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Chapter 15 - Capítulo 8. Parte 2

No tardaron en llegar noticias sobre la ceremonia de coronación de Namarie y el duque Borus. El Rey Vorgath había prometido que realizaría una ceremonia inolvidable como prueba de su poderío y majestad. Las invitaciones fueron enviadas a todos los reinos vecinos, incluyendo a Elidia y Avalonia, dos reinos ubicados al sur de Valtoria que en ocasiones causaban problemas con la delimitación de su territorio. Antes de mi viaje a Europa escuchaba que constantemente le reclamaban a mi padre que les devolviese los territorios que supuestamente les correspondía a sus ancestros. También supe que el consejero Dunovan había sido encarcelado por acusaciones que lo vinculaban con Los radicales. 

Apoyaba mi cabeza en el espaldar de una silla, mientras mis manos acariciaban el pañuelo que siempre cubría mi rostro; este me ayudaba a pesar desapercibida en el nuevo refugio. Cuando estaba en esa especie de compartimento aprovechado gracias a las concavidades de esa piedra primigenia no lo llevaba encima porque nadie más que Jimin entraba en este. En estos compartimentos no había puertas por lo que, jamás uno podría estar avisado si alguien ajeno penetraba allí.

—¿Eres tú? —escuché una voz incrédula.

Aunque la fiebre no me dejaba de atormentar por completo, no perdía la cuenta de los días transcurridos en la cueva. Debían ser cuatro.

—¿Cómo fue que llegaste aquí? 

Me levanté asustada. De no haber sido por el rostro familiar que luego reconocí pude incluso hasta haber gritado. 

—Estaba preocupado, no creí que tu padre tomara una decisión como esa —.Me abrazó conmovido.

Me separé de Jin tratando de estabilizarme; mi cuerpo aún no se recuperaba del todo, porque me había invadido un mareo repentino. Tal vez fruto de aquella visita tan inesperada.

—Él ¿sabe que estás aquí?

Negué con la cabeza.

—No pienso quedarme mucho tiempo. Debo pensar en algo que me permita subsistir. 

—No pienses en eso. Deja que el tiempo acomode las cosas —añadió—, bueno… también te ayudaré para que no te sientas tan sola. 

En ese momento entró el sastre sorprendido de ver mi rostro descubierto. Tenía razón en estarlo porque habíamos acordado, que para mantener mi secreto, no mostraría mi rostro a ninguno de ellos, a pesar de haberlos conocido. 

—¿Por qué no lo dijiste?... ¿Por qué no dijiste que ella estaba aquí? —protestó Jin al verlo.

—Ella prefirió que nadie lo sepa —respondió cortante. 

Los tres guardamos silencio. Parecía que nos envolvía la neblina de la desesperanza.

—Espero que pronto podamos sentirnos más tranquilos… —dijo Jin para evitar el silencio incómodo.

—Nadie quiere vivir por siempre escondido de la luz del sol —dijo Jimin.

—Debemos resistir. 

Jimin se sentó en la silla que antes yo había ocupado con las manos en las rodillas. 

—El Rey ha escrito un nuevo decreto donde dice que cualquier enemigo del reino será capturado y ejecutado.

—Vaya, creo que tendremos que escondernos por el resto de nuestra vida en esta inhóspita cueva —dijo Jin sarcástico.

—Al menos el miedo nos ha dejado—dije divagando. 

Como si hubiéramos entrado en un profundo letargo cruzamos miradas. ¿Por qué tener miedo ahora después de haber experimentado tantas desgracias juntos?, ¿por qué temer la muerte si habíamos dormido juntos con ella? Pensaba en nuestros suspiros finales, ¿nos llegará un remordimiento por lo que hicimos, por las decisiones tomadas?, ¿por qué el dolor me acompañó siempre si sentí que solo hacía lo correcto?, ¿por qué cuando imaginé y luché por una vida utópica, nada parece tener sentido y el universo se niega a aceptar mi buena voluntad en desechar la maldad? o ¿solo deberían ser felices ellos, los que creen que deliramos?

