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Chapter 28 - El recuerdo del ayer capitulo: 1

30 de septiembre de 1920. 9:30 a. m.

Horas después del secuestro de Ethan Winter.

Ester despertó con la sensación de estar ahogándose en su propio sueño.

No había consuelo en el aire que respiraba. Solo una culpa que atravesaba su corazón, como si el mundo mismo se hubiera apagado al perder la luz que iluminaba su camino.

A su lado, Estefan la observaba temblar, como si el mañana hubiera dejado de existir.

Para él, ella no era solo una amiga a quien podía abandonar cuando estaba rota.

Ambos eran huérfanos, que conocían en carne propia lo que era perder a un ser querido.

Cuando el destino unió sus caminos en palacio, aprendieron a sonreír, mientras aún era posible hacerlo al lado de quienes servían con devoción. Pero esos días habían quedado atrás.

Esa imagen —tan frágil, tan parecida a un adiós— le apretó el pecho, y sin quererlo, volvió a aquel día.

El día en que perdió a su señora Aurora.

Estefan, aunque deseaba quedarse en ese recuerdo, no pudo hacerlo.

Tenía que ser fuerte.

No por decisión propia, sino por la promesa que le había hecho a su señora.

Tragándose el temblor que amenazaba con delatarlo, se acercó.

—Respira… despacio —dijo al fin, con una voz más suave de lo habitual—. Sé que esto duele.

Pero no ha terminado.

Si queremos el apoyo del reino… debemos estar unidos.

Es la única forma de salvar a nuestro rey.

Sus palabras no sonaban como consuelo.

Sonaban como un anclaje a la realidad.

Ester bajó la mirada. El sudor le perlaba la frente, pero la presión en su pecho empezaba a aflojarse.

Su corazón seguía en duelo, pero cuando alzó los ojos hacia él… lo vio.

Él no decía nada. Solo tenía la mano extendida hacia ella.

Como si dijera: "Lo traeremos de vuelta."

Tras salir del hospital.

En el automóvil, el silencio pesaba tanto como el aire. Estefan sujetaba el volante con fuerza, como si el control del coche fuera lo único que aún podía sostener. Cada vez que se miraba en el retrovisor, la culpa le susurraba que había fallado en proteger al rey.

El zumbido del motor lo empujaba hacia adelante, recordándole que aún quedaba un obstáculo más: Liliana. Debía enfrentarla. Y debía hacerlo con cautela.

La carretera se abría ante ellos, recta y muda, como un lienzo en blanco frente a sus futuras decisiones.

—Cuando la vi ayer… —rompió el silencio—. Después de tantos años…

Fue como estar frente a una muñeca de tamaño humano.

No dijo nada como de costumbre, pero sus ojos… sabían cosas de mí que yo había olvidado.

Ester no respondió al instante.

Su voz tardó en salir.

—¿Desde cuándo la conoces? —preguntó ella.

Él bajó un poco la mirada, como si buscara las palabras adecuadas.

—Es difícil de explicar —respondió al fin—. Liliana siempre fue… un caso especial.

Su silencio era su mayor arma. Sabía cómo desaparecer en una habitación llena de reyes.

Solo su madre lograba ver… su verdadera ternura.

Hizo una pausa, mientras sus dedos tamborileaban sobre el volante.

—Pero todo cambió cuando Ethan nació.

Durante tres años, fue como una flor en primavera.

Incluso pensé que… que había encontrado su lugar.

Sus ojos se nublaron, perdidos en una imagen que no quiso compartir.

—Y luego… se fue.

Dijo que no quería seguir siendo la sombra de sus hermanas.

Así fue como acabó en Saint Morning.

Allí, por fin, alguien la miró sin compararla.

Y su talento… simplemente floreció.

Ester asintió lentamente.

—Yo aún no había llegado al palacio en esos años…

Pero te recuerdo junto a Aurora.

La servías como si ella fuera todo lo que tenías.

El coche frenó con suavidad frente al edificio.

Ambos descendieron sin prisa, como si el peso de lo no dicho los mantuviera pegados al suelo.

Al entrar, el silencio del hall los envolvió.

Mientras el ascensor ascendía, sus reflejos se encontraron en las puertas metálicas.

No eran iguales. Pero compartían la misma grieta.

Como dos fragmentos rotos… que, por fin, encajaban.

—Aurora fue más que una amiga para mí —murmuró él, sin apartar la vista de su reflejo—.

No me usó. No como Liliana.

El silencio entre ellos se espesó.

Ella no lo interrumpió.

—Antes de servir con devoción a mi señora… —continuó— fui un juguete.

Un objeto que las tres hermanas se pasaban de mano en mano.

A nadie le importaba lo que yo pensara, ni lo que sintiera... al menos eso pensaba.

Pero Aurora…

Ella me miró como a un igual.

Y, pese a su fuerza, a su talento con la espada…

Fue la única que me dio una razón para seguirla hasta el fin de mis días.

Por eso, Ester, comprendo tu dolor.

Ella bajó la mirada, pero no dijo una palabra.

Su pecho rugía de dolor, pero debía mantenerse firme.

El ascensor se detuvo con un sonido seco.

Ambos sabían lo que venía.

Liliana era una Winter.

La hermana del rey, reconocida por él mismo.

Eso bastaba para convertir cualquier acusación en una herejía.

Pero las preguntas y dudas seguían ahí.

Como coincidencias, que ocurrieron poco después de que ella regresa a Roster.

Mientras la sucesión no fuera oficial, aún podían interrogarla.

Aún podían mirarla a los ojos y exigir respuestas.

Pero el tiempo se agotaba.

Finalmente, se encontraron frente a ella.

Liliana no dijo una palabra.

Estaba de pie en el centro del despacho, inmóvil como una muñeca de porcelana.

Su figura irradiaba una calma inquietante.

Pero lo más perturbador eran sus ojos.

No brillaban. No expresaban nada.

Eran como si el alma que debiera habitar detrás de ellos… se hubiese esfumado tiempo atrás.

Al moverse, su cabello caía como una cascada dorada sobre los hombros, enmarcando un rostro donde el misterio no era una máscara, sino su esencia.

Cuando se acercó a ellos, sus pasos apenas susurraban contra el suelo.

Estaba sola.

Pero no desarmada.

Él sintió la presión inundar su pecho antes de que ella dijera una sola palabra.

Ester, a su lado, mantenía la espalda recta, como si observara sin ser vista.

—Estefan —dijo Liliana, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos—.

Hace años que dejaste de trabajar para mí. ¿Cómo te ha ido?

Su voz era suave.

Demasiado suave, como si cada palabra acariciara su garganta… justo antes de cortarla.

Él entendió la intención de inmediato, reconociendo que ya no había vuelta atrás.

La partida había comenzado.

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