Capítulo 19 Aschen
Daniel
—Me están diciendo que nuestro aliado más cercano podría ser
un señor del sistema goa’uld —preguntó el presidente de los Estados Unidos
después de que Sam le explicara algunas de sus sospechas.
El presidente ocupaba la cabecera de la mesa y, junto a su
tren ejecutivo, miró al general Hammond.
—Señor presidente, esa es la conclusión más probable
—confirmó el general Hammond, quien a su vez miró a Sam.
Sam, que estaba de pie frente a una pantalla donde se
mostraba un mapa de la galaxia con puntos de stargates marcados, asintió y
señaló varios puntos.
—Después de estudiar nuestro registro de llamadas para ver
por qué no habíamos llegado a los territorios del señor del sistema Korr, y con
la información proporcionada por los tok'ra sobre sus dominios, me he dado
cuenta de que cada vez que programamos una llamada a cualquier ubicación de
portal en el territorio seleccionado, terminamos sin una respuesta, como si el
portal no existiera.
»Como esto no es algo extraño y ya hemos obtenido docenas de
resultados similares al tratar de marcar a otros stargates por toda la galaxia,
estos intentos fallidos fueron descartados como un portal enterrado o dañado.
»Sin embargo, ahora que hemos revisado los resultados, han
arrojado los datos que he expuesto. No existe una avería, simplemente no
podemos marcar a su territorio. Sospecho que tienen control del sistema de stargates
y han bloqueado nuestros sistemas.
»Esto, sumado a que los goa’uld son los gobernantes de esta
galaxia, y no tenemos información de ningún imperio además del suyo, nos hace
concluir que es posible que el goa’uld conocido como Korr sea el emperador
mencionado por 00 y 03.
»Si fuera así, la desconfianza inicial de los asgard y la
situación actual con los llamados ascendidos tendrían una explicación
razonable. Ellos no confiarían en un señor goa’uld —explicó Sam, y al siguiente
que todos miraron fue a él, que estaba al lado de Sam.
Daniel tragó saliva. Él no tenía buenas experiencias en este
tipo de reuniones.
—He estado comprobando todos los datos de culturas y posibles
civilizaciones. No hay mención de ningún imperio que se asemeje a las
características que debería tener el imperio de nuestros aliados. Si existiera,
sin duda los goa’uld sabrían de él.
»El único imperio con tales características es el del señor
del sistema Korr. De hecho, su contacto con la Tierra ocurrió en el tiempo en
que pensamos que este goa’uld creó su imperio hace algunos años atrás, cuando
los goa’uld supieron de la muerte de Ra —explicó Daniel.
El presidente parpadeó aturdido, porque toda la evidencia
señalaba que, en efecto, sus aliados eran goa’uld.
—Señor presidente, aunque esta sea la situación, permítame
recordarle que ya tenemos una alianza con otra facción goa’uld, y en ningún
momento nuestros aliados han hecho algo para perjudicarnos.
»Todo lo contrario, nos han proporcionado tecnología,
recursos y todo lo que necesitamos para defendernos de los goa’uld, incluso
participando en misiones que han ayudado a salvar nuestro planeta —dijo un
hombre que tenía un uniforme de general y que había llegado antes del
presidente.
Hasta ahora, el propio presidente parecía dudar de su
identidad, aunque como estaba al lado de Maybourne y se había reunido con él al
llegar, no hacía falta mucha imaginación para saber que este era una de esas
personas de las que era mejor no saber nada ni conocer.
Daniel frunció el ceño. El presidente, que no llegó a su
actual posición de la nada, miró al hombre con ira en los ojos, pero él era un
político y, aunque se enterara de que le habían mentido a la cara y que la
inteligencia ya hacía mucho que sabía que sus aliados eran goa’uld, solo medio
apretó los dientes…
—¡Maybourne! —reprendió Jack, que no era un político.
Maybourne apenas reaccionó.
—¿Jack? —preguntó Maybourne con fingida confusión.
—Maybourne, no me llames Jack, no somos amigos,
desafortunadamente, nos conocemos —gruñó Jack con incomodidad, mientras miraba
a todos con seriedad para aclarar que él no tenía nada que ver con Maybourne.
—Jack, somos una agencia de inteligencia, tenemos todas las
posibilidades en cuenta, y que otro de nuestros aliados también sea un goa’uld
no estaba fuera de las posibilidades, por lo que ahora conservamos la calma
ante una posible confirmación —explicó Maybourne, mientras el presidente lo
miraba con ira y luego miraba a sus asesores que miraron a todos lados excepto
al presidente.
Era evidente que ninguno de ellos se atrevía a dar un paso al
frente para enfrentarse a gente de tan mala reputación, más cuando en el último
año, otros políticos cayeron en sus manos, y hasta ahora su destino era
confidencial.
—¿Cómo podemos confirmar esto? —preguntó el presidente
tragando bilis y cambiando de tema.
Todos los presentes volvieron a mirarles a él y a Sam. Daniel
negó con la cabeza, porque además de preguntárselo a 03 y a 00, no tenía idea
de qué más hacer. Sam miró el mapa de la galaxia.
—Señor presidente, no creo que ellos hayan enterrado sus
stargate, el portal es un artefacto ceremonial para los goa’uld, ellos lo
exhiben en sus ciudades y planetas; enterrarlo podría ser visto como debilidad
—dijo Sam mirando a Teal’c.
—Incluso los señores menores mantienen sus Chappa’ai a la
vista de todos, es un artefacto ceremonial y parte del poder de los dioses
—confirmó Teal’c.
—Y usted cree que podemos llegar a ese lugar marcando desde
un portal que no esté bloqueado —dijo el presidente. Sam asintió—. ¿Y a quién
enviaríamos en esta misión? —preguntó el presidente.
—Al SG-1 —propuso Maybourne.
—Una sonda —propuso Daniel al mismo tiempo, y luego miró a
Maybourne con sorpresa.
—Señor, sospecho que Maybourne y su equipo planean deshacerse
de nosotros —se quejó Jack.
—Jack, no seas alarmista, si enviamos una sonda a territorio
de nuestros posibles aliados, desde un portal que no es el nuestro, y sabiendo
ellos que no hay forma de marcar a su territorio desde nuestro portal, ¿no se
consideraría eso un claro gesto de desconfianza e incluso intento de espionaje?
—preguntó Maybourne levantando una ceja—. Además, nuestros aliados siempre se
han preocupado por el SG1, y nunca han dudado en ayudar cuando ellos lo
solicitan, incluso si antes han ignorado a nuestros altos mandos —agregó.
Daniel no supo cómo responder a eso, y por la expresión de
sus demás compañeros, ellos tampoco.