☆ ☆ ☆

En las noches que no había ningún resplandor ellos salían de esa cueva. Nadie era testigo de sus reuniones deprimentes, ni siquiera la luna. Se ubicaban en la llanura espesa que parecía guarecerlos maternalmente al encubrir la cueva profunda con su vegetación. Para evitar llamar la atención evitaban prender una hoguera, por ello salían puestos encima todos sus trajes para no perecer de frío. 

La primera vez que estuve con ellos, hace algún tiempo, tuve la percepción de un tiempo que transcurría lento y perezoso, arrastrándose como una culebra. Ahora, se había detenido. Había noches que al levantar la vista al cielo y ver reflejada en la tierra que pisábamos esa misma oscuridad, creía que éramos los únicos que sobrevíviamos de esa manera. Era una especie de sentimiento de soledad. Era la soledad de sentirse remotamente olvidado porque los demás seres que veías no eran ya semejantes a ti, a ratos solo eran espectros que se esfumaban. No puedo precisar cuanto tiempo me refugié en esa cueva, lo único que recuerdo es que me tumbaba en la litera presa de tanta desesperanza y me inmovilizaba como si esperara que mi ser abandonara esa crisálida que un día soñó llevar una corona. Otras veces me sentía descubierta por extraños espíritus que me susurraban "traidora". 

Una noche salí con ellos porque Jimin me insistió. Me senté a su lado con el rostro cubierto como acostumbraba. Taehyung asaba con emoción el venado que había cazado en la madrugada con mucha suerte. Todos reían como en los viejos tiempos; debo decir que me dejé llevar por su algarabía e incluso me movía al son de los estribillos que recitaban. De repente, sentí que Jungkook me observaba con detalle. Me puse nerviosa y quise volver a la cueva. 

—¿No es una molestia comer con ese trozo de tela sobre la cara? —preguntó extrañado. 

Jimin volteó levemente hacia mí. 

—Soy muy enfermiza… el frío de la noche hace congestionar mis pulmones. 

—Eso es cierto —agregó Jimin—, hace unos días pescó una gripe solo por haber salido a tomar un poco de aire fresco.

No habló más y siguió comiendo. Su temperamento había cambiado, antes escuchaba atentamente las historias de Rasumikhine junto al fuego y hacía preguntas. Ahora parecía absorto en sus pensamientos. Se retiró a descansar antes que los demás. Poco a poco las sombras tenues que proyectaba el fuego sobre las paredes de la cueva se fueron mermando. Al final, me quedé con Jimin y Jin, pero Jimin mencionó que se sentía cansado porque había acompañado a Taehyung a cazar aquel día. Así que Jin decidió sentarse a mi lado, ya que, había estado todo el tiempo al otro extremo de la hoguera. 

—¿Tú no estás cansado? —pregunté en tono de sorna. 

Apenas sonrío. 

—¿Y tú, ya estás cansada?

Claro que no se refería a ese estado corporal que para recuperarte debes reposar un rato. Creo que se refería a que si esta forma de vivir me resultaba monótona. 

—¿Cómo está él? —Hizo un gesto como si no entendiera—. ¿Jungkook está bien?

—Se ha vuelto distante. Es difícil saber lo que pasa por su cabeza. 

—Debe estar desilusionado…

—¿Crees que pueda comenzar de nuevo? Siento que las cosas ya no son las mismas que antes y ellos se cansarán de permanecer como ermitaños en esta cueva. 

—Todo es incierto…

—Habla con él… —susurró con alguna esperanza contenida en la garganta—. Aunque sea la última vez—. Al ver que callaba prosiguió —¿Por cuánto tiempo seguirás ocultándote?

—No planeo quedarme mucho tiempo. 

—Confiaba mucho en tí, incluso hubiera renunciado a todo si era necesario para salvarte. ¿Vas a dejar esto así? Tu también formabas parte de esto. 

