculos ya tensos y listos. Arkadi, que había estado meditando en silencio, abrió su único ojo blanco, su rostro mostrando una preocupación genuina.

—Hay algo ahí fuera —dijo con un tono grave que resonó en el estómago de los otros dos—. Algo que no es el clima. Es oscuro… lo sentí tocando el metal.

El helicóptero siguió temblando, perdiendo altitud rápidamente. El piloto luchaba por mantener el control, pero era evidente que algo iba mal con el rotor de cola.

De repente, un golpe seco y monstruoso sacudió la aeronave. Fue un impacto frío, como si la máquina hubiese chocado contra una masa de aire densa y antinatural, seguido por un sonido metálico chirriante que anunciaba una fractura fatal. El helicóptero comenzó a girar fuera de control, precipitándose hacia la oscuridad de las montañas.

—¡Sujétense! —gritó Volkhov, agarrando a Aiko por el brazo, su entrenamiento tomando el control.

El impacto fue brutal. El helicóptero se estrelló contra la ladera de una montaña, el metal retorciéndose y crujiendo con un ruido ensordecedor. La cabina se llenó instantáneamente de humo, el olor acre del combustible quemado y la nieve mezclándose en una neblina sofocante.

A pesar del caos y el dolor, Aiko sintió la mano firme de Volkhov apretando su brazo. Abrió los ojos. La Piedra de la Regeneración ya estaba trabajando, mitigando el shock inicial.

—¿Estás bien? —preguntó Volkhov, su voz áspera, mientras revisaba sus propias heridas leves.

Aiko asintió, sintiendo solo un dolor punzante en la cabeza. Miró a su alrededor. Arkadi estaba tirado en el suelo, gimiendo. El piloto… no se movía. Su estado era irrelevante.

—Tenemos que salir de aquí —dijo Volkhov con urgencia, intentando abrir la puerta de la cabina, que estaba deformada por el impacto.

Con la ayuda de Aiko, lograron forzar la puerta y salir al exterior. El frío era intenso, y la nieve caía con fuerza. El helicóptero yacía destrozado a pocos metros de ellos, humeante y condenado.

Arkadi comenzó a gemir y abrió su único ojo blanco, mirando a su alrededor con confusión, el dolor de la colisión mezclándose con la regeneración.

—¿Qué… qué ha pasado?

—Nos estrellamos —respondió Volkhov, ayudándolo a levantarse—. Y no fue un accidente, ¿verdad? Tenemos que alejarnos de aquí antes de que…

No terminó la frase. Un aullido ululante y seco resonó en la oscuridad, mucho más cerca de lo que era natural. No era el aullido de un lobo común. Era más profundo, más... antinatural. El sonido de la materia devorada.

De entre la nieve y las sombras de los árboles emergieron figuras oscuras y retorcidas, con ojos rojos brillantes y garras afiladas. Eran las sombras del vacío, las mismas criaturas que Arkadi había intentado eludir toda su vida.

—No puede ser… —murmuró Arkadi, su rostro palideciendo bajo la luz de la luna que se asomaba entre las nubes—. ¿Cómo nos encontraron tan rápido? La Piedra… la Piedra los atrajo.

Volkhov levantó su rifle, su rostro sombrío. —No importa cómo. Lo importante es que están aquí. Y quieren algo.

Aiko desenvainó su espada, la hoja oscura brillando con una intensidad amenazante. A pesar del dolor y el shock del accidente, la adrenalina comenzaba a bombear en sus venas.

—Parece que nuestro viaje a la metrópolis se ha vuelto un poco más… interesante —dijo Aiko, una sonrisa fría dibujándose en sus labios.

La confianza entre ella y Volkhov, forjada en los momentos de calma y ahora templada por la adversidad, era palpable. Sabían que podían contar el uno con el otro. Y junto a un mago profético y peligroso, se enfrentarían a la oscuridad, sin importar dónde los encontrara. La Gran Cacería había tomado un desvío inesperado y brutal.

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