—¡Nunca tratamos con goa’uld antes! —aseguró Jack.
—No estoy diciendo eso —aclaró Maybourne—. Pero es evidente,
que si ellos llegaron a la Tierra, fue por ustedes. Esta información es
confidencial, pero supongo que debo mencionarlo —dijo Maybourne y el hombre a
su lado asintió en acuerdo.
—Si es confidencial, es mejor dejarlo —se apresuró a decir
Jack, pero Maybourne lo ignoró por completo.
—La principal condición en nuestro trato con nuestros
aliados, es que de ninguna forma se puede interferir con el SG-1. En resumen,
aunque ellos nos escupan en la cara, si queremos seguir recibiendo apoyo de
nuestros aliados, el SG1 es intocable —explicó Maybourne.
Daniel debía admitir que estaba asombrado.
—Señor, debo recordarle que he estado pidiendo un yate desde
mi regreso a la base, y aún no lo veo atracado en mi muelle —dijo Jack cuando
todos les miraron.
—No lo has exigido con la suficiente seriedad —dijo
Maybourne.
—Maybourne, guarde silencio —reprendió Jack enojado.
—Coronel O’Neill, cálmese, el SG-1 no está bajo investigación
—dijo el general Hammond.
—Por supuesto, si hiciéramos algo así, sería un
incumplimiento de nuestro acuerdo con nuestros aliados —dijo Maybourne. De
alguna forma, él había conseguido poner todas las sospechas sobre su grupo, se
dio cuenta Daniel.
—Maybourne, solo dígalo —reprendió Jack antes de que
Maybourne siguiera arrojando basura sobre ellos.
—Jack, solo actuamos por el bien de nuestro país y el planeta
Tierra. Y solo he mencionado esto porque es importante.
»No podemos enviar una sonda al territorio de un posible
aliado, que sin duda, se darán cuenta de ella. Pero si enviamos a alguien que
es de su plena confianza, podemos confirmar lo que queremos, sin arriesgar
nuestro tratado actual, en caso de que estos, en efecto, sean nuestros aliados,
porque supongo que nuestro gobierno no planteará la ruptura de las relaciones
debido a la especie de nuestros aliados. De todas formas, ya tenemos alianzas
con otros grupos de goa’uld —dijo Maybourne mirando al presidente.
—Los tok’ra no son goa’uld —dijo Daniel con impotencia, pero
ni él mismo estaba de acuerdo con eso. Aunque los tok’ra lo negaran con
vehemencia, había pocas diferencias en su forma de ser y la de los goa’uld,
aunque Daniel debía admitir que eran diferencias fundamentales en cuanto a su
sociedad. El presidente miró al general Hammond.
—Señor presidente, si estamos equivocados, estaremos enviando
a nuestro equipo insignia a las manos del más fuerte de los señores del sistema
goa’uld —advirtió el general Hammond al presidente que miró al general al lado
de Maybourne.
—Señor, si algo así ocurre, siempre podemos llamar a nuestros
aliados para rescatar al SG-1, estoy seguro de que acudirán —dijo el hombre.
—Señor, no estoy de acuerdo con este plan —se quejó Jack.
…
Maybourne
Tres días después, el SG-1 y Maybourne estaban en un planeta
cercano a los territorios de Korr, marcando a uno de sus planetas fronterizos.
En los últimos días, habían estado probando con diferentes portales, pero
resultó que la Tierra no fue la única bloqueada, y solo podían acceder al
territorio de Korr desde los sistemas vecinos.
—Maybourne, que estes aquí no significa nada, sigo pensando
que eres una serpiente traicionera —dijo Jack. Maybourne lo ignoró, él tenía
cosas más importantes en las que pensar que la paranoia de Jack.
Maybourne en verdad tenía problemas serios en los que pensar,
y tenían que ver con sus aliados, pero no se trataba de su identidad, porque el
NID ya conocía la identidad de sus aliados desde hacía dos años, cuando
empezaron a colaborar con los tok’ra y estos pusieron a su disposición la
información sobre los goa’uld y sus territorios, y se dieron cuenta de que no
había espacio para un imperio como el que se suponía poseían sus aliados, a
menos que su imperio también fuera parte del imperio goa’uld. Era una deducción
lógica.
Lo que preocupaba a Maybourne en este momento eran los países
de la Tierra, que parecían querer suicidarse atacando el nuevo Imperio Africano,
donde habían confirmado que sus aliados tenían sus manos metidas.
Maybourne no tenía que pensar mucho para adivinar el destino
de aquellos insensatos que se atrevieran a atacar un imperio respaldado por una
civilización miles de años más avanzada que la suya.
Eso sería una catástrofe, y podría hacer que sus aliados, que
se mantenían en las sombras, apoyando a este nuevo imperio, decidieran salir a
la luz y nombrarse directamente gobernantes de un territorio de la Tierra,
creando innumerables problemas políticos y un desastre de proporciones épicas
en el trabajo para aquellos que, como él, trabajan en inteligencia.
Para Maybourne, esta misión no era nada, apenas una visita
diplomática al territorio de un aliado, a la que se veía arrastrado porque el
SG-1 se puso algo paranoico y sus jefes decidieron enviarle a él para
demostrarles que no había nada que temer.
—Maybourne, ¡al frente! —ordenó Jack, olvidando que tenían el
mismo rango, incluso la misma influencia, porque Maybourne había ganado mucho
siendo el enlace con los principales aliados de la Tierra.
Maybourne ya había obtenido un ascenso, pero en su situación,
aceptar regalos solo le llevaría a deber favores luego, y con su asignación
actual, pronto tendría méritos e influencias de sobra para ascender de la forma
en que él quería.
Maybourne sentía ganas de responder, pero en verdad tenía
mayores preocupaciones que Jack, y sus pequeñas puyas no le afectaban en este
momento, por lo que caminó hacia el Stargate para cruzar. Él sentía algo de
curiosidad por saber cómo eran los planetas de sus aliados, pues estos eran
goa’uld, y las referencias que tenía Maybourne de estos eran los señores del
sistema y los Tok’ra.
Los señores del sistema vivían entre la basura, incluso sus
palacios más lujosos eran obras decadentes de la Edad Media, y los Tok’ra
vivían en túneles como si fueran topos. Lo único salvable en esta civilización
era el lujo con el que construían sus naves, que eran una clase aparte.
Maybourne salió del portal en una plaza de al menos una
hectárea, sobre una pirámide truncada que ocupaba la mitad de la plaza y servía
como base para el Stargate, que a su vez estaba a los pies de una estatua
colosal de más de un kilómetro de altura.