—Lo decepcioné. No hay nada que debamos hablar. Nunca debimos habernos conocido. 

—¿Por qué dices eso? Estás diciendo que nunca fue genuino.

—¿Crees que él se merecía eso? Podría haber esperado recibir una flecha de su peor enemigo pero de mí jamás y eso lo hace imperdonable. 

—Debes explicarle lo que pasó ese día. Ese día… seguro estuviste bajo mucha presión y muy abatida… Debes hablar con él.

—No lo justifica.

Me levanté y apagué el fuego con unas cuantas pisadas.

—Si tú no hubieras interrumpido mi flecha lo hubiera matado… pero eso no me hace sentir menos miserable. Ese día dos monstruos se enfrentaron en mis abismos, el uno era pequeño y lleno de espinas, quería la corona como fuera posible y el otro era brillante pero cobarde, incluso más grande que el primero. El brillante fue devorado por el más pequeño y este tomó control de mis dedos. Ese monstruo fue el que tensó el arco por segunda ocasión.

Jin se levantó incrédulo con los ojos muy abiertos.

—¿Ibas a matarlo? —avanzó a balbucear.

☆ ☆ ☆

Recibí a mi primer hombre. Estaba asustada en el borde de una cama llena de parches. Entró con desparpajo y cerró la puerta de golpe. Se deslizó por la entrada de la habitación haciendo sonar sus botines con fuerza. Aquellos mercaderes me habían engañado; dejé la cueva para comenzar una nueva vida no para sepultarme en ella. Se comenzó a desvestir con rapidez. Se quitó el saco y desabotonó los primeros botones de su camisa. El cuarto tenía una lobreguez impresionante y no podía distinguir con claridad sus facciones. A paso lento se detuvo ante mí.

—¿Primera vez aquí? —preguntó con voz ronca.

—S-síí —titubié.

—Tranquila. Frecuento mucho este lugar, no quiero que estés nerviosa. ¿Quieres hablar primero? —dijo sujetando una de mis manos. 

—Sí, hablemos. 

Me senté en la cama, nuevamente, temerosa de lo que podía ocurrirme. Él halló espacio en una silla al lado de una mesita rústica. Cruzó una de sus piernas con gesto arrogante. 

—¿De dónde vienes?

—De la capital —dije recelosa. 

—Muchas de aquí dicen ser la capital —hizo una risa fingida—. La reconozco, ¿sabe? —continúo— la he visto con... —chasqueó los dedos para traer las ideas que no lograba recordar— "Los radicales" ¿no?

Me paralicé. Mi piel se erizó.

—Aunque casi no hay luz pude reconocerla. ¿Sabe? tengo muy buena vista, sobre todo en la noche —rió—. A juzgar por sus manos, debe ser la princesa.

Me quedé estupefacta. Se levantó y con presteza corrió hasta el otro extremo de la ventana de la cual colgaba la única cortina del cuarto. Así, ya no se filtraba ningún halo de luz.

Sentí frío. Debía ser por la poca ropa que llevaba.

—Es terrible. ¿No? Debe estar tan devastada y desesperada como para que venga a estos lugares. Yo... estuve en el juicio de aquella vez. Usted fue muy contundente con sus palabras y sobre todo… sobre todo cuando tensó el arco contra ese hombre... Si "Los radicales" no hubieran llegado, usted lo habría matado.

—Estaba muy confundida —dije en mi defensa.

—¡Qué complicado! Las cosas suceden por algo ¿no? Supongo que ahora debe estar arrepentida de haber cometido la locura de renunciar a su corona. Hace algunos días estuve en el pueblo y la gente cree que usted es una persona demasiado ingenua, no están de acuerdo con lo que hizo. ¿Por qué arriesgar todo por un criminal? No tiene sentido... o a lo mejor para usted lo tenga…

Examinaba mis dedos con toquecitos leves a pesar de que no podía verlos. 

—No me siento arrepentida...