—Sin duda hemos llegado al lugar correcto —dijo Daniel
Jackson mirando la colosal estatua dorada del goa’uld señor del sistema llamado
Korr.
Maybourne estaba de acuerdo, este era el estilo goa’uld, pero
era un estilo reservado para sus naves e instrumentos de poder, no para
construir estatuas, estas eran construidas por los esclavos humanos, y para
nada eran algo parecido a lo que veían ahora.
—Gente —llamó el coronel O’Neill que observaba a un grupo de
cinco jaffa que subían las escaleras de la pirámide y estaban armados.
Maybourne identificó a los que se acercaban como jaffa porque
tenían una marca goa’uld que cubría toda la parte frontal de los cascos que
usaban, no por su armadura que era muy diferente a las armaduras jaffa, con un
diseño estilizado y ajustado.
El casco era parecido a un casco de motorista, pero ajustado
a la cabeza, de color metálico a los lados y todo el frente cubierto por un
cristal oscuro con la marca goa’uld. Los jaffas llevaban armas que parecían
tener un diseño humano, pero decoradas al estilo goa’uld en un negro mármol y
dorado.
—Jack, no hagas ninguna tontería —advirtió Maybourne, porque
solo por esta plaza circulaban cientos de personas, y rodeándola estaba una
ciudad de pirámides que se extendía por kilómetros y debía estar habitada por
millones de personas.
—Daniel —gruñó Jack de mala gana, sin intentar levantar sus
armas.
Daniel Jackson se apresuró a pasar al frente. Él tenía una
expresión de preocupación porque si estos eran jaffa comunes, él estaría
recibiendo la primera carga de patadas.
—¡Identifíquense! —gruñó el líder de los jaffa en idioma
goa’uld.
Daniel Jackson suspiró de alivio, porque lo primero que haría
un jaffa común sería golpearles, ponerles de rodillas y luego preguntar a qué
dios servían.
—Somos el SG-1 de la Tierra, Tau’ri —explicó Daniel.
El jaffa líder lo miró por unos segundos y luego les apuntó
con su arma mientras los otros cuatro retrocedían para formar un semicírculo y
apuntarles. Maybourne levantó las manos.
—¡Los Tau’ri están al otro lado de la galaxia, y solo los
planetas cercanos tienen acceso a este portal! —gruñó el jaffa—. ¡Silencio!
—ordenó el jaffa cuando Daniel Jackson intentó hablar. Él bajó su arma y llevó
la mano al brazo de su armadura.
En ese momento, una luz se encendió debajo de cada uno de
ellos.
—Señor, es un escáner —dijo la mayor Carter. La luz duró un
segundo, y el jaffa se apresuró a bajar sus armas cuando se acabó.
—SG-1, bienvenidos al planeta Nerul, bajen del altar, hay más
personas que intentan usar el Chappa’ai —dijo el jaffa, y él y su grupo se
reunieron.
Al estar juntos, anillos goa’uld subieron, y los jaffa fueron
transportados a algún otro lado. Daniel Jackson parpadeó, luego se dio media
vuelta.
—Si no me equivoco, estamos interrumpiendo el tráfico —dijo
Daniel Jackson.
Maybourne puso los ojos en blanco, él ya se apresuraba a
bajar por las escaleras de la pirámide, mientras algunos transeúntes los
observaban. El SG-1 se apresuró a seguirle, y cuando todos estuvieron fuera de
la plataforma, un escudo la cubrió y el portal empezó a activarse.
Cuando ellos bajaron al final de las escaleras, el portal ya
se estabilizaba y el escudo desapareció.
Unos segundos después, cinco personas atravesaron el portal,
y de inmediato empezaron a bajar las escaleras, sin detenerse a mirar, por lo
que Maybourne entendió por qué habían llegado los guardias cuando ellos se
quedaron mirando el lugar.
—Buenos días, somos viajeros… —Daniel Jackson, que intentaba
saludar a las personas que llegaron por el portal, interrumpió sus palabras
cuando su líder, un hombre de unos aparentes cuarenta años, lo miró de arriba
abajo y continuó su camino, como si se hubiese topado con algún bicho
desagradable.
—¡¿Qué?! —reprendió Jack al grupo de personas, mientras
observaba sus ropas, que eran un uniforme militar.
El grupo de personas los ignoró, y un hombre se apresuró a
acercarse a los recién llegados, les hizo una reverencia, y se apresuró a
guiarles entre la multitud, que les abrió paso.
—O’Neill, no creo que sea por nuestra ropa, ellos llevaban
insignias del goa’uld Korr, en los mundos goa’uld, aquellos que pueden usar el
Chappa’ai, son los más altos entre los que sirven a los goa’uld —explicó
Teal’c.
—Como nosotros no las llevamos, es evidente que somos de
clase baja —dijo Daniel comprendiendo su situación.
Maybourne miró el portal, porque el escudo volvía a
activarse, al parecer era un lugar concurrido.
—Deberíamos hablar con alguien más —dijo Maybourne, mirando a
los curiosos que les observaban, pero nadie se acercaba a ellos.
—Coronel Maybourne, hemos llegado por el Chappa’ai, pero no
contamos con la aprobación de los dioses, es posible que estas personas no
quieran hablar con nosotros —advirtió Teal’c.
Maybourne ignoró al jaffa y caminó hacia donde recibieron a
los demás viajeros. El jaffa tenía cierta experiencia, pero esto no era un
mundo goa’uld común, y no era posible que tanta gente pudiera vivir allí sin
tener alguna administración.
—Buenos días, somos viajeros de la Tierra, quisiéramos hablar
con algún representante diplomático —pidió Maybourne, adelantándose a los
viajeros que estaban llegando.
Una mujer que era parte de los que recibían a los viajeros se
adelantó, le hizo una reverencia y les pidió que la siguieran.
…
Media hora después, su grupo estaba en una de las pirámides
de la ciudad, que eran sus edificios. La mujer que les guio allí les dijo que
esperaran mientras se ponía en contacto con una persona que pudiera atenderles.
—¿Daniel, Carter? —preguntó Jack con un tono algo alarmado al
ver la habitación, que no tenía nada que envidiarle a la habitación de un hotel
de cinco estrellas en la Tierra, incluso tenía un bar y una mesa de billar.
Maybourne vio una pantalla gigante y sintió curiosidad porque
era evidente que era un televisor. Él se acercó y examinó el control remoto,
que era un rectángulo con lo que parecía una joya roja. Al tocar el artefacto,
el televisor se encendió y una mujer que llevaba túnicas presentaba noticias
sobre la batalla reciente que tuvo el señor del sistema.
Maybourne sonrió, porque justo pensó en un canal de noticias
y se había preguntado si estas personas eran conscientes de que se había
producido una batalla en las cercanías. El idioma de las noticias era goa’uld,
pero Maybourne había recibido una actualización de conocimientos que incluía
unos cinco mil idiomas, por lo que no tenía problemas para entender lo que
decía la presentadora, mientras se mostraban imágenes de la batalla reciente.
Al parecer, el emperador había decretado la guerra contra
otro goa’uld, y ahora una parte de la gente temía que su dios fuera derrotado y
volvieran a caer en manos de sus antiguos dioses. Otra parte quería participar
en la guerra, y otra parte acusaba a los otros dos bandos de herejes al dudar
de su todopoderoso dios.
—El sistema de gobierno de este imperio parece ser una
teocracia —dijo Daniel, y Maybourne y el resto lo miraron.
—Daniel, son goa’uld —dijo Jack.
—Lo sé —replicó Daniel—. Lo que quiero decir es que 00 y 03
no parecen ser parte de una teocracia. Bueno, 03 llama a su emperador dios,
pero eso es porque es su creador —explicó Daniel, al tiempo que la pantalla del
televisor cambió para mostrar páginas y páginas de texto.
—Me he preguntado si tienen una constitución y leyes en este
lugar —dijo Maybourne, señalándoles el control remoto en sus manos. Luego
frunció el ceño.
—¿Qué sucede? —preguntó Jack. Maybourne lo miró por unos
segundos, pero al final decidió hablar.
—Tengo un núcleo de nanitos instalado en mi cerebro…
—¡Maybourne! —reprendió Jack, que era uno de los principales
opositores de la tecnología de nanitos, en especial sus usos en la
transferencia de conocimientos. Maybourne suspiró.
—Poseo un núcleo de nanitos, y esta computadora lo ha
reconocido. Me solicita permiso para enviarme una copia de la información que
estoy solicitando —explicó Maybourne.
—¡Definitivamente no! —ordenó Jack.
—Si empiezo a comportarme de forma extraña, notifíquenlo
—dijo Maybourne y aceptó la transferencia de información.
—Interesante —dijo Maybourne, y miró la pantalla del
televisor, que cambió y mostró varios capítulos y leyes.
—No es una teocracia —dijo Maybourne señalando las leyes que
estaba mostrando en el televisor—. Es un imperio, con los goa’uld como
gobernantes, y Korr como máximo gobernante entre ellos. El sistema de leyes es
para los goa’uld, todo el sistema de justicia y leyes —explicó.
Los demás vieron las leyes y se dieron cuenta de que todas
eran sobre los goa’uld.
—Solo los goa’uld son ciudadanos, ¿Qué pasa con los humanos?
—preguntó Daniel, y Maybourne mostró un capítulo anexo de las leyes.
—Esto es de locos —dijo Jack, cuando Daniel explicó lo que
Maybourne estaba mostrando. Daniel negó con la cabeza.
—No creo que estas personas encuentren el trato de los
goa’uld hacia ellas como algo malo, pues vienen de ser esclavos —dijo Daniel, y
Teal’c asintió.
—O’Neill, los humanos en los planetas goa’uld son esclavos, y
todo cuanto poseen pertenece a sus dioses, incluso sus vidas. Para estos
humanos, el haber ganado su libertad, y que estos goa’uld estén dispuestos a
tener en cuenta esto y concederles todos sus privilegios legales debe de ser
algo nunca experimentado por ellos —dijo Teal’c.
—Esta gente no tiene nada, incluso la comida que cultiban es
propiedad de los goa’uld —gruñó Jack, porque todo el territorio pertenecía a
los goa’uld y aunque reconocían la libertad de los humanos, en lo fundamental,
nada de lo que tenían les pertenecía, todo era de los goa’uld, y si un día
dejaban su territorio, no podrían llevarse nada con ellos.
—Eso es relativo —dijo Maybourne mostrando más leyes—. Los
señores Goa’uld no pueden expulsar a los ciudadanos; ellos deben renunciar a la
ciudadanía, y aún si lo hacen, pueden elegir a un heredero. Al final, el
Goa’uld no obtendría nada —explicó Maybourne—. Estas leyes no están allí para
hacer expropiaciones; están allí para evitar que algo salga de estos
territorios —agregó.
—Jack, hay que estudiarlo más, pero este parece ser el caso.
Este sistema de leyes parece tener el fin de asegurar que los goa’uld siempre
estén al mando, y que los humanos no puedan tomar nada de ellos —dijo Daniel.
—Señor, yo diría que tratan a los humanos como empleados
—dijo la mayor Carter.
—Sirvientes con muchos privilegios —dijo Teal’c. Maybourne
asintió al jaffa.
—La adoración viene del origen de esta gente, pero eso lo
vemos en casi cada planeta que visitamos —dijo Maybourne. Esta gente había
nacido y crecido adorando a los goa’uld; ellos quedarían como locos, si trataban
de convencerlos de que no son dioses—. ¡Y así seguirán! —dijo Maybourne con
seriedad, porque ellos no estaban allí para hacer campaña en contra de los
goa’uld. Jack puso los ojos en blanco.
…
Dos horas después de haberlos dejado en la habitación, un
Jaffa entró en el lugar, liderando a otros cinco. Este Jaffa líder era
diferente a los de antes, y a los que lo escoltaban, porque sobre la parte
frontal de su casco, su marca era dorada, no de color cobre, como la de los
demás.
Maybourne y su grupo, que hablaban sobre las leyes de este
imperio, se levantaron de los sofás donde esperaban y caminaron hasta el grupo
de Jaffa. Cuando estuvieron en frente de estos, el casco del Jaffa líder se
retiró de su cabeza, descendió y se replegó hasta el resto de la armadura. El
Jaffa tenía la piel oscura, ojos negros, y la marca del goa’uld Korr, grabada
en oro sobre su frente.
—Soy Jet, primer principal de Korr. Los Tau’ri no deberían
estar aquí —se presentó el jaffa, que miró a Teal’c y asintió. Teal’c respondió
con otro asentimiento.
—Creímos que este era su territorio y decidimos hacerles una
visita para confirmarlo —dijo Jack.
—¿Confirmarlo? —preguntó Jet.
—Primer principal Jet, no estábamos enterados del origen de
nuestros aliados. Ellos no lo habían mencionado —dijo Daniel con algo de
incomodidad. Jet parpadeó.
—¿Alguien les impidió preguntar? —preguntó Jet.
—Bueno, no queríamos ser descorteses. Como ellos no lo
mencionaron, pensamos que era un secreto, y nuestras peticiones de una reunión
fueron denegadas —dijo Daniel.
—Nuestro dios tiene cosas más importantes que hacer. No puede
entretenerse con las pequeñas criaturas a su alrededor y resolver sus asuntos
insignificantes —dijo Jet, dando su opinión sobre lo que pensaba de sus
intentos de hablar con su jefe.
—¡Oye! —reprendió Jack, pero Jet levantó la mano.
—Si no recuerdo mal, mi dios ha asignado tres enviados para
proteger la Tierra. No hay diferencia entre la palabra de un enviado y nuestro
dios. ¿Por qué querrían reunirse con él entonces? Solo puedo concluir que
pretenden hacerle perder el tiempo —explicó Jet.
—Hace poco nos enteramos del estatus de 00 y 03 —intervino la
mayor Carter.
—¿Tampoco habían preguntado sobre ello? —preguntó Jet
levantando una ceja.
—En algunas ocasiones, hacer preguntas puede considerarse de
mala educación —explicó Daniel. Jet lo miró.
—Considero que esa sería una excepción, solo aplicable a
asuntos personales. Mi dios valora la razón, las preguntas no son algo que le
incomode. Además, los humanos son importantes para él, podría decirce que les
ama —explicó Jet, y miró a Teal’c, pues la incomodidad del jaffa cada vez que
el primer principal mencionaba a su dios, era palpable.
—Teal’c, uno de los líderes de la revuelta de esclavos Jaffa
en contra de los señores del sistema, habla con libertad —dijo Jet.
—¡No…
—El señor del sistema Korr no es un dios —dijo Teal’c antes
de que Daniel Jackson pudiera decir nada. Jet miró a Teal’c con desprecio.
—Los gusanos pueden hacer ruido al arrastrarse, pero al
final, no es más que un sonido sin ningún significado detrás —sentenció Jet.
Jack iba a avanzar, pero Maybourne lo detuvo porque los Jaffa que escoltaban a
Jet materializaron armas en sus manos.
—Jack, él está pidiendo argumentos —gruñó Maybourne, porque
este tipo era algo obtuso a veces. Jack miró a Daniel.
—Bueno, es algo brusco, pero eso es más o menos lo que ha
dicho —dijo Daniel y Teal’c asintió en acuerdo.
—La magia goa’uld no existe, es tecnología —dijo Teal’c a
Jet.
—Antes, en mi ignorancia, pensé que el poder de mi dios era
magia, pero gracias a los conocimientos que este me ha brindado, he entendido
que no es así —dijo Jet y miró a su alrededor—. En parte tienes razón, pero he
visto más que tecnología. Aun así, sigues haciendo ruido; esta tecnología es
parte del poder de mi dios. ¿O acaso pueden ustedes hacer lo mismo que él?
—preguntó el primer principal.
—Carter puede —aseguró Jack, porque Teal’c frunció el ceño
ante la pregunta, y guardó silencio para pensar. Maybourne se sintió algo
avergonzado.
—¿Qué? —preguntó Jack porque su equipo lo miraba de reojo.
Buscar significados en las palabras de otros le pasaba desapercibido.
—Es posible que no, nuestra fisonomía es diferente a la de
los goa’uld, y no podemos almacenar tantos conocimientos, pero la misma
tecnología nos guiará hasta ello. Los goa’uld solo están más adelantados —dijo
la mayor Carter.
—No pueden saber las mismas cosas, y no poseen la tecnología
para hacer ningún cambio —dijo Jet. Teal’c asintió en aceptación.
—Entonces no son comparables a mi dios, y están a miles de
años de ser como él. Eso convierte a sus palabras en no más que una blasfemia
sin sentido, las palabras de un ignorante —dijo Jet con desprecio. Teal’c
pareció pensar de nuevo.
—La fuerza y el poder de los goa’uld dependen de los jaffas
—dijo Teal’c probando otro enfoque. El jaffa era más listo de lo que Maybourne
suponía.
Jet hizo un ademán con su mano, señalando los sofás de la
sala, dejando algo sorprendido al SG-1.
—Su ignorancia no es una sorpresa para mí. Y mi dios me ha
ordenado venir aquí, por lo que pueden disponer de mi tiempo, y también me
gustaría conocer a Teal’c, quien se ha revelado contra sus débiles dioses y
exigido su libertad —explicó Jet una vez estuvieron todos sentados.
—Entonces, la fuerza de los señores del sistema depende de
los jaffas, porque son dioses débiles —dijo Teal’c y Jet asintió, satisfecho
porque Teal’c entendió sus palabras.
—Mi dios mismo me lo dijo. Un dios no necesita esclavos. De
sus palabras concluyo que un dios no necesita de nadie —explicó Jet. Eso
significaba que él pensaba que el señor del sistema Korr no necesitaba a sus
ejércitos de jaffas, lo que dejaba el segundo argumento de Teal’c en muchos
problemas, a menos que este quisiera debatir si Korr estaba mintiendo. Por la
actitud de Jet, estaba claro que hasta allí llegaría la conversación.
—Oh, vamos, ¿no dice tu dios que él no es un dios? —intervino
Jack, señalando el televisor que aún mostraba la constitución de este imperio
goa’uld, donde el estatus de los goa’uld era el de gobernantes y el de Korr era
el de un Emperador. Jet lo miró.
—¿Cómo puede un dios ser un dios a sus propios ojos?
—preguntó Jet en respuesta—. Para él, su conocimiento es algo que él posee, y
también su poder. Para nosotros, lo inentendible, la distancia entre nosotros,
aquello que está más allá de nuestra comprensión, aquello en lo que creemos y
tenemos fe, es a lo que llamamos dios —dijo Jet con seguridad.
—¿Y cuáles son los límites del poder de tu dios? —preguntó
Maybourne, al que no le había interesado la conversación hasta ahora porque
pensó que a Jet, que era jaffa, solo le habían lavado el cerebro, pero sus
palabras insinuaban que no era así en absoluto.
Este jaffa en verdad estaba convencido de que el goa’uld Korr
era un dios, y también había dejado claro que creía eso debido al poder que
este blandía.
—¿Puede tu dios traer a los muertos de regreso? —agregó
Maybourne, porque si iba a cuestionar el poder de este goa’uld, bien podría
obtener algo grande de ello.
—Maybourne, no tenemos varios sarcófagos… —Maybourne miró a
Jack con seriedad, porque ahora estaba trabajando, y esto era algo importante.
Jack levantó las manos e hizo una mueca. Maybourne miró al jaffa.
—Hace un par de años, mi dios nos envió a la batalla contra
el señor del sistema Olokun, donde perdí a doscientos leales guerreros jaffa.
Otros miles cayeron, pero mi dios puso a nuestra disposición los sarcófagos, y
una vez sus cuerpos fueron puestos allí, estos miles, fueron reparados.
»Esta es una tecnología milagrosa, pero aunque está fuera de
mi conocimiento, no está fuera de mi comprensión, como supongo que tampoco lo
está de la suya, es algo roto que se repara.
»Sin embargo, estos doscientos fueron dados por muertos,
porque delante de mí, varios de ellos fueron convertidos en cenizas o pequeños
pedazos de material que flotaban en el espacio. ¿Conocen alguna tecnología que
pueda traer de vuelta a la vida a estos guerreros? —preguntó Jet. Maybourne
sonrió, en verdad había obtenido algo valioso al venir allí.
—¿Estás diciendo que también revivió a los que se
convirtieron en ceniza espacial? —preguntó Jack con incredulidad.
—Uno de ellos forma parte de mi grupo y está de pie a mis
espaldas en este momento —dijo Jet, y uno de sus guardias Jaffa retiró su
casco. Era un hombre de piel blanca, con el rostro algo cuadrado, y la marca de
Korr tatuada en su frente.
—Aún recuerdo la nave del débil dios Olokun disparando sus
cañones sobre mi posición desprotegida y cómo parte de mi cuerpo desaparecía.
Luego desperté y estaba frente al primer principal —dijo el jaffa.
—Eso es increíble, alguna tecnología de transferencia de
conciencia, como la de los asgard… —la mayor Carter guardó silencio, pensando
que había hablado demasiado, pero Jet solo asintió.
—He pensado lo mismo, al principio —dijo Jet y levantó la
mano—. Cuéntales el resto —ordenó Jet, y el jaffa pareció indeciso, pero al
final habló.
—Al despertar, estaba junto a otros jaffas que murieron junto
a mí, y el primer principal me recibió. Él me dijo que podía quedarme allí,
pues había cumplido con mi deber de servir a mi dios y podía obtener mi
recompensa. O podía volver y seguir sirviendo a nuestro dios. Yo elegí regresar
y sigo sirviendo a mi dios —dijo el jaffa con tono firme y Teal’c se levantó
como un resorte, mirando a Jet con una expresión conmocionada. Jet simplemente
asintió.
—No soy la persona de la que habla este jaffa, o aún no, pues
sigo con vida, y aún no he visitado el mundo que nuestro dios reserva para las
almas de sus guerreros al momento de nuestra muerte. Y mientras mi dios me
necesite, no tomaré ningún descanso a su servicio —declaró Jet con orgullo.
Maybourne sonrió más. Si esto podía confirmarse,
definitivamente le ganaría un ascenso…
No, esto podría ganarle más que un ascenso. La vida después
de la muerte, una resurrección. Estos eran temas transcendentales para la
humanidad, y ahora él poseía una pista para llegar hasta él.
Maybourne miró al SG-1. Algunas ideas pasaban por su cabeza,
pero las descartó. Además, él ya había entendido que estos eran su gallina de
los huevos de oro, torcerles el cuello y convertirles en guiso, solo porque le
habían dado un huevo que incluía algunas joyas brillantes más, no era algo que
debía hacer, pues en el futuro podrían darle cosas más valiosas aún.
La suerte de SG1 era inigualable y él planeaba mantenerse
cerca para obtener todas las ganancias que pudiera. Por lo que le sonrió a
Jack, mientras este lo miraba con repulsión, y le preguntaba en qué demonios
estaba pensando. Maybourne solo siguió sonriendo y haciendo planes.
Teal’c estaba en negación, la mayor Carter trataba de obtener
más información, Jack le reprendía a él, y Daniel Jackson trataba de mediar,
pero Maybourne lo ignoró todo.
…
Korr
Korr apartó su vista de su primer principal, pues lo que
había llamado su atención, que era la razón de por qué sus jaffas seguían
considerándole un dios, a pesar de que él siempre les decía que no era un dios,
ya había sido resuelto.
Su primer principal le consideraba un dios, y lo hacía porque
poseía poder y conocimientos más allá de su comprensión.
Para sorpresa de Korr, su primer principal y él tenían el
mismo concepto de lo que era un dios, lo que les diferenciaba era que Korr no
estaría dispuesto a servir a ningún dios. Si acaso fingiría hacerlo, para
obtener todo lo que poseía y ocupar su lugar.
Por otro lado, él tenía graves problemas, porque si su primer
principal pensaba de esa forma, los otros jaffas también lo harían, y eso
quería decir que si él caía ante Anubis, estos tipos definitivamente doblarían
la rodilla.
Korr no planeaba caer, pero en verdad detestaría morir y que
Anubis se quedara con todo por lo que había luchado. Aun así, no había nada que
hacer en este caso, porque no planeaba lavarle el cerebro a los jaffas para que
dejaran de adorar a dioses o para que le adoraran solo a él.
Un holograma apareció en frente de Korr, interrumpiendo sus
pensamientos.
—Padre, la potencia de las armas y escudos enemigos no son
suficientes para enfrentar a nuestros Ha’tak —informó 02. Korr asintió, mirando
al fondo de su puente, donde se podía ver la batalla de quince de sus Ha’tak
contra una flota de treinta naves.
Las naves no eran naves goa’uld. Tenían un diseño alargado,
estilizado y compacto, un diseño eficiente para la batalla.
—Están llegando refuerzos —agregó 02, que lideraba la batalla
en su propia nave.
Al menos doscientas naves salieron del hiperespacio, y Korr
sonrió cuando trescientos Ha’tak que se mantenían ocultos aparecieron, ahora
que el enemigo había mostrado sus fuerzas.
Esta táctica de aparecer de pronto era peligrosa, porque los
escudos y el camuflaje no funcionaban al mismo tiempo, pero sin duda era efectiva
para hacer emboscadas. En este caso, había hecho que sus enemigos trajeran el
resto de sus fuerzas y le evitaran perseguirlos luego.
Con una superioridad armamentística y táctica, solo un día
después, su enemigo ya estaba negociando su rendición.
—Emperador Korr, nuestro gobierno quiere saber cuáles son sus
condiciones —dijo un hombre que vestía un traje negro.
La ropa era de buena calidad en términos de materiales y
eficiencia, pero el diseño era ordinario, sin nada de clase, era rígido y
apagado.
—Quiero que se mantengan en su planeta —dijo Korr. El hombre
lo miró con dudas.
—La federación Aschen… —Korr levantó la mano.
—No me interesan sus pequeños asuntos ni sus palabras. Mis
condiciones son que se mantengan en su planeta. No hagan caso de mis palabras,
y nuestra guerra continuará —advirtió Korr y cortó la comunicación.
—Padre, hemos bloqueado su Stargate, aunque parece que solo
poseían direcciones para sus sistemas vecinos —informó 02. Korr asintió.
—Deja una flota de diez Ha’tak para vigilarlos y hacer un
bloqueo, no quiero ninguna sorpresa en nuestra guerra contra Anubis —dijo Korr.
Era poco probable que Anubis tuviera el valor de querer usar
a los Aschen, que eran mil veces más peligrosos que los replicadores, pero Korr
no dejaría nada al azar, y una vez se enteró de su ubicación, él los había
aislado de la red de Stargates e iniciado una campaña en su contra para
regresarlos a su planeta, donde planeaba tenerlos bloqueados hasta que pudiera
poner sus garras sobre esa pequeña rata de Anubis y decidiera qué hacer con
ellos.
Korr no pensaba bombardearlos y hacer un genocidio, porque a
pesar de que estos Aschen habían exterminado las poblaciones de varios
planetas, en su propio planeta había ley y orden, no estaban fuera de la razón.
Eran unos infelices que hacían lo que querían con otros, pero entre ellos eran
muy civilizados, y eran decenas de miles de millones, por lo que Korr no
pensaba ensuciar sus manos. A él le bastaba hacerles un bloqueo, y ya pensaría
en qué hacer luego.
Los Aschen habían entrado en su radar hacía unos meses,
cuando la tecnología Atanik cayó en sus manos, y Korr decidió enviar sondas al
resto de las direcciones grabadas en el comando Stargate, porque ya no tenía
nada que esperar de ellos y podía actuar con libertad.
Las exploraciones dieron con los Aschen, con el segundo
repositorio de conocimientos antiguos, con la androide creadora de los
replicadores y algunas cosas más que podrían ser un problema, por lo que Korr
los retiró.
La androide ahora estaba en un cuerpo humano y ya no era
capaz de crear replicadores, pero ella estaba feliz por esto y servía en su
palacio. El repositorio fue destruido, y ahora se estaba encargando de los
Aschen. Había más civilizaciones por allí, pero estos no se unirían a Anubis,
ni podían ser una amenaza para él, pues se ocupaban de sus propios asuntos.
Después de despedir a 02, Korr volvió a sus pensamientos
sobre Jet y los Jaffa. Él, por supuesto, sabía que unos pocos de los Jaffa que
se habían convertido en cenizas en su enfrentamiento con Olokun habían
retornado hace poco a las filas de los Jaffa, diciendo que habían vuelto de la
otra vida para seguir luchando por su dios.
Korr no hizo tal cosa y no sabía nada de otra vida, aunque
había revisado los recuerdos de los Jaffa retornados, y al menos parecían
reales. Su retorno dejaba demasiadas preguntas para Korr, porque él no tenía
conocimiento de una parte sobrenatural en Stargate, además de los ascendidos
que se podían clasificar como seres de otra dimensión o que ascendieron a otra
dimensión o plano de existencia.
Korr no planeaba ascender, pero sí tenía planes de crear otro
mundo para sus guerreros Jaffa muertos, porque siempre que iban a la batalla,
ellos le encomendaban sus almas, y como Korr solo asentía, tenía la
responsabilidad de cumplir sus expectativas. Él sabía que algo así era posible,
porque lo había visto en la serie original.
Lo que Korr había visto no era otro mundo, sino la no
existencia de la muerte en este mundo, cuando los Ori revivieron a Daniel
Jackson y a Vala después de ser convertidos en cenizas.
En cuanto a lo demás, bastaba con una simulación, aunque no
cualquier simulación, esta tenía que ser la simulación de un universo completo,
por lo que en estos momentos, de igual forma que revivir a gente que hubiera
sido convertida en cenizas, estaba por completo fuera de su alcance. Él tendría
que poner sus garras sobre los Ori para ver en qué consistía su pequeño truco
de resurrección.
Otra opción para revivir gente era el viaje en el tiempo,
pero eso planteaba enormes riesgos y muchos posibles desastres, por lo que Korr
no lo había intentado.
Korr desplegó diez hologramas en frente de él, que eran los
Jaffa que murieron en la batalla contra Olokun, y ahora habían vuelto para
según ellos seguir luchando por él. Si estos Jaffa fueron enviados por otra
versión de él, eso sería de ayuda. El problema era que también existía la
posibilidad de que Anubis estuviera metido en esto, y estos Jaffa fueran una
bomba que estallaría en su cara en el futuro.
La máquina del tiempo no funcionaba ni ninguna tecnología
temporal que fuera efectiva, por lo que él no podía confirmar o descartar nada.
Lo peor era que Korr no haría este tipo de cosas, y si lo hiciera, sin duda se
avisaría a sí mismo de ellas, como había hecho cuando probó la máquina del
tiempo y se envió a Isis desde el futuro, o mejor dicho, el pasado, porque su
otro yo del futuro la había sacado de allí.
Korr suspiró, y los hologramas desaparecieron. Este era otro
dolor de cabeza para él, y algo más que quedaría pendiente en esta guerra. Él
ya veía que su vida cómoda había llegado a su fin por obra de Anubis. Esa
serpiente lo pagaría cuando pusiera sus manos sobre él.
Korr también quería vengarse de los ascendidos, pero si no
ascendía, eso no sería posible, y él no quería ascender porque eso era otro
riesgo. Korr no tenía mucha información sobre el mundo de los ascendidos, y eso
lo convertía en un peligro desconocido al que, con una guerra sobre él, no
quería enfrentar. Sus planes aún no estaban arruinados, y siempre que lograra
apresar a Anubis, podría hacer apaños, por lo que le tocaba esforzarse para
capturar al bastardo.
…
Anubis
Anubis vio cómo la nave insignia de Korr se retiraba, dejando
una flota de diez naves vigilando el planeta de los Aschen. Anubis había
planeado darles la dirección del mundo de Korr para ganar algo de tiempo
mientras este enfrentaba la invasión a su territorio, pero se encontró con Korr
adelantándose y desconectando a los Aschen del resto de portales mientras
destruía su flota y les hacía un bloqueo.
Anubis suponía que también había naves ocultas por allí
esperando un ataque. Él no había pensado en esta estrategia hasta que vio cómo
Korr la usó contra la flota de Apophis para evitar la huida de sus naves
capitales. Korr era un enemigo al que no se podía subestimar, y el que se
adelantara a sus planes para retrasarle, una vez más, le confirmaba que no
podría ganar esta guerra actuando desde las sombras. Su enemigo y él parecían
tener la misma información…
No, no tenemos la misma información, pensó Anubis, que estaba
sentado en un trono de mármol en el puente de su nueva nave insignia, que
estaba oculta a unos pocos miles de kilómetros de la flota de Korr.
Anubis lo había visto en la batalla de la flota de Korr
contra Apophis. Uno de sus comandantes había usado su nave para moverse por el
hiperespacio y llegar hasta la nave de Apophis. La nave de Apophis no se podía
subestimar, y sus armas tampoco.
Dispararle a una nave que no tenía escudos para protegerla
debió destruir el objetivo, pero la nave que servía a Korr no explotó, y Anubis
pudo ver que era una nave orgánica, y lo que mostraba en la superficie era un
blindaje. La nave en sí no superaba sus expectativas, pero su resistencia era
anormal, y era posible que tuviera ventajas que él no conocía.
Anubis, al ser un ascendido, había descartado la
biotecnología y solo le importaba como un proyecto secundario, para tener un
anfitrión que le permitiera disfrutar las sensaciones del plano material una
vez más. Pero al ser un ser inmortal, no tenía prisa por ello, y era un
proyecto dejado al fondo para priorizar otros más importantes.
Anubis pensó por unos segundos de dónde Korr habría sacado
esta biotecnología, porque aun con todos sus conocimientos, a él le tomaría
décadas o siglos desarrollarla.
…
Al final, Anubis no pudo dar con una respuesta y dejó el
lugar para comenzar a reclutar a sus aliados.
Anubis dirigió su nave hacia su siguiente objetivo, el
planeta de un goa’uld menor, que estaba en los territorios que una vez
pertenecieron a Nirrti, y que habían sido conquistados por Cronos después del
exilio y persecución de esta por los señores del sistema.
…
Nirrti
Nirrti leía algunos pocos informes que le llegaban del señor
del sistema Cronos, en cuyos territorios se escondía, tomando la identidad de
uno de sus señores menores, a la espera de la oportunidad para quedarse con su
cabeza y reclamar los territorios que le fueron robados por este.
Para lograr este objetivo, Nirrti tenía algunas dificultades,
la más problemática de ellas era que los demás señores del sistema la estaban
persiguiendo por haber hecho un atentado en una reunión de paz organizada por
los Asgard, y esto les había asustado y hecho temer un ataque de los Asgard,
por lo que ella fue expulsada de los señores del sistema. Por fortuna, había
logrado escapar de Cronos. Nirrti apretó los dientes al recordarlo.
“Patético”, pensó Nirrti. ¿Cómo un dios podía tener miedo?
Los señores del sistema eran débiles y cobardes, debían ser destruidos, pero
ella no tenía el suficiente poder para hacer eso. Ya tenía problemas para
vengarse de cronos, y su investigación, que era su principal interés ahora,
estaba descartada…
Los pensamientos de Nirrti fueron interrumpidos cuando una
alarma sonó, advirtiéndole de la salida del hiperespacio de una nave.
Nirrti, que estaba en el trono de su palacio pirámide, se
apresuró a caminar hasta la plataforma de anillos y transportarse a su Ha’tak
en órbita para evaluar la amenaza. Al llegar a su puente, una ventana se
desplegó en frente de ella cuando se sentó en su trono. Los jaffa que
custodiaban la nave le hicieron una reverencia.
Nirrti observó la nave que se aproximaba. Era una nave
Goa’uld, pero la pirámide central era apenas visible. Las dimensiones eran
absurdas, con cinco kilómetro de diámetro y una estructura externa circular.
Nirrti pensó en huir, pues ella solo conocía una nave de
proporciones similares, y era la del señor del sistema Korr, el más poderoso
señor del sistema en la actualidad, que conquistó una flota de mil naves en
unos pocos segundos. Ella no quería servir a Korr, sin duda él sería miles de
veces más difícil de derribar que Cronos.
Nirrti no quería pasarse milenios arrodillada. Ella era una
diosa suprema, no quería verse reducida bajo el servicio de otro señor del
sistema…
Nirrti ya hacía intención de levantarse cuando un holograma
se proyectó en frente de ella. Un jaffa apuntó al holograma, y este levantó una
mano hacia él, convirtiéndolo en cenizas.
—Jaffas que se atreven a levantar sus manos contra sus dioses
—dijo con indiferencia.
Nirrti levantó la mano para que sus jaffa se mantuvieran en
sus posiciones y frunció el ceño. Lo que tenía ante ella no era un holograma,
aunque eso le parecía, porque los sensores de su nave no lo identificaban como
algo físico. Ella tampoco había visto ninguna forma de transporte. Pero lo que
tenía en frente era real, y no era el señor del sistema Korr. La aparición era
una oscuridad que llevaba túnica y capucha, le recordaba a Sokar, pero más
oscuro, ni siquiera se veía su rostro.
—¿Quién eres? —preguntó Nirrti.
—Anubis, tu nuevo señor —se presentó el desconocido.
Nirrti debía aceptar que estaba sorprendida. Este Goa’uld era
realmente un fantasma que no se mostraba hacía mil años. Ella sonrió con
sinceridad.
—Anubis, tus trucos son interesantes, pero tu tiempo ha
pasado —dijo Nirrti, pensando en Korr, quien ya era prácticamente el nuevo
señor supremo.
Anubis no dijo nada, pero levantó la mano hacia ella. Nirrti
se apresuró a levantar su escudo…
La mente de Nirrti quedó en blanco por unos segundos, y luego
ella se levantó y se puso de rodilla, mostrando una sonrisa en su rostro.
—Mi dios, te serviré con lealtad —dijo Nirrti, mientras
pensaba en su presentación para Cronos, que con la vuelta de Nirrti a señor del
sistema, se aseguraría de que él nunca ocupara un puesto entre ellos. En cuanto
a los Asgard, ellos no eran Goa’uld, y debían ser exterminados…
…
Anubis
Anubis percibió la mentira en las palabras de Nirrti después
de que trasmitiera a su mente algunos de sus planes y su actual poderío en
naves, recursos y tecnología.
Anubis podía doblegar la mente de Nirrti a la fuerza, pero él
era un dios, no necesitaba recurrir a tales trucos. En cuanto a la ambición de
Nirrti, que sin duda le clavaría un puñal por la espalda si pudiera hacerlo,
Anubis solo se sentiría molesto si ella no se sintiera envidiosa de su divinidad.
—Sírveme y siempre tendrás un asiento entre los señores del
sistema. Cronos ya es un anciano, y su debilidad y cobardía nos ha humillado
ante los Asgard. Su castigo será tu recompensa —ofreció Anubis.