—¿No se siente arrepentida? Yo en su lugar lo estuviera. Piénselo, ahora mismo no estaría tratando de conseguir dinero de esta manera.

—Creí que si lo amaba jamás me sentiría arrepentida.

—¿Usted lo amó?

—Todos decían que estaba loco pero nunca he conocido a alguien más sensato que él —aspiré una bocanada—, tal vez con el tiempo lleguen remordimientos de un amor desvanecido… Ahora, solo quiero comenzar de nuevo.

—No es bueno acabar amores de esa manera y sin explicaciones. Debería buscarlo.

Se levantó en dirección a mí. Su pecho desnudo al contacto con mis brazos soltó una tibieza inexplicable. Detuve su mano que parecía querer desprenderme de la única prenda que usaba, una bata.

—Señor. Por favor... —supliqué.

—¿Qué ocurre? 

Ambos nos detuvimos. El viento penetró por un agujero de la ventana y agitó la cortina con brusquedad. 

—¿Tiene miedo? —preguntó. 

—No quiero hacerlo.

Destemplado por la zozobra, se cubrió el torso con su camisa y vistió su pantalón.

—¿Vendré mañana? Si me quejo con tu amo este te maltratará. Diré que estás enferma.

—Señor, yo nunca quise venir a este lugar. Me engañaron.

—Es una lástima —dijo el hombre tomando su saco—. Espero seguirla viendo. 

Fui detrás del hombre para coger uno de sus brazos.

—Por favor, no me deje aquí. Por favor. ¡Ayúdeme! 

El hecho de que quiera encubrirme por mi negativa, me hizo creer que no era del todo malo.

—Las mujeres de aquí vienen por su cuenta. Nunca me han dicho que han sido engañadas. 

—Señor, créalo, fui engañada —dije con desesperación.

—¿Tienes miedo de que todo el mundo lo sepa? Tranquila, no se lo diré a nadie.

—Señor no quiero quedarme aquí. Por favor.

El hombre cerró la puerta que había dejado a medio abrir.

—¿No me reconoce? 

Retrocedí agobiada.

—¿Quién es?

Esta vez él se calló.

—El hombre que intentó atravesar con una flecha. 

Retrocedí aún más perpleja. 

—¿Jungkook? 

Se acercó y tomó mis manos tiernamente. No decía nada solo sollozaba. 

—¿Jungkook? —pregunté otra vez queriendo confirmar su voz.

—¿Aún no confías en mí?

Era su voz, no sé porqué no pude distinguirla. 

—Perdón. Lo siento. No quise hacerlo, estaba muy confundida. ¿Por qué esa vez me dijiste eso? ¿Por qué? —inquirí entre lágrimas.

—No quería que te expusieras por mí. Si luego descubrían tu generosidad hacia mí, ya no tendría importancia si eras Reina.

—Yo... no quería eso, yo quería estar contigo. 

—Yo también quiero estar contigo —declaró con vehemencia. 

Limpió mi rostro empapado de sudor con sus manos y acomodó mi cabello con delicadeza. 

Unos nudillos golpearon la puerta.

—Apresúrate. Espera otro cliente. 

Jungkook me sacó de la habitación mientras el se ponía su saco negro encima. A la luz de la taberna visualicé su traje negro y de apariencia real. Vestía unos botines de charol y unos breeches ingleses oscuros. En la mesa principal, donde se servían bebidas, le dijo a un hombre barbudo y de mal aspecto. 

—Quiero comprarla.

—Es su primera noche aquí. No puedes —sentenció malhumorado.

Depositó en la mesa una bolsita. 

—Quiero llevármela.

☆ ☆ ☆

—¿De dónde obtuviste un traje tan elegante? 

Sonrió con malicia, dejando que la luz del hachón encendido difuminara sus facciones. 

—En el granero había un rincón que escondía ropa en buen estado. 

—Parecías alguien de la realeza... Si nadie te conociera, dirían lo mismo. 

Acarició mi cabeza y la depositó en su hombro. 

—Te amo.